Especial SSKK.

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                       Recién salía de su casa con un humor intratable, se moría por golpear o destruir lo que sea para quitarse ese sentimiento de repentina ira.
Siempre lo mismo con él y su nula capacidad para conectar con sus propias emociones, llevándolo a este punto de tener que escapar de casa para saciar sus deseos inmorales.

                       Llegó a un bar de mala pinta que por dentro dejaba mucho de lo que hablar, sin embargo no importaba. Si su cabeza se iba por las nubes del alcoholismo su hogar quedaba a la vuelta de la esquina.
Era temprano pero Akutagawa supuso que era la hora del climax en el lugar.
Después de todo la música sonaba alta mientras uno que otro bailaba en el escenario, agitándose sensual, con un líquido dudoso en la piel mientras el dinero se pegaba al cuero.

                       ”Repugnante”, pensó con una mueca de insatisfacción.

                       Se tragó una vez más aquel vaso tallado de vidrio, que, en realidad, no supo qué contenía. Él sólo pidió algo fuerte para quedar incapacitado rápido e irse a casa a dormir entre la penumbra.
O al menos, esos eran sus planes. Hasta que literalmente, las luces del bar se apagaron en su totalidad y, al encenderse una vez más las mujeres de pechos gordos y uñas carmín junto a los viejos hombres comenzaron a chillar de tal forma que incluso Akutagawa se obligó a ver por qué tanto fanatismo.

                       Ésta vez apareció un muchacho delgado, de piernas tan blancas como su pecho, cabello albino y brillante e hipnotizantes ojos ambarinos.
Vestía ropa, a diferencia de los otros.
Tenía una remera manga larga que llegaba solamente hasta el comienzo del abdomen, unos calzoncillos apretados, una corbata suelta y tenía una cadena plateada rodando la cintura estrecha.
Sin mencionar que al parecer tenía un vago intento de orejas felinas en la cabeza y de la cadena desprendía una tela gorda, simulando una cola.
Se veía magnífico y, especial.
Las luces eran tenues pero el parecia iluminar más que el sol con tal presencia voraz.
Ni siquiera los gritos, aplausos y el mal olor a cigarrillo pudieron molestar a Akutagawa en el momento que le echó un vistazo.

—Ese es el tigre lunar —habló el bartender, limpiando vasos porque todos parecían muy entretenidos con el Show que en un principio a Akutagawa le pareció de mala muerte—. Después de las 00:00 a. m es cuando más gente llega por él y para él.

                       El pelinegro se quedó en silencio, muy ocupado en ver los pasos ágiles que el chico realizaba sin problemas, parecía muy ligero, como si no pesara nada.
La flexibilidad de su cintura y columna le parecía irreal, el cómo arqueaba su torso hasta llegar fácilmente al suelo con la ayuda de sus rodillas que se abrían para avanzar con la coreografía.
Luego se tumbaba con lentitud boca arriba hasta alzarse rápido otra vez y seguir bailando.
Su expresión variaba entre la concentración y la dulzura.

                       Akutagawa no pudo explicar el sentimiento raro en su garganta por ver a un chico bailar, quizá era el alcohol en su organismo lo que le hizo seguir mirando con cautela hasta el mínimo roce que hacía el bailarín con sus manos, o el seguimiento atento de como esas piernas delgadas demostraban una fortaleza natural y retadora.
Porque no podía expresar en sus pensamientos la manera en que su torso lo atrapaba.

                       Era tan atrayente, elocuente y fascinante verlo bailar.
Seguro y modesto de lo que hacía. Porque sí, no había miradas coquetas o un baile morboso.
Era un arte mirarlo y apreciar que hacía algo que le gustaba.
Su mirada genuina y su marcha auténtica atrapaban a quien sea.

                       Incluso a un patán como Akutagawa que se obligó a irse, todavía más enojado, porque se excitó con el baile de alguien que no conocía.
Ahora se podía odiar tranquilamente.

Sweetie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora