Capítulo 15

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—Lo que ese inmortal dejó en ti late en tu seno, en tu propia simiente —explicó contrariado—. El ardor doloroso que sentiste esa noche lo causó una simple gota de mi simiente en tu vientre. —Lo oí soltar otro gruñido rabioso—. Si te hubiera penetrado, mi simiente se habría mezclado con la tuya y habrías muerto sin remedio, envenenada por dentro.

Se me llenaron los ojos de lágrimas tras la venda negra e incliné la cabeza apretando los dientes, tratando de controlarme. En verdad estaba maldita, mucho más de lo que jamás hubiera imaginado.

El lobo advirtió mi agitación y tomó mis manos, guiándome a sentarme en el suelo entre sus piernas. Me rodeó con sus brazos, meciéndose como si me acunara, y besó mi sien.

—No llores, mi pequeña. Escúchame hasta el final —susurró en mi oído.

Me estremecí entre sus brazos, escondiendo la cara en su pecho.

—¿Recuerdas que a la mañana siguiente te pregunté si sentías algún malestar? —preguntó en otro susurro.

—Por eso querías evitar que bebiera de ti —murmuré—. ¿Creías que me envenenaría?

—Cabía la posibilidad. Pero dices que no sucedió nada.

—Tu simiente me quema el vientre pero no me enferma el estómago: me llena la cabeza de nubes.

—¿A qué te refieres?

Intenté explicarle lo que había sentido en dos ocasiones ya. No emitió ningún sonido. Sin embargo, percibí que su corazón latía más rápido.

—Gran Dios, es cierto —murmuró luego, sus labios contra mi pelo. Sus brazos me apretaron estrechamente por un momento.

—¿Qué ocurre, mi señor? —me atreví a preguntar cuando el silencio se prolongó, su corazón latiendo con fuerza bajo mis manos.

Habló junto a mi boca, su aliento acariciando mis labios.

—No eres inmortal. No eres loba. No eres del todo humana —susurró con intensidad—. Nadie comprende lo que eres. Pero eres mi compañera.

Su beso impetuoso me dejó sin aliento. Me eché a temblar, intentando comprender cabalmente lo que acababa de revelar. Su honda inspiración hizo que su pecho pareciera empujarme hacia atrás.

—Lo que te hace sentir mi simiente —dijo en voz baja—. Eso confirma que eres mi compañera. Aun así, unirme a ti te mataría.

—¿Porque aún no cumplo los diecisiete? ¿O por la mancha que me dejó el inmortal?

—Por ambas cosas.

Sentí un nudo en la garganta, pero lo que dijo a continuación dejó mi llanto en suspenso.

—También significa que tenemos esperanzas de poder estar juntos, si estás dispuesta a afrontar lo que demandaría. Mi simiente puede limpiar la tuya, pero llevará tiempo, porque no puede tocar tu vientre.

—Si tú estás dispuesto a intentarlo, yo también.

—El tiempo transcurre distinto para nosotros, mi pequeña. Lo que para mí es una estación, son años para ti.

—No me importa.

Sofocó la risa contra mi pelo y suspiró.

—¿Aun si no puedo permitir que me veas hasta que estés lista? Había planeado mostrarme ante ti, pero mi hermana te quiere en el castillo, y sólo me otorgaron estas breves semanas hasta la primavera contigo. De modo que aún no puedo revelarte mi identidad.

—¿Porque tú también vives en el castillo?

—Sí, y nuestras leyes son estrictas. Nadie puede saber sobre nosotros hasta que estés preparada para tomar tu lugar a mi lado. Si supieras quién soy, tu esencia te delataría cuando me veas. Creerán que estamos teniendo un amorío, y eso está prohibido. Serías expulsada del Valle.

—¿Y tú? —pregunté en un hilo de voz.

—Sería juzgado y castigado. —Se encogió de hombros besando mi frente—. Pero no antes de que los inmortales te encuentren al otro lado del Bosque Rojo. Nunca llegaría a tiempo para salvarte y huir contigo a través de las montañas.

—¿Por qué huirías conmigo, mi señor?

Pasó un brazo bajo mis piernas y se incorporó sin dificultad, besándome. Me soltó sobre el jergón para cubrirme con su cuerpo.

—Porque eres mía, pequeña —resolló junto a mi boca antes de volver a besarme—. Y pronto seré tuyo para siempre.

En otro momento, semejante declaración me habría convertido en un mar de lágrimas de pura felicidad e incredulidad. Pero no me dio ocasión. Terminó de hablar ya deshaciéndose de mi jubón, y continuó besándome mientras me desnudaba.

Poco después, me hacía gemir y estremecerme contra su boca, perdida en aquel placer cegador. El placer me atravesó como una lanza de fuego del pecho al vientre.

Apenas levantó la cabeza, agitado, me alcé sobre un codo y tendí mi otra mano hacia él, buscándolo a tientas, jadeante, temblorosa. Se irguió apenas toqué su cabello corto y sedoso. Sus puños se hundieron en el jergón a mis lados, y un instante después su mano se deslizaba detrás de mi nuca. Lo sujeté sin gentileza, mis labios separándose para atraparlo. Lo deseaba, lo necesitaba. Quería volver a perderme en ese elixir exquisito.

Bebí de él con ansiedad, paladeando cada gota de miel que acariciaba mi lengua. Tan pronto tuve a bien soltarlo, se dobló sobre sí mismo. Su beso impetuoso hizo que nuestros sabores se mezclaran en nuestras bocas.

Apoyó la frente contra la mía sin aliento, todo su cuerpo destilando esa esencia que no quería dejar de oler jamás.

—Cuando nuestros cuerpos sepan igual, estarás lista —jadeó.

Pareció desmoronarse a mi lado, cubriéndome a medias con su cuerpo. Empujé su brazo para hacerme lugar contra él. La cabeza me daba vueltas. Si no me aferraba a él, me alejaría flotando hasta desaparecer. Me estrechó con un suspiro entrecortado y me hice un ovillo contra su pecho.

Despertar a sus manos recorriéndome fue como pasar de un sueño a otro. Seguía tendida de lado. Me arqueé demoré en aquella sensación maravillosa. La de su cuerpo contra el mío, la de su calor y su esencia única. Y esa emoción desconocida que se abrió paso para llenar mi pecho bajo sus manos: la de su afecto. Lo que nunca creí que conocería viniendo de un hombre, mucho menos un lobo. Esa serenidad cálida que se mezclaba con lo que sólo puedo llamar felicidad.

—Buenos días, mi pequeña —susurró en mi oído, una mano deslizándose por mi estómago.

—Buenos días, mi señor —murmuré.

Su aliento en mi mejilla me hizo volver la cara y alzarla hacia el origen de su voz. Sus labios cubrieron los míos al tiempo que su mano resbalaba por mi cadera. Las suyas se apretaron contra mí, y la presión breve pero firme entre mis glúteos pareció hablarle directamente a mi vientre.

Me abandoné a sus besos y sus caricias, y cuando se hartó de jugar conmigo, haciéndome gemir y rogar y revolverme, lo reclamé en mi boca. Mi cabeza cayó hacia atrás, aún saboreando los últimos vestigios de miel en mi lengua, mi cuerpo anticipando esa liviandad, ese convertirme sólo en emociones y percepciones, que parecía intensificarse con cada encuentro. Volvió a tenderme en el jergón y se acostó a mi lado todavía agitado, reteniéndome en sus brazos. Flotando en aquel bienestar increíble, logré hallar su pecho y el hueco de su cuello para hundirme en su olor.

El Valle de los LobosWhere stories live. Discover now