Pa' arriba, pa' abajo, pal centro y pa' dentro.

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[...]



























                       Chūya se sentía bien cuando estaba con él. Bueno, no lo demostraba para nada, de hecho, parecía que cuando estaba con él podría asesinarlo. Él se esforzaba por mostrarse de esa manera, no quería que el muy bastardo se diera cuenta de lo mucho que le gustaba estar con él.
No se debía por nada en particular, es sólo el hecho de sentirse más libre y, quizá, un poco más humano o comprendido.
                       No tenía mucha idea de lo que el castaño pensara de él, ni siquiera quería imaginarlo por su propio bienestar. Sin embargo se negaba a creer que Dazai de verdad lo odiara y es que en realidad Chūya fue el que se mostró reacio a convivir con él por como se conocieron. Dazai era el que intentaba acercarse al principio, hasta que cedió. Sí, era un poco manipulador y lo sacaba de quicio, también era muy arrogante, además de que lo vivía molestando, despreciaba su sombrero y no lo dejaba en paz sea donde sea que estuviera... sí, era un pesado y no sabía porqué le gustaba tanto tenerlo a su alrededor empero por ahora no se quejaba.

                       Ese día por la mañana estuvo muy tranquilo haciendo su trabajo, no se molestó en salir de su pequeña oficina y solamente se preocupo por salir cuando le daba hambre y de manera obligada debía comer. De ahí en más el día se le hizo muy rápido, pese a que se sumergió en el papeleo. Bueno, quizá eso lo distrajo lo suficiente del día.
Ese día en particular, como desde hace un par de años venía haciendo, se vistió de arriba abajo de color negro.
Su camisa, su chaleco y pantalones de vestir de color negro, sin mencionar a su preciado abrigo.
Esas prendas las usaba únicamente ese día con el propósito, quizá más ridículo pero no menos significativo para él.
Y es que, ¿cómo podía hacer para demostrar respeto? Lo primero que se le ocurrió era simple, ir a visitarlo, no obstante, no era suficiente.
Así que, para ameritar el día completo se vestía de negro.

                       Y cuando llegaba la hora, las 18:00 p. m cuando el cielo ya anunciaba el fin de la mañana con sus colores pasteles, libre de cualquier nube y con una brisa más fresca, es cuando aprovechaba para ir.
                       Caminó seguro entre uno que otro manso árbol viejo y lleno de marcas, en su mano izquierda portaba un vino dulce y fuerte de varias décadas de reserva junto a un pequeño libro en su otra mano, el mismo que pasó viendo reiteradas veces y hace tiempo venía leyendo.

                       No tardó mucho en llegar a las lapidas pulcras. Haciendo orgullo a Chūya porque pese a que este día vestía de negro, él venía todos los días a pasar tiempo ahí. Por eso el buen cuidado, ya que se tomaba el trabajo de limpiar ambas lapidas y dar una oración rápida antes de irse.
Ese día, el mismo que murió Oda Sakunoske y asimismo el día en el que Dazai Osamu, se quitó la vida.

                       Chūya hizo una reverencia ante la lápida de Oda antes de simplemente sentarse enfrente de la lápida de Dazai, sin ningún tipo de costumbre como se suele hacer para demostrar respeto a los fallecidos.
Chūya en realidad no hablaba con Dazai como uno suele hacer para no sentirse solitario en ese territorio agrio, sino que él se servía una copa de vino y abría ese libro que detestaba.

"La muerte por ahorcamiento es verdadera, simple y sin dolor, y es amada de manera abrumadora por hombres, mujeres y niños, y puede ser llamada el rey del suicidio".

                       Empezó a leer con calma, sin apuro y suavizando su voz conforme pasaba la página, no se limitaba con el volumen, siendo que podría escucharse claro y seguro. No mostrándose avergonzado o cohibido de leer tal cosa.
El atardecer pronto era un manto oscuro que dificultaba la visión del pelirrojo, no había siquiera terminado su copa de vino en todo ese rato, por lo que cerrando el libro de golpe de un sopetón ágil se terminó el contenido.

—Cuando terminemos éste libro leeremos el tuyo, Oda-san —fueron las palabras de Chūya lo que terminó con el ofuscante ambiente de pesadez que siempre se armaba una vez que debía irse.

                       El pelirrojo como hizo al principio, realizó una reverencia en respeto a Oda y dando el último vistazo a la tumba de Dazai se retiró.
Quizá nadie creería que él iba ahí a leer un libro sobre el suicidio en un cementerio, a una persona fallecida que se había suicidado y mucho menos que no hablara molesto en reclamos al castaño del por qué lo hizo o que siempre odio su presencia.
Quizá parecía irreal, o quizá perdió la cordura después de la partida de lo que, para él, en un momento llegó a ser su familia.

                       El pelirrojo llegó con pereza a su departamento, bañándose sin comer nada ya que no tenía ánimos para nada más que acostarse y desmayarse hasta que no recordara ni su nombre al tener que despertar.
Ese deseo, que tenía desde hace un buen tiempo, se cumplió a medias.
Ya que sí consiguió dormir profundamente, dejando que su mente se revuelva en recuerdos de Dazai y él, cuando eran unos mocosos de quince años peleando hasta por quién respiraba más fuerte. Sin ser conscientes de que, al final, uno necesitaría tanto del otro al punto de que entre sueños le lloraba todas las noches, extrañando su esencia de bufón.

                       Porque sí, Chūya maldecía el momento en el que Dazai se fue y él, que por fuera decía "desearía que te fueras", mas no había una más cruel mentira que esa, porque se sentía solo todo el maldito tiempo, reprimiendo sus miedos infantiles.
Era el cariño disfrazado que se tenían lo que extrañaba, las bromas pesadas, el mirarse fijamente para al final, que uno de los dos sonriera arrogante y se fuera sin decir nada, una tonta manera que tenían para molestar al otro.
Y es que incluso con ese trato raro de ambos, cuando Dazai parecía más perdido de lo normal él lo animaba con cualquier cosa, ya sea preparando su comida favorita o sacarlo a caminar por la base de la PM.
Cuando Chūya se tensaba del miedo debido a que en una misión todo se complicaba y debía usar corrupción, era Dazai el que luchaba contra sus inseguridades, asegurándole que estaría para él para salvar su vida, que no lo dejaría morir y estaría para él en el peor de los casos.

                       Después de todo eran compañeros, y aunque se suponía que el tiempo curaba heridas, él se sentía igual de mal que en el primer instante que le dijeron que Dazai se había ido.
Y sí, se sentía igual de solo como lo había estado desde siempre, porque fue Dazai uno de los que llenaron un poco su vida con color.
Y ahora estaba solo, más solo que nunca.
Ese día, era suyo, era el día más solitario que podía existir.

Sweetie.Where stories live. Discover now