Capítulo 8

179 24 14
                                    

Cuando reaccioné, seguía arrodillada sobre el suelo de la cueva. Un par de brazos fuertes me rodeaban y mi mejilla se apoyaba en una tela suave, bajo la cual un corazón latía a un ritmo lento y regular. Me enderecé bruscamente, buscando a tientas los pliegues del corpiño para cerrarlos avergonzada. El lobo guió mi mano a tomar un cuenco de agua.

—Gracias, mi señor —resollé luego de vaciarlo.

—Necesitas recostarte —susurró con una suavidad inesperada—. Porque aún hueles a plata.

Me ayudó a incorporarme y dar los pocos pasos que me separaban del jergón.

—Veamos qué otra sorpresa nos preparó tu hermana —murmuró haciendo que me recostara—. No te muevas.

Acomodó mis piernas extendidas, me quitó las botas y cubrió mis pies con la manta, como para evitar que tomara frío. Contuve el aliento cuando se inclinó sobre mí. Olió mi cara y mi cuello con lentitud, luego su aliento corrió como un hálito tibio sobre mi piel, de hombro a hombro.

Me estremecí cuando apartó mis manos de los pliegues desatados del corpiño, permitiendo que se abrieran. Sentí que moría de vergüenza cuando siguió revisándome, porque mi pecho se alzó como por reflejo al sentir su aliento.

Se inclinó un poco más, hasta que su nariz rozó mi pecho, que volvió a saltar. Mi corazón latió con fuerza cuando movió la nariz en círculos, tocando apenas mi piel. No sé cómo logré mantenerme quieta al sentir el roce fugaz de sus labios.

—Aquí no —susurró.

Sus manos se apoyaron junto a mi cintura y olió el vestido hasta detenerse justo por debajo de mis caderas.

—¿Llevas algo bajo el vestido? —preguntó con toda seriedad.

Me cubrí la cara con ambas manos al asentir.

Sentí que sujetaba mi falda. El lino se deslizó por mis piernas hasta mis muslos, y me aplasté contra el jergón cuando alzó la falda más allá de mis caderas.

—No te muevas. La plata está aquí.

Hubiera querido que la tierra me tragara cuando su aliento tocó mi piel. No sólo moría de la vergüenza: sentía toda clase de sensaciones extrañas en mi vientre, como cuando rozara mi pecho. Apoyó las manos en mis muslos, como para evitar que me moviera, y la punta de su nariz se paseó sobre las diminutas bragas que me enviara Lirio, de una cadera a la otra.

Orientó su búsqueda un poco más abajo y se detuvo bruscamente a escasos centímetros de mi entrepierna.

—¿Qué diablos? —masculló para sus adentros. Lo sentí erguirse bruscamente, apartando sus manos de mis muslos—. Quítatelas.

—¿Mi señor?

—Olvídalo. Yo lo haré.

Antes que pudiera darme cuenta, sus dedos engancharon la cintura de las bragas y jalaron con suavidad hacia abajo. Apenas alcancé a empujar la falda para cubrirme, al mismo tiempo que él me sujetaba una pierna y luego la otra para retirar la prenda íntima. Atendí al sonido inconfundible de su olfateo para ignorar mi agitación.

Salté en el jergón cuando me sujetó la mano, rozando accidentalmente mi vientre. Ignoró mi sobresalto para guiar mis dedos a las bragas y me hizo palpar otra pequeña pepita, chata y alargada, oculta en la costura interna de la prenda.

—¿Te das cuenta dónde está?

Curiosa, me senté y tomé las bragas con las dos manos, palpando hasta reconocer el escondite del fragmento de plata: quedaba exactamente en la entrepierna. Volví a sobresaltarme cuando me acarició la cabeza.

—Si hubieras llegado con esto al castillo, no hubiera terminado bien para ti. Nada bien.

Me quitó la prenda de las manos con suavidad y oí un chisporroteo distinto entre las llamas. El olor de tela quemada flotó un momento en el aire. El fugaz roce de sus labios en mi cabello me dejó sin aliento. Sentí que olía mi frente, y sujetó mi barbilla para que alzara la cara. Su nariz se deslizó como un soplo por mi mejilla.

—¿Cómo es posible que huelas así? —murmuró, y comprendí que la breve cosquilla contra mi piel eran sus bigotes.

—¿Así cómo, mi señor? —inquirí en un hilo de voz, completamente inmóvil, el corazón latiendo con fuerza en mi pecho.

—A enebro, como los humanos... —Olió mi mejilla muy cerca de mi boca—. Un poco a paria... Y algo más que no reconozco...

Su nariz subió hacia la mía y sentí su aliento sobre mis labios, que se entreabrieron sin consultarme. Se demoró así por un instante que bastó para que mi corazón se desbocara.

—Deshazte de este maldito vestido —dijo en un soplo, y aspiré como si pudiera respirar sus palabras. Su piel humana también olía vagamente a rocío y bosque. Y por algún motivo que se me escapaba, hacía que la cabeza me diera vueltas.

—No tengo otras ropas —murmuré junto a su boca.

—Yo te enviaré nuevas mañana.

Creo que asentí.

Se apartó de mí y sentí un eco de algo que sólo puedo describir como desilusión. Hubiera querido seguir sintiendo su aliento en mi piel, y sus manos que me tocaban con gentileza. Y sobre todo, hubiera querido que volviera a sostenerme en sus brazos, como cuando me desvaneciera un rato antes.

Me sobresalté al sentir sus manos en mis hombros.

—Te ayudaré a quitártelo —susurró en mi oído, y me di cuenta que había rodeado el jergón para agacharse a mis espaldas.

Esperó a que me tapara las piernas con la manta y me hizo levantar los brazos, alzando el vestido más allá de mi pecho y mi cabeza en completo silencio. Me apresuré a cubrirme hasta la barbilla, volviendo a acostarme en el jergón. La piel de oso agregó su peso y su calor a la manta. Lo dejé arroparme como sólo Tea hacía, y sólo cuando estaba muy enferma. Apoyó su mano en mi cabeza una vez más, siempre en silencio. Tras la venda, de pronto mis párpados se sentían pesados.

Lo oí alejarse hacia el arcón y me tendí de cara al fuego, dándole la espalda, para permitirle la poca privacidad que podía ofrecerle. El último sonido que reconocí fue el crujido del taburete cuando se sentó al fondo de la cueva.

Desperté en medio de la noche. Sin sobresaltos, simplemente me hallé despierta. Seguía tendida de cara al fuego, bien abrigada bajo la manta y la piel de oso, sobre la que el lobo se tendiera a dormir contra mi espalda. Entonces sentí su trufa fría y húmeda tocando mi hombro. Su aliento era como una caricia cálida sobre mi piel. Hubiera querido atreverme a darme vuelta, para sentir su respiración pausada y profunda en mi pecho. Cerré los ojos con un suspiro, contentándome con el rastro de su olor a bosque y rocío. Y madreselva.

El Valle de los LobosHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin