Espadas cruzadas.

22 5 1
                                    

—No deberías estar aquí. Siquiera yo debería estar aquí. Esto es absolutamente ridículo e innecesario.

Claudio bajó su vaso de agua a la mesa con suma tranquilidad.

—Es ridículo. El muy cretino no tiene derecho ni a un segundo de mi tiempo, menos que menos a hacerme esperar. Y encima se da el lujo de llegar tarde —resoplé furiosa. Todavía no entendía porqué había cedido. No debí permitir que mamá continuara defendiéndolo. Esta mañana habíamos estado dos horas al teléfono cuando debí ocuparme de todo el trabajo que tenía frente a mí sobre mi escritorio.

Ella insistió en que confiaba en él, en que su regreso era una de las mejores cosas que le sucediera en la vida además de Pedro y yo.

Me asustó escucharle decir que no había tenido que pensarlo siquiera, cuando él le pidió perdón y que tampoco dudó cuando papá le pidió tiempo para explicárselo todo. Él le aseguró que volviera para quedarse con nosotros, que ya nada ni nadie lo separaría de su familia. De nada sirvió que le recordase que nadie lo obligó a dejarnos.

Estaba aquí por ella, no por él, porque mamá dijo que éramos sus mundos y que ella no quería ni podía dividirse entre nosotros.

Yo por mi parte continuaba creyendo que sus silencios no auguraban nada bueno, menos que menos el saber que mamá confiaba plenamente en él.

—Charlie, te envió un mensaje para disculparse. Ha de estar por llegar de un momento a otro.

—Se da el lujo de hacerme esperar —solté y sonó infantil hasta para mis propios oídos.

Claudio me sonrió con benevolencia.

—Reina, permítele hacer el esfuerzo, podía haberle pasado a cualquiera.

—Estuvo casi veinte años desaparecido. No le costaría nada intentar hacer buena letra.

—Fue a hablar esta mañana con tu hermano y Pedro te lo aclaró, no se lo puso fácil ni se lo pondrá fácil pero al menos debes darle la oportunidad. Tu hermano le advirtió que quiere respuestas y pronto.

—Debió golpearlo —gruñí y Claudio, siendo muy él, recogió mi mano de encima de mi muslo, la alzó hasta la mesa y le dio un apretón.

—No quieres ver a tu padre herido.

—¿Necesito recordarte que acabó la noche con el labio partido?

—Estabas ofuscada. Fueron muchas emociones. Tú no eres así.

—Sí, sí soy así.

Claudio, sin soltar mi mano, se inclinó sobre mi para besar mi mejilla.

—Es tu papá, Charlie. Se te pasará el enojo.

—El muy maldito...

—El muy maldito las quiere de regreso en su vida. Y si me lo preguntas, me da la impresión de que este tiempo lejos de usted, no fue un paseo para él.

—Tampoco para nosotras —contraataqué.

—Lo sé.

—Él no puede haber sufrido más que mamá.

—¿Más que tú? —ofreció—. Charlie me consta que defenderías a tu mamá a muerte, sin embargo me da la impresión de que en este instante, tus palabras son tu sangre derramada, no la de tu mamá. Estás enojada con él por su ausencia, porque te dejó sin una explicación.

Abrí la boca para replicar; no me permitió emitir sonido.

—No digo que eso esté mal, todo lo contario, tienes derecho a estar enojada con él, con la vida. Pero, joder, Charlie. Está de regreso. Tienes a tu papá otra vez contigo. No puedes decirme que eso no cuenta para nada porque estarías mintiendo lo sé. Es tu papá —insistió apretando mi mano otra vez—. Tu papá, preciosa. Está aquí y quiere quedarse con ustedes.

Un reino desolado.Where stories live. Discover now