-Tiempos oscuros- respondió Alby con un tono sombrío. Extendió un cuchillo hacia Violet, ofreciéndole la oportunidad de grabar su propio nombre en el muro. Ella dudó por un instante, su mente aún nublada por la incertidumbre, pero finalmente aceptó el ofrecimiento.

El filo frío del metal arañó la superficie de la piedra, marcando el comienzo de una nueva era en la vida de Violet, una era escrita en los muros de un lugar desconocido.

El filo frío del metal arañó la superficie de la piedra, marcando el comienzo de una nueva era en la vida de Violet, una era escrita en los muros de un lugar desconocido

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VIOLET

Ahora estaba con Newt, en el huerto. Resulta que se me daba mejor esto de la jardinería que a él, cosa rara. Nos reíamos mientras él contaba anécdotas, porque yo, obviamente, seguía sin recordar una mierda. Un tal Zart, o Sartén, como insistía Newt en llamarle, se unió a nosotros un rato después. Sinceramente, el trabajo no me entusiasmaba, pero era lo que había por ahora. Según Newt, mañana me harían las dichosas pruebas para ver en qué era "útil".

El tal Sartén era bastante majo, lo conocí durante el desayuno, que, para mi sorpresa, estaba bastante bueno. Todavía no me convencía la idea de estar encerrada en este sitio de mierda, pero Alby había sido claro: tenía que adaptarme.

-Oye, novata- dijo Newt, sacándome de mis pensamientos.

-Deja de llamarme así, platinado- le respondí con una sonrisa, disfrutando de la cara de fastidio que puso.

-Primero, dejaré de llamarte así cuando llegue otro novato. Segundo, es rubio natural. Y tercero, sígueme- empezó a caminar y yo le seguí, aunque con una ceja levantada.

-Vale- me limité a decir, siguiéndole los pasos. Sabía que debería desconfiar, no tenía ninguna razón para confiar en nadie aquí, pero la curiosidad, esa puta, siempre ganaba. -¿Adónde vamos?

-Tú sígueme. Y pégate a mí.

Newt echó a andar hacia la pared oeste. Al principio vacilé, preguntándome por qué de repente iba tan rápido, pero reaccioné enseguida y lo seguí al mismo ritmo, quizás un poco más rápido, porque el chico parecía tener problemas para caminar bien. La luz era casi nula, el sol ya se estaba escondiendo. Newt se detuvo de repente junto al muro inmenso que se alzaba sobre nosotros como un puto rascacielos, otra imagen aleatoria flotando en el turbio charco de mi memoria borrada.

Vi unas lucecitas rojas que brillaban en la pared: se movían, se paraban, se encendían y se apagaban con un ritmo inquietante.

-¿Qué es eso?- susurré, apenas elevando la voz.

El parpadeo rojo de las luces tenía un aire de advertencia. Newt se quedó a medio metro de la espesa cortina de hiedra que cubría el muro.

-Cuando lo tengas que saber, lo sabrás, Novata- le lancé una mirada asesina por ese apodo de mierda.

-Bueno, es un poco estúpido mandarme a un sitio donde nada tiene sentido y nadie responde a mis preguntas- me detuve un segundo, analizando lo que iba a decir antes de soltarlo -Tonto- añadí, volcando todo el sarcasmo posible en cada sílaba.

Newt soltó una carcajada, pero la cortó enseguida. -Me agradas, verducha. Ahora cállate y deja que te enseñe algo.

Dio un paso adelante y hundió las manos en la espesa hiedra, apartando las enredaderas de la pared hasta revelar una ventana llena de polvo, un cuadrado de unos sesenta centímetros de ancho. En ese momento estaba oscura, como si alguien la hubiera pintado de negro.

-¿Qué estamos buscando?- pregunté, la curiosidad picándome por dentro.

-Agárrate bien fuerte. Está a punto de salir uno.

Pasó un minuto, luego dos. Varios más. Yo empezaba a impacientarme, preguntándome cómo Newt podía estar allí tan tranquilo y callado, con la vista clavada en la oscuridad. Era algo... atractivo, jodidamente raro.

Unas luces extrañas brillaron a través de la ventana, proyectando un espectro tembloroso de colores en la cara y el cuerpo de Newt, como si estuviera junto a una piscina iluminada. Me quedé en absoluto silencio, con los ojos entrecerrados, tratando de averiguar qué había al otro lado. Un nudo de terror se formó en mi garganta.

«¿Qué coño es eso?», pensé.

-Ahí fuera está el Laberinto- susurró Newt con los ojos abiertos como si estuviera en trance-. Todo lo que hacemos en nuestra vida, verducha, gira en torno a él. Pasamos cada puto segundo de cada puto día honrando al Laberinto, intentando resolver algo que ni siquiera sabemos si tiene una maldita solución, ¿sabes? Y queremos enseñarte que no es un sitio donde quieras meterte. Te enseñaremos por qué cierran los puñeteros muros todas las noches. Te enseñaremos por qué no debes nunca, y digo nunca, sacar tu culo ahí fuera. Yo te lo enseñaré.

Newt retrocedió, todavía sujeto a la enredadera, y me hizo una seña para que ocupara su sitio y mirara a través de la ventana. Le hice caso y me incliné hasta que mi nariz tocó la fría superficie del cristal. Tardé unos segundos en enfocar los ojos en el objeto que se movía al otro lado. Tuve que esforzarme para ver más allá de la mugre y el polvo lo que Newt quería que viera. Y cuando lo conseguí, noté que el aliento se me quedaba retenido en la garganta, como si allí soplara un viento glacial que hubiera congelado mi respiración.

Una criatura grande y bulbosa, del tamaño de una vaca pero sin ninguna forma definida, se retorcía furiosamente en el suelo del pasillo exterior. Trepó torpemente por el muro de enfrente y luego saltó hacia la ventana de grueso cristal con un golpe seco y brutal. Pegué un grito antes de poder contenerme y me aparté de allí sobresaltada, pero aquella cosa rebotó hacia atrás, dejando el vidrio intacto.

Respiré profundamente dos veces, intentando calmar el latido frenético de mi corazón, y volví a asomarme con cautela. Estaba muy oscuro para distinguirlo con claridad, pero unas luces extrañas, que salían de la nada, revelaban una masa grotesca de pinchos plateados y carne brillante. Unos malvados apéndices con instrumentos afilados en la punta sobresalían de su cuerpo como brazos retorcidos: la hoja dentada de una sierra, unas tijeras gigantescas y unas barras largas cuyo propósito era aterradoramente desconocido.

La criatura era una espantosa mezcla de animal y máquina, y parecía darse cuenta de que la estaban observando. Parecía saber lo que había dentro de los muros del Claro, parecía querer entrar y darse un festín de carne humana. Noté que un terror glacial crecía en mi pecho, expandiéndose como un tumor helado que dificultaba mi respiración. Incluso con la memoria borrada, estaba jodidamente segura de no haber visto jamás algo tan horrible. Retrocedí temblando.

-¿Qué mierda es eso?- Un escalofrío recorrió mi espalda.

-Los llamamos Penitentes- contestó Newt, su voz ahora grave y tensa-. Es un bicho asqueroso, ¿eh? Alégrate de que sólo salgan de noche y da las gracias por estos muros.

Tragué saliva, mi mente ya trabajando en cómo coño iba a salir de este infierno. Tenía una extraña corazonada de que mi destino era convertirme en corredora, aunque después de ver esa cosa, sonaba a suicidio. Pero de algún modo, sabía que tenía que hacerlo. Era una sensación jodidamente rara. Newt siguió mirando por la ventana, absorto en la oscuridad.

-Ahora ya sabes las mierdas que acechan en el laberinto, niña. Te han enviado al Área, verducha, y esperamos que sobrevivas y nos ayudes a conseguir el propósito por el que nos han traído aquí.

-¿Y cuál es?- pregunté, aunque un presentimiento helado me atenazaba el estómago. Newt se volvió para mirarme directamente a los ojos. Las últimas luces del atardecer iluminaban su rostro, revelando la tensión en su piel y las arrugas incipientes en su frente.

-Encontrar la salida, verducha- respondió Newt con una seriedad sombría-. Resolver el puñetero Laberinto para encontrar el camino de vuelta a casa.

Experiment | NewtWhere stories live. Discover now