Ser suficiente.

53 5 8
                                    

[...]



















—Chūya, deberías calmarte —indicó pasivo, intentando calmar al pelirrojo.

                       La verdad es que ésta situación ya lo estresaba. Chūya es un amor de persona, se preocupa por sus seres queridos y es sobreprotector, sin mencionar que es lo suficientemente independiente como para hacer todo solo.
Y Dazai sabía que ese es el problema, aquella autosuficiencia de Chūya es lo que lo lleva a su estado actual.
Actuando como un monstruo descontrolado, gritando hasta que pareciera que se rompería una cuerda vocal por el ensordecedor ruido, el como sus manos cada vez se tintan de pequeñas gotas rojizas, mismas de su cuerpo. Su sangre.

                       Se veía deplorable.
Tan enojado consigo mismo.

—Chūya... —ni siquiera pudo terminar de hablar, un libro muy gordo pasó a centímetros de su cabeza—. Cálmate, respira ¿bien?

—¡¿Por qué no te vas un poquito a la mierda?! ¡Déjame en paz!

                       Su timbre de voz ya tembloroso, el temblor en sus piernas y cómo le fallaba enfocar la vista animó a Dazai a dejar la bolsa con mercadería.
Se acercó cuando Chūya se dió la vuelta y acuchillaba con lo que parecía ser una brocha en su lienzo. Aquel que tanto tiempo le costó a Chūya, ese que se pasó noches de vela trabajando, del que le hablaba apenas abría sus ojos y el mismo que comentaba durante la cena.
                       A Dazai le dió tanta impotencia, ¿qué podía hacer más que consolarlo?
Agarrarlo fuerte entre sus brazos esperando paciente a que el joven dejara de patalear por querer separarse y continuar con la destrucción de su estudio.

—¿Puedes escucharme Chūya? —ignoró el golpe de los nudillos sangrientos en su pierna y apretó más al chico contra su pecho—. Estás bien, ¿sí? Deja de lastimarte, querido.
Lo has hecho muy bien.

                       Dazai contuvo las lágrimas levantando el mentón hasta ver el techo y se dejó caer gracias a la gravedad hacia el suelo. Encerró a Chūya con sus piernas y como pudo sostuvo sus brazos en cruz.
Dios, respiraba con tanta dificultad y los cueros levantados le dolían como nunca. Chūya también sufría, al menos había dejado de gritar y retorcerse, solamente lloraba. Estaba siendo consolado con su calor.

—Muy bien lindo, respira tranquilo —animó con un suspiro sin relajar el agarre—. Estás conmigo y estás bien.

—Soy un idiota —susurró, áspero como la lengua de un gato y tan afectado como uno asustado, notaba por su piel de gallina—. No hay nada que haga bien. Llevo años intentando aprobar la materia que arrastro como un muerto en la espalda —se ahogó con su sollozo, destrozado tanto emocionalmente—. No importa qué, cómo o cuándo lo intente, no soy bueno. No sirvo, no soy suficiente.
Jamás voy a graduarme.
Todo el tiempo es: “oh Chūya eres tan talentoso, se nota que no tienes que esforzarte en nada”. “Oh Chūya, tienes tanto talento, ¿por qué te enojas?". “Chūya es el mejor en décadas, ¿por qué se molestaría por una nota?”. “La gente con talento como Chūya no sabe lo que es quemarse el cerebro en las noches para que algo le salga bien, es tan talentoso”. —Expresó tan exasperado en las últimas oraciones, descargando su rabia en sus brazos—. ¡¿Qué saben ellos?! ¡¿Que se necesita entonces?! ¡Dime Dazai, si tanto talento rebaso ¿entonces por qué?! Los odio, no saben nada.
Me odio, soy inútil; una tonta basura buscando un futuro pobre. Me odio tanto que puedo apuñalar mi corazón en éste preciso instante. ¿Sería tan fácil no? Oye, dime; ¿todavía anhelas ese deseo tuyo? Eras un tonto suicida, ese tonto sigue ahí dentro verdad. ¿Nos suicidamos juntos? ¿Tu gran sueño, no? El suicidio doble.

                       Chūya se quedó esperando la respuesta del chico, atento, desesperado. Quería tanto en éste momento desaparecer, quitarse esa agonía. El estrés se lo comía tan despacio que no hallaba otra posibilidad de quitárselo más que matar algo de él.
                       Aprovechó su pico de adrenalina y forzó el agarre del castaño para verlo cara a cara.
Y no encontró el aire cuando lo vio. Tan, tan sincero. Era lo más hermoso que había visto en su vida.
Las mejillas tan claramente avergonzadas con ese tinte tímido, las lágrimas calientes deslizándose hasta su mentón; y sus ojos, esos que le recordaban tanto al aroma a chocolate, en los tiempos de lluvia. Así eran los ojos de su Osamu.
Melancólicos, dulces, de un alma rota que tenía una y mil anécdotas que narrar y que él estuvo horas y horas en la madrugada escuchando atento.
A cada verso, a sus suspiros nerviosos y como se le escapaban las risas sencillas para menguar la preocupación ajena.
Y ahora lo veía, por primera vez encontró el dolor desnudo en él. Era tan inefable la emoción, porque no le cabía en el pecho. Le atacaba con nula mensura y le hizo temblar angustiado.

Es una maravilla, no, ni siquiera me alcanzan todas las palabras del mundo para describir lo demasiado hermoso que se me ha hecho verlo en éste estado.
Vulnerable por no saber cómo acallar mi tormento”.

—Osamu...

—Ese tonto chico suicida murió cuando te conocí, Chūya.

Sweetie.Where stories live. Discover now