El fin de Blancanieves.

148 11 1
                                    

[...]





























                       No podía creerlo.
No. En realidad, no quería creerlo.

—Dime Chūya...

                       Sabía que estaba condenado a vivir una vida cargada de deshonor, con la vergüenza instalada en su frente. Pero jamás le quiso dar importancia necesaria y siguió con su vida.
Actuando, riendo, sufriendo... ser un bufón le ayudó hasta cierto punto. ¿Pero ahora qué?
Su raciocinio era el fuerte que le caracteriza en algunas de las circunstancias de su vida, sí, actuaba como un tonto, pero eso no significa que de veras lo fuera. Así que vivió confiado de que aunque estuviera destinado a sufrir, estaría tranquilo el tiempo suficiente para por fin darse un final. Un final que acabaría con todo el peso de ser quien era, que aunque no eliminaría sus pecados, ya no tendría que atormentarse por las consecuencias de los mismos.
Volviendo a la pregunta, ¿ahora qué? Pero, ¿ahora que de qué?
Bueno, el bufón que parecía inmune al sabotaje, tampoco era tan cierto. Sí, tenía una cara de estúpido y, cuando tenía que quitarse su máscara parecía que no te perdonaría la vida; pero no era inmune a los sentimientos.
Y él lo sabía, de alguna manera, estaban ahí, colisionando constantemente en una lucha irremediable que sólo le frustraba y daba dolores de panza. Por eso es más fácil mentir, el ignorar que estaban ahí era más llevadero que aceptarlo, así no tendría ninguna culpa sobre sus crueles palabras, sus malos tratos y su detestable actuación. Así era mejor, se dijo una vez, pensando en lo irónico que era hacer a alguien que te odie para que este alguien no sufra.
Una metáfora era la palabra que le pertenecía, diciendo una cosa y en realidad tenga el significado contrario.
Porque no sabía medirse, jugar en el ámbito sentimental no era lo suyo si no era para ocasionar daño. Porque así era él, dañaba, no reparaba nada con cambiarse de bando. Sólo era un estúpido.
Sin embargo confió, hizo una promesa y la cumplió, ¿qué sabía él, que más tarde esa sería su carta de desgracia? Ah, porque lo fue. Fue horrible dormir incluso cuando no habituaba a hacerlo, pero fue más horrible la pérdida en su interior.
Aquel frágil mecanismo que se impuso para no deformar su forma de vida de una vez por todas cayó ante unos encantadores y salvajes ojos ajenos.
Esos que le perseguían donde fuera, una lucha perdida y que su corazón no le daba tregua ¡era tan patético! Sentirse como se sentía, no le reconfortaba ni el desmayo, porque sentía esa arrogante voz gritona que le ponía los vellos de punta. No superaría su presencia, estaba marcada toda la esencia en su alma, recordándole como una madre estricta por qué era tan infeliz.

¿Por qué, cuando parezco al fin perecer, no me siento como siempre lo desee?

                       Su voz era baja, ronca y llena de un rencor comprimido que le recorría una rabia interna. Esa emoción de pura ira, tan melosa que se fundió en sus manos empuñadas, manchadas de su propia sangre por contenerse la descarga que vino desde su cabeza.
Odiaba tener que morir cuando de algún modo u otro encontró la tímida luz que le hacía falta para sentirse vivo y no un ser que entrego su alma al diablo en un intento desesperado de ser humano y el malvado le dió la espalda como si fuera simple basura que ni siquiera merecía eso.
Maldijo el episodio de llanto que se atravesó en sus ojos, tan brillantes de dolor.

—Es terrible que vayas a tener que morir conmigo en frente, Dazai...

                       El demonio habló, pero no le prestó atención, muy concentrado en memorizar la velocidad en la que latía su corazón cuando pensaba en él, su cabello singular y su exhaustiva personalidad tan poco delicada en contra con sus refinados movimientos.
El regocijo en su pecho si pensaba que cuando lo abrazara, él se llevaría la sorpresa de escuchar los latidos apresurados de su corazón, ansioso de salir de su pecho y abrazar al amante del que su vitalidad se había enamorado.

                       Sonrió muy contento, de que, aunque perdió la lucha contra sus sentimientos, estos salieron con todo entusiasmo en el afortunado y trágico momento que se hallaba.

—No me importa morir aquí con tu apestosa presencia si ni siquiera la tomo en cuenta.

                       Eligió sus últimas palabras en una burla muy pesada teniendo en cuenta que por fuera parecía disfrutar su muerte, siendo esto todo lo contrario debido al futuro que planeó una vez que dejara de ser un cobarde.
Pero qué se le podía hacer, que aunque no podía creer que moriría en unos segundos, tenía que hacerlo. Ya que no era intención suya morir con un cargoso lamento.

—Ésto está bien para mí, no tendré que preocuparme por nada más.

                       Alcanzó a decir casi sin aliento.
Con una tranquila sonrisa y sin haber atisbo de agobio en sus facciones falleció pensando en su único y mejor amigo, en su familia  que lo acogió pese a todo y a su amor.

«Aunque me haya quedado sin tiempo aquí, estoy seguro de que eso le aliviará y abrirá su más caro vino para celebrarlo».



































—¡Dazai-san!

                       Los olores eran conocidos, las voces eran confusas y su cuerpo ardía con un calor indomable al parecer.
Abrió los ojos demasiado confundido porque no esperaba haber sobrevivido.

—Dazai-san —susurró ahora la voz no tan alterada y con pura despreocupación.

—Tendrás que agradecerme después de que te haya salvado. Me costó varios intentos, desgraciado.

                       Dazai vio a sus compañeros e incluso a su jefe, parecían aliviados de verlo bien. Él abrió los ojos comprendiendo la situación definitivamente.
Escatimando su salud, se quitó las sábanas de la camilla y estuvo de pie de golpe, sorprendiendo a todos por tan osada acción y cuando quiso llevarse la salida por delante su pupilo acudió a él medio alterado.

                       No razonó con ellos y fue por su ropa, yendo directamente con la única persona que en estos momentos abarcaba en su consciencia.
No fallaría esta vez, no importa el rechazo si al fin podía quitarse la bola desasosiega de la garganta.

                       Entró sin problemas a lo que antes fue la sede de su trabajo y se encaminó sigiloso a la oficina del dueño de su estupidez.
Era tarde y ya se veía como el crepúsculo comenzaba, confiaba que estaría ahí empezando su hora laboral.
En efecto, ahí estaba. No de la manera que esperaba pero sintió aminorar su ansiedad al verlo tan indefenso y relajado.
Cerró la puerta y camino lento hasta su lado.

—Quién va a pensar que el gran y todo poderoso Chūya duerme borracho sobre su escritorio en hora de trabajo.

—Cállate —respondió esa voz con nulo entendimiento—... no puedo creer que ya esté alucinando que está a mi lado.

                       Giró su cabeza y Dazai aprecio la vista perezosa que le ofrecía Chūya.
El pelirrojo ni bien detallo mejor su estado y se sonrojó con violencia.

—¡Bastardo qué haces aquí!

                       Se levantó de la silla, con vaga intención de darle una patada.
Dazai alzó sus manos inocentemente y juguetón dijo;

—Venía a despertar a Blancanieves como se merecía.

Sweetie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora