Tutor.

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[...]






















—¡Pero Anee-san! —chilló exasperado ya, cansado de la discusión, que realmente, no llevaba a ningún lado.

—Que no, Chūya.

                       En cambio la mujer seguía inquebrantable, pulcra y digna de su nombre.
No es como que no entendiera que su Chūya estaba en esa etapa de la vida donde quieres experimentar con tu cuerpo y ese tipo de cosas, ella tuvo sus momentos también donde a veces sólo quería raparse. Sin embargo no lo hizo porque sabía que se arrepentiría más tarde; ese favor le hacía a Chūya en este instante.

—Vamos, ni siquiera es algo que te perjudique a ti.

                       Aun con ese vago intento de convencimiento no logro sacarle una afirmación a la pelirroja hermana suya.
Odiaba tanto esa impotencia de no pertenecerse por las decisiones que tomaban los demás por él dizque porque no tenía la edad ni madurez suficiente.
Al carajo la madurez.

                       El pelirrojo fue a su cuarto cerrando despacio la puerta y se cambió lo más rápido que pudo a la vez que tenía el teléfono en su hombro y oreja, llamando a la única persona que podía ayudarlo.

—¿Chūya?

                       La voz cansada y grave le hizo pegar un pequeño salto, se oía tan... bueno, no iba a pensar en eso.

—Estoy yendo a tu casa.

—¿Qué?

                       Chūya sólo colgó e hizo una respiración profunda para largarse por la ventana. Estiró un poco sus músculos una vez que estuvo de pie y tomó carrera con el corazón en la garganta... definitivamente se volvió loco.

























—Entonces, quieres que te acompañe a que te hagas un piercing porque yo soy mayor de edad y así no habrá repercusiones incluso si sabes que tu hermana querrá matarme o dejarme sin descendencia.

—Sí, algo así.

                       El castaño miró un poco indignado como Chūya ni siquiera parecía prestarle atención, estaba recostado en su sillón con la mirada perdida por ahí.
Apretó los labios, de esa forma demostraba su indecisión. No es que tuviera miedo por las consecuencias, confiaba en Chūya, sin embargo quería creer que su pequeño amigo estuviera seguro de lo que quería hacer.

—¿Dónde te vas a perforar?

                       Chūya volteó a verlo al fin, con un semblante tan serio que le quitó sus dudas, Chūya estaba segurísimo de lo que quería lograr.

—Es secreto —sonrió pícaro.

                       Dazai sonrió también, disimulando el infarto que tuvo. ¿Qué le daban a la nueva generación? Cada vez más guapos que la anterior.
Se preparó porque todavía estaba en pijama y acompañó a Chūya para que cumpliera lo que parecía para el pelirrojo un sueño.
No hubo mucho contratiempo en realidad, no pidieron ningún carnet y eso dejó inseguro al muchacho.
No dijo nada y dejó que el joven se fuera con la chica rubia que lo atendería. Se sentó en un sillón y comió unas gomitas que había en un tazón. Se pregunta si Chūya entró al primer local que vio.
Apostaba que se haría una perforación en las orejas, no lo negaba, le quedarían muy bien.

—Recuerda que no va a cicatrizar hasta dentro de unos meses así que ten mucho cuidado. Igual, te queda increíble.

—Gracias. No me dolió tanto como esperaba.

—Nah, es un pinchazo nomás.

                       Dazai vio a la pareja en la lejanía riendo y se paró decidido a irse con Chūya.

—¿Ya está mi amor? —lo abrazó por detrás rodeando su cadera con posesión y besó su cuello. No encontraba ninguna perforación en su oreja—. ¿Te dolió?

—¡A quién mierda le dices...

—Procura no abrazarlo muy fuerte —anunció la chica sin sentirse incómoda, veía muchas parejas homosexuales día a día y este par era increíblemente atractivo de todas formas—. Suerte.

                       Chūya se separó del abrazo y miró al castaño con enojo fingido.
Se cruzó de brazos por encima de su pecho y, dándose cuenta que no quería ser un maleducado, agradeció a la chica rubia y se fue de ahí con Dazai.
El castaño le miraba por todas partes, detallando su figura a medida que pasaba el tiempo con cierta lujuria, algo que Chūya pasó por alto porque él venía adelante y no veía las acciones del mayor.

                       Llegaron a casa y Dazai, de forma inesperada, porque de verdad que no tenía idea de que Dazai hiciera tal cosa, lo acorraló contra la puerta ni bien cerro la puerta.
Frunció sus cejas, avergonzado e incómodo.

—Aaaah Chūya, no soporto que me uses de esta forma —se quejó dramático, abrazando su cintura estrecha—. ¿Por qué no me muestras tu nueva adquisición?

                       El pelirrojo parpadeo confundido, riendo dos segundos antes de reprimir el sonido.
Se separó del castaño poniendo su mano en el delgado pecho, ejerciendo fuerza y logrando alejarlo, aunque sólo un poco porque Dazai seguía con un agarre sólido a su cintura.
Muy lento y, con el movimiento encantador de su muñeca bajó hasta el fin de su remera negra con el estampado de su banda favorita.

—¿Tanto te interesa ver?

                       Dazai dejó pasar el hecho de que Chūya, al chico que vivía molestando, se estaba burlando de él.
Y es que el joven era una preciosura y su encanto jodidamente atrayente le hizo callar cuál perro guardian. Era simple, Chūya traía loco al que se le cruzara y él no era ningún caso aparte.

                       Al final, el pelirrojo, después de hacerse rogar, levantó su remera dejando al descubierto su abdomen, en dónde adornaba el palito plateado, un tanto alargado por si la zona se hinchaba.
Chūya tenía el pupo ligeramente irritado pero no había signos que hicieran a Dazai preocuparse.
Claro, ignorando el hecho de que se había calentado como un estúpido adolescente porque Chūya se veía exquisito con esa perforación rebelde en su ombligo.

                       ¿Quién lo había bendecido con éste manjar, que definitivamente algún día podría saciarse?
No había justicia para Chūya, agradecía haberlo ayudado con su colapso hace un rato.

Sweetie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora