Honestidad y mentiras.

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—Señor, ¿está usted seguro?

Espié apartando un poco la manta que me cubría.

—Sí, Marehin, estoy seguro.

—Si los guardias revisan la carreta.

—La carreta pertenece a los Klergy, y todo lo que contiene también.

—Sí, Señor pero es que... no es que tema por mí, si lo descubren, si se enteran de que salió de la casa.

—Tranquila, Marehin.

Salir de la casa hacia los terrenos de mis vecinos había requerido escaparme a hurtadillas por la ventana, arrastrarme por la tierra entre arboles y arbustos y por sobre todo, poner en peligro a Aila. El plan no había sido muy complicado, Marehin partiera antes de la cena, supuestamente para pasar la noche en casa de su familia y yo me había ofrecido para cuidar a Aila esa noche.

Marehin no llegó muy lejos y regresó no a aquí, sino a casa de los vecinos quien ya estaban al tanto de mis intenciones.

Aila también sabía cual era mi destino y ella se quedara montando guarida primero en la puerta luego en la ventana, para que yo pudiera llegar a la casa de los vecinos.

La carreta era la de los vecinos pero de modo alguno permití que su cochero me trajera porque si me descubrían, ellos se meterían en problemas. Marehin insistió en traerme y no me quedaron fuerzas para oponerme porque de hecho la necesitaba conmigo.

La carreta contenía donaciones más que nada de medicación porque los Klergy eran especialistas en química y de hecho proveían a Eris de muchos de los medicamentos y demás implementos que él utilizaba en su consulta y cuando estaba a mi servicio.

—¿Y si entra por el templo?

—Marehin, ya lo hablamos, los jardines están custodiados.

—Podría intentar hacer que Tudwal le consiga un permiso para entrar.

—Eso no sucederá, escuchaste lo que dijo, sabes cómo reaccionó. No me quiere aquí y yo necesito estar aquí, necesito verlos —la ansiedad por saber de mi gente estaba carcomiéndome por dentro. Necesitaba saber qué sucediera en el norte y ver con mis propios ojos, las condiciones en que el batallón regresara del frente puesto que no me bastaba con los informes que Tudwal me facilitara. Nada como pedirle a un soldado que te explique con sus propias palabras, lo que ha vivido.

No, no era una opción estar al tanto de la situación a través de terceros y tampoco esperaba que Morgan fuese a hacerse eco de lo que los pocos que aun querían saber de mí, pedían.

—Será un rato Marehin y todo saldrá bien.

—Se enterarán que estuvo aquí.

—Sí, bueno, cuando toque, lidiaremos con eso —le respondí porque ella volviera su rostro hacia el frente. Estábamos por llegar al castillo—. Tranquila, Marehin, tú de mí no sabes nada, tú eres inocente.

—No lo soy, Señor, si fuese por mí, derrocaría ahora mismo al general. Ese macho ha perdido la cabeza.

Ella no pudo ver la sonrisa triste y angustiada que afloró en mis labios.

—Tranquila, Marehin—. Le dije porque sabía que Morgan no lo tenía nada fácil. Tudwal me explicara que cuando las fuerzas llegaran, Morgan estaba en mi despacho reunido con Marrigan y con Akers, y que los escuchara discutir, más precisamente los escuchó a madre e hijo regañar a Morgan por intentar hacerse de los espejos.

A este ritmo, Marrigan, en nada, se comería crudo a Morgan porque él estaba dándole todos los motivos y las armas para apartarlo a un lado y hacerse con el poder.

Un reino desolado.Where stories live. Discover now