El espíritu de los valientes.

29 4 0
                                    

La palma se posó delicadamente sobre mi frente más dentro de mi cabeza aquella caricia se sintió como si sobre mi cabeza, pusieran una tonelada de antiguo hielo sacado de las profanidades de los glaciares que al sur, descansaban imperturbables en el más recóndito de los rincones de nuestro mundo.

Tuve la impresión de que el cráneo me estallaría. Me palpitaba la frente y sentía la nuca rígida; bien, en realidad todo mi cuerpo estaba rígido y agotado como si tuviese días de correr y correr sin descanso.

Entendía que ese no era el caso porque debajo y sobre mí, había sábanas húmedas y pegajosas de mi piel.

Percibí el tiritar de mi extremidades, los incontrolables espasmos que apretaban mis dientes. La mandíbula me dolía, también el estomago, por sobre todo el estómago. Tenía tanta sed mas estaba seguro que de intentar tragar algo, lo que fuera, lo vomitaría.

Esto iba a matarme y no podría hacer nada para ayudar a Charlotte porque siquiera podía levantarme de donde estaba tendido, entregado a la vulnerabilidad de mi cuerpo que parecía no poder hacer nada para batallar esto que me sucedía.

—Charlotte —la llamé a falta de poder hacer otra cosa. Ella estaba en peligro y el peligro lo sabía, era quien estaba a su lado. Fuera quien fuera el sujeto, era una amenaza para ella—. Charlotte—. La llamé una vez más y en respuesta no pude percibir absolutamente nada; la conexión entre nosotros quedara por completo en silencio.

Así, rendido al dolor, sintiéndome incluso todavía más cobarde que cuando la aparté de mi lado, le di rienda suelta a las lágrimas que pugnaban por salir.

—Rygan —la mano se movió por mi frente para pasar suavemente por mi cabello—. Rygan, mi niño, ¿puedes escucharme?

—¿Madre? —jadeé teniendo la sensación de que le hablaba a una alucinación. Todo debía ser parte de lo mismo porque en la celda mi cuerpo estaba desparramado en la piedra fría y no cubierto por sábanas, porque allí la última voz que escuchara, fuera la de Marrigan.

—Rygan, abre los ojos.

No creía tener la fuerza suficiente para alzar mis párpados.

—Mi niño, has el esfuerzo. El espíritu de los valientes siempre ha estado en ti. Tú que jamás diste un paso atrás, que nunca tuviste miedo de cumplir con tu deber.

Sí había tenido miedo, mucho miedo, lo tenía ahora. Temía por ella, por Charlotte, porque sabía que no podría cumplir con mi deber para con ella, porque de hecho hasta ahora, hiciera todo lo contrario.

No era valiente y mi espíritu se consumiría poco a poco ante la distancia que yo impusiera entre nosotros. Todo era mi culpa y este era mi castigo, estar atado de manos y pies imposibilitado de hacer nada por ella, de ayudar a mi pueblo. Mi castigo era a verme a mí mismo, fallándoles a todos, Morgan incluido.

—Tu puedes mi niño, sé que me escuchas.

Sabía que en cuanto abriese los ojos, la vería a Marrigan sonreír victoriosa, que vería la penumbra de la celda rodeándome.

No me permití ni hacer el intento siquiera.

Una mano vino a posarse sobre mi mano izquierda la cual estaba sobre mi pecho. Percibí un extraño cosquilleo sobre mi piel.

—Abre los ojos, tú puedes.

Por el motivo que fuera, me convencí al instante de que aquellas palabras eran verdad.

Tironeé de mis párpados.

—Eso es, tu puedes —festejó la madre.

Claridad invadió mi cabeza, una claridad difusa que aturdió mis sentidos.

Un reino desolado.Where stories live. Discover now