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—Príncipe Dustin, su padre lo llama a su oficina, la bruja ha llegado —dijo el mayordomo de traje negro y bigote impecable, al pie de la habitación

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—Príncipe Dustin, su padre lo llama a su oficina, la bruja ha llegado —dijo el mayordomo de traje negro y bigote impecable, al pie de la habitación.

—En unos momentos llego —el joven se limitó a decir, aún y con tan corta respuesta el mayordomo se marchó satisfecho.

El pelinegro estaba sentado al frente de su escritorio. Habían decenas de libros abiertos y extendidos por toda la superficie de la madera, perfectamente posicionados de acuerdo al gusto del heredero. En ese preciso instante, sus ojos dorados estaban enfocados en el lienzo que trazaba.

Sus pesadillas habían vuelto, más fuertes que nunca. Lo peor de todo es que no podía comprenderlas, no lograba descifrar el mensaje que sus sueños querían hacerle saber. Por eso es que había pedido traer a la bruja. 

Aquella que le dio el terrible presagio a su tío abuelo, el destronado rey Runeard, quien tampoco dudó de destruir la vida de su hijo con tal de evitar el trágico destino. 

Que para su sorpresa, igual llegó. De quien menos lo esperaba. No podría importarle menos, gracias a eso tenía la vida que creía fervientemente que merecía, por ser parte de la realeza.

Lo poco que podía recordar de sus pesadillas era un extraño símbolo, que formaba la cuenca del ojo, atravesado verticalmente por un trazo recto hacia abajo. Suspiró con frustración. Había buscado ese dibujo en todos los libros disponibles en la biblioteca del Palacio Real, pero no encontraba resultados.

Cuando había tenido suficiente, se incorporó de la silla, y se dispuso a caminar a la oficina de su padre. Después de todo, ahí encontraría las respuestas, ¿verdad?

Caminando por todo el pasillo, los sirvientes estaban inclinados ante él incluso si aún no había llegado a donde estaban parados, dejando de lado cualquier deber que realizaban para reverenciarlo como era debido. Muchos de ellos ni siquiera se atrevían a respirar, aterrados de hacer un ruido que propiciara la furia del único príncipe que Arendelle poseía.

Desde que el príncipe Agdar había desaparecido, ya nada había sido como antes. El castillo perdió su encanto, la luz que iluminaba la vida de los aldeanos huyó con el viento.

Estando a unos cuantos metros de la puerta, el mayordomo de antes lo recibió con respeto, bajando la cabeza cuando Dustin atravesó el umbral del despacho.

Sentada sobre la alfombra, la bruja lo esperaba paciente. Su cabello era blanco y largo, sujetado hacia atrás en pequeñas y delgadas trenzas. Vestía de tonos marrones, con un cinturón ancho sobre su cintura, con pequeñas figuras bordadas en él. Lo que caracterizaba a esta persona de las demás, eran sus ojos totalmente blancos. 

Había sido cegada por el Antiguo Rey Soren, abuelo de Dustin, después de cumplir con su misión, creyendo que así no habría nadie más que pudiera estropear su golpe de estado. Igualmente, esto no impidió que ella siguiera teniendo visiones del futuro, por lo que optó en capturarla para usos personales. Como el de ese momento.

 —Ya puedes levantar el rostro —ordenó el rey Vidar, actual gobernante de Arendelle.

Dustin tomó asiento alado de su padre, listo para obtener respuestas a sus interrogantes.

—¿Por qué estoy teniendo pesadillas otra vez? —el príncipe inquirió, acariciando sus sienes para calmar su estrés.

—¿Qué tipo de pesadillas, majestad? —preguntó Yelena, observando en dirección a donde había escuchado el eco de la voz de Dustin.

—El castillo envuelto en llamas azules con una silueta blanca asomándose detrás de las nubes —explicó el pelinegro. 

Pronto, la anciana comenzó a tararear una canción, con las palmas de sus manos alzadas hacia el techo. El mayordomo preparó con anticipación un bolígrafo para anotar las palabras de Yelena.

—Su suerte cambiará, príncipe Dustin... —comenzó, en un pausado susurro—. Sus predecesores cometieron crímenes atroces. Por fin su turno de pagar sus pecados ha llegado... 

—¡¿Acaso no recuerdas con quién estás hablando?! —Vidar se levantó fúrico por las declaraciones que estaba presenciando, por otro lado, su hijo mantuvo la calma. 

Ignorando las vociferaciones del rey, Yelena continuó:—En el viento susurran verdades. Un destino de derrota, triste y anticipada. A pesar de esfuerzos y sueños ardientes, la derrota acechará implacable, despiadadamente.

Vidar se acercó a la anciana mujer, y le propició una fuerte abofetada, que la hizo perder el equilibrio y estrellarse contra el suelo.

—Llama al guardia, no quiero ver a esta mujer dentro del castillo, ¡sáquenla de aquí! —ordenó el gobernante.

Sin embargo, esto no detuvo a la northuldra, estaba determinada a terminar con lo que había iniciado.

Los engranajes habían sido acomodados, el destino pronto quitaría la mala hierba de Arendelle. 

—Aquellos que desafíen la promesa divina, enfrentarán un destino sin esperanza, sin salida. Las sombras de la derrota se cernirán con rigor —pronunció, elevando el volumen de su voz, para que todo aquel que se encontrara cerca de ella escucharan sus palabras.

Uno de los escoltas atendió al llamado con velocidad, listo para desalojar a la bruja del despacho. La sujetó de los brazos y tiró de ella con suavidad, para ponerla de pie. Sorpresivamente, esta mujer se dio la vuelta, jalando con demasiada fuerza el cuello del traje de Matías, viendo directamente a sus ojos marrones. 

Este se encontraba asustado, porque a lo que él respectaba, esta anciana estaba totalmente ciega. Entonces, ¿cómo es que encontró sus ojos? 

La promesa de Dios será un fardo de dolor y desolación —el miedo subió por su cabeza, totalmente aterrado por esa frase en particular.

Este desliz fue escaneado por la mirada rígida y malévola del príncipe Dustin, que pareció encontrar una pista del futuro en el guardia de piel negra.

Más guardias arribaron al lugar, y finalmente sacaron a Yelena de la habitación. 

—¡Maldita bruja! ¡¿Quién se ha creído para hablarnos de esa forma?! —gruñó Vidar, con la bilis en la garganta. No pudo soportar más el coraje, por lo que caminó hacia sus aposentos. Dejando a su hijo con la servidumbre.

—¿Viste la forma en la que ese sujeto tembló cuando dijo eso? —el pelinegro preguntó al mayordomo, quien respondió con un leve asentimiento de cabeza—. Quiero que investigues su pasado, averigua todo lo que puedas, sin levantar rumores. Que esto permanezca en secreto.

—En seguida.

—Y también prepara una visita al calabozo, algo me dice que esa mujer sabe más de lo que aparenta —concluyó Dustin, mordiéndose los labios con protervia. 

Touching the sun | PARTE IIOù les histoires vivent. Découvrez maintenant