La lengua del corazón.

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—Por los dioses y la madre—. Mis manos no solían temblar frente a visión de sangre y sin embargo, mis dedos no podían estarse quietos.

Procuré cubrir la herida con el trozo de túnica limpia pero más que nada, lo que conseguí fue ensuciarme y esparcir todavía más la sangre por sus ropas y su piel.

Con las manos así de torpes, volví a doblar el trozo de tela e intenté una vez más, colocarlo sobre la herida para hacer presión; necesitaba detener la hemorragia.

Logré cubrir el desgarrón en la pálida carne. Apreté y su quejido de dolor, pobre y débil me hizo pensar que tal vez, el detener la sangre, no fuese a hacer demasiada diferencia.

Mis ojos apenas si podían creer lo que veían.

Los golpes y las cortaduras estaban por todos lados.

Su ojo derecho...

Tragué saliva. Si el ojo por algún motivo se salvaba, era muy probable que de cualquier modo, perdiese la visión, o quizá la hubiese perdido ya porque el golpe en su rostro de ese lado era...

El almuerzo trepó por mi garanta.

—¿General, necesita ayuda? —quiso saber el guardia desde afuera.

Con mis dos temblorosas manos sobre el costado de Marehin, espié hacia atrás, en dirección a la puerta. Aún no lograba acostumbrarme a que se refirieran a mí de ese modo.

Ayuda, necesitaba pedir ayuda pero no supe si pedirla. No creí que a Morgan fuese a agradable saber que entrara en la celda de Marehin y peor aún, que requiriera la presencia de un sanador.

Por los dioses y la madre, y si no pedía ayuda y ella moría aquí en esta celda.

Charlotte jamás me cayera bien, no creía que Su Majestad hubiese actuado como debía y sin duda, la muchacha debía entender que al acompañar y apoyar a Su Señor, se metía en muchos problemas pero de cualquier modo, ella no merecía acabar así, en una celda, sola, sin atención.

¡Por los dioses y la madre que si moría, el peso de su muerte recaería sobre Morgan!

Cuando entrara en razón él simplemente... Morgan no se lo perdonaría a sí mismo, estaba segura de eso.

—General —volvió a llamarme el guardia desde fuera.

—¿Tienes un botiquín de urgencias?

—¿General?

—Necesito sutura.

—¿General?

—Sutura, desinfectantes—. Sin querer apreté de más sobre la herida porque todo mi cuerpo temblaba; Marehin se quejó de dolor una vez más—. Madre, no permitas que muera —susurré—. Por favor, no permitas que muera.

—Sí, General, tenemos.

—Bien, trae algo para el dolor también.

Hubo un instante de silencio.

—¿General, llamó a un sanador?

Apreté mis labios entre mis dientes.

De pronto me encontré escuchando los goznes de la puerta crujir al abrirse. El guardia espió hacia dentro. Nuestras miradas se encontraron.

—General —su mirada cayó a Marehin, rendida en el suelo—. Escuché los gritos. Fue momentos antes de que entrara en mi guardia. Creí que el —se detuvo—, que el Señor ordenaría que alguien viniera a atenderla—. Meneó la cabeza negando—. Nos dieron la orden pero... la vi cuando trajeron el almuerzo. Supe que entrarlo sería en vano porque ella... entendí que no estaba bien. Él perdió la cabeza. Nunca creí que fuese capaz de nada semejante. Entrené bajo su mando y creía conocerlo. Hoy... hoy simplemente... él no parecía la misma persona. La golpeó demandando una llave, eso y espejos. Los espejos. Por eso la mandé llamar. No supe qué más hacer. Los demás no querían ni quieren saber nada de entrometerse. Ellos no... les dije que era cosa mía y ellos no ven ni escuchan. Capitana, es decir... General, sé que no hice mal al llamarla. Este no es el modo. La Señora debería regresar; no por estos medios.

Un reino desolado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora