Corazón de cristal.

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Pedro fue a la cocina a preparar café después de preguntarle a mamá si le apetecía uno. Ella desde el fondo del jardín, apartó el móvil un momento de su oreja y le contestó que sí.

Así como Pedro se perdió en el interior de la casa, mamá entre los canteros rebosantes de jazmines y rosales. El jardín de mi abuela recibía la temporada de renacer con un estallido de vida.

Concentrada en ver a mamá deambulando por el jardín, balanceé la hamaca.

Me pregunté de quien sería el llamado.

Mamá se había excusado un momento, cosa que no solía hacer para hablar por teléfono. De hecho, ella raramente atendía algún llamado si estaba en familia y esto era eso, nuestra primera reunión familiar desde que la abuela regresara de viaje.

Ella por supuesto, estaba al tanto de todo, bien de casi todo, una parte importante de la verdad aún era un secreto para ella, mamá y Pedro. También para Claudio quien hoy cenaría con sus dos mejores amigos.

Para mi sorpresa, tras lo sucedido anoche, nuestra relación no cambiara. Él continuaba como si nada hubiese sucedido. Sus atenciones continuaban igual de caballerosas. No había vuelto a besarme o a intentarlo siquiera y sus manos no avanzaban en mi dirección más de lo políticamente correcto, lo cual a mí no terminaba de quedarme claro si me parecía bien o no. Bien, en honor a la verdad, durante el día se sucedieron un par de momentos en que me hubiese gustado que al tenerme tiro de su brazo, hubiese rodeado mis hombros para apretarme a su lado. No sucedió. Durante toda la tarde lo había visto trabajar a mi lado en el sillón, mientras yo también trabajaba desde casa. Los instantes en que la angustia y el dolor me calmaron y necesité refugio, el de su cuerpo, él no lo notó. Por supuesto que comprendía que no podía exigirle que lo notara y sin embargo, su distancia acabó teniendo gusto a frialdad para mí.

Cuando me prometió que regresaría a dormir conmigo le dije que no era necesario y aún me arrepentía de eso. Claudio se había quedado estudiando mi rostro para al final aceptar mis palabras y entusiasmado decirme que me notaba mejor, que confiaba en mí, y que sabía que yo saldría adelante, que poco a poco me olvidaría de Rygan.

Claudio había prometido que me llamaría en la mañana y que si a mí me parecía bien, nos veríamos más tarde en el día.

Muy a mi pesar, intuía que el siguiente día, sería un día muy largo, casi ya podía sentir los minutos ralentizándose y no ayudó que al llegar aquí, mi hermano preguntara por él tal si esperara verlo aquí en casa de la abuela acompañándome.

Bueno, eso último no hubiese estado mal.

—Tu madre tiene cara de estar tramando algo —me dijo la abuela.

Alcé la mirada para verla llegar a la hamaca y luego la regresé a mamá. Ella sonreía feliz mientras acomodaba un mechón de su larguísima melena pelirroja por detrás de su oreja izquierda.

—Yo digo que tiene novio. ¿Qué conjeturas sacas tú?

—¿Novio?

La abuela asintió sentándose a mi lado.

La hamaca se balanceó amablemente con su peso.

La abuela, mamá y yo, las tres teníamos la misma larga y delgada estructura física, de hecho, mamá era un calco absoluto de la abuela. En mi se notaba más lo que aportara mi papá. Mamá insistía en que tenía su nariz, su sonrisa, sus manos. Más de una vez intentara constatar aquello en las pocas fotografías que conformaban los únicos recuerdos que me quedaban de él, al menos lo más fehacientes, el resto debían ser más que nada, fantasías de mi infancia; papá cepillando mi larga melena con una parsimonia envidiable, papá cantando canciones cuya letra no podía recordar. Yo en sus brazos, sintiéndome segura.

Un reino desolado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora