Epílogo

2.9K 222 33
                                    

La recién casada señora Cullen viajaba recostada en el hombro de su marido. Habían abordado el coche antes que termine la fiesta de bodas. El capitán Cullen y su hermosa esposa partieron felices a su luna de miel. Casi amanecía, el cielo pintaba colores violeta y naranja en el firmamento. El marino sacó su reloj para calcular el tiempo de viaje. Ya faltaba poco y su mujer estaba pronto a despertarse. Su primera noche juntos, viajando. Ya tendrían tiempo de pasar largas veladas íntimas los siguientes días. Ahora lo más importante era el regalo de bodas que se había prometido darle a su esposa.

Bella se removió feliz al sentir la tibieza del cuerpo de su marido. Sonrió acurrucándose más pero pronto sintió la suavidad de la seda en su rostro.

—Perdona mi amor pero deseo que sea una sorpresa— dijo atándole un pañuelo detrás de la cabeza.

— ¡Qué misterioso! Buen día— sonrió la muchacha.

— Buen día señora Cullen— el marino besó los cabellos de su compañera y se acomodó mejor para ver el amanecer.

Una hora más tarde el coche entraba a la mansión, Bella no soportaba la intriga. Desde la noche anterior no había podido darse cuenta hacia dónde se dirigían. Creyó que hacia Forks pero eso no era posible, con seguridad estarían rumbo a La Push en dónde quizás abordarían un barco con destino desconocido. Ella se abandonaba a la seguridad y amor de su esposo, sabiendo que sería una agradable sorpresa.

Los caballos se detuvieron delante de la propiedad, el amante esposo descendió y tomó a su mujer en los brazos mientras caminaba el corto sendero empedrado que llevaba a la entrada de la mansión. Se detuvo frente al portal de hierro desde donde la casa era completamente visible.

—Ese olor— susurró Bella reconociendo sus rosas.

—Ya puedes ver— le dijo Edward al oído. –Este es tu regalo de bodas amor mío— sonrió mientras la joven se descubría los ojos. Un suspiro escapó de sus labios de la dama al contemplar su antiguo hogar. Miró a su esposo con los ojos húmedos y una amplia sonrisa.

—Mi casa— sollozó la muchacha. –¡Edward, gracias!— lo abrazó con todas sus fuerzas, él  la colocó e tierra y correspondió a ese amoroso gesto y la envolvió entre sus brazos.

—Es nuestro hogar ahora, cariño. Y el de nuestros hijos. Mandé agregar mi apellido, luego del tuyo— le señaló hacia arriba, allí donde las palabras Swan—Cullen estaban forjadas en metal.

—¿Por qué primero el mío?— preguntó Bella muy intrigada, besando a su marido.

—Porque quiero que siga siendo la mansión Swan, que nuestros hijos no pierdan su legado ni tú el apellido de tu familia. Quizás en papeles seamos todos Cullen de ahora en adelante pero esa inscripción allí arriba me hará recordarte cuando te conocí.

Se unieron en un largo y tierno beso en dónde sus almas felices, sellaron aquel reencuentro, luego de largos años de triste separación. Ahora como marido y mujer para siempre juntos, premiados por la fe que tuvieron al mantener la llama del amor encendida en sus corazones.


Semanas después...

— ¿Sabes amor?— preguntó la señora Isabella dejando su cesto de costura. –Lo he pensado bien y creo que a pesar de todo, hice bien en no seguirte cuando te embarcaste hace tanto tiempo— suspiró recreado viejos recuerdos.

— ¿Lo crees?— Edward dejó a un lado su periódico y le prestó toda su atención a su esposa.

—Estoy segura. A pesar de todo el sufrimiento, hice bien en prestar oídos a los consejos de mi madrina— su marido se revolvió en su asiento. –Porque a pesar de todo yo sabía que era lo correcto, Edward. Si hubiera escapado contigo, no habría podido vivir con esa carga. Por favor, perdona a Esme— la joven le sonrió con tanta devoción que el corazón del marino se derritió dentro de su pecho.

—Yo no le guardo ningún tipo de rencor a la señora Platt— contestó sonriendo. –Creo que el mayor culpable aquí fui yo. Primero por pedirte algo que iba en contra de tus principios y luego porque no tuve el valor de buscarte— suspiró. –Sí amor, yo vine hace tiempo con la esperanza de recuperarte, luego me pareció que aún no había juntado lo suficiente para desafiar a tu padre y me acobardé. ¿Habrías contestado mi carta si te la hubiera enviado?— preguntó pensativo.

—Desde luego— dijo la joven sin dudar.

—Y si te hubiese buscado ¿Habrías renovado tus promesas?— volvió a preguntar levantándose de su cómoda sofá e hincándose al lado de la silla donde su mujer bordaba.

—No era necesario renovar promesas. Cada una de ellas sigue en pie, yo jamás he renunciado al amor que siento por ti. Es cierto que cuando regresaste muchas veces dudé de las tuyas pero... es que, creí que tú ya me habías olvidado. Que aquel amor que me juraste ya se había diluido con los años— sus dedos acariciaron el broncíneo cabello de su marido.

—No hay medida de tiempo que pueda arrancarte de mí— suspiró el marino. –Yo te amo mi querida esposa. Y lo haré hasta el último latido de este corazón— puso una mano en su pecho.


Así, estos dos jóvenes, con la ventaja de la experiencia iniciaron un feliz camino, juntos. El capitán Cullen, alejado definitivamente del mar, se estableció junto con su esposa en la antigua residencia Swan, se ganó el respeto de sus vecinos y su nueva familia. El señor Swan y su hija Tanya, venían a visitarlos regularmente pero se quedaron a vivir en Port Ángeles cerca de los baños medicinales. La mayor de las señoritas Swan, se casó años después con un herrero de poca fortuna pero de gran corazón.

La madrina de Bella, la señora Esme Platt aprendió a apreciar a su nuevo ahijado, viendo la felicidad que floreció en su protegida.

Con el tiempo, el matrimonio recibió a su primer hijo al que bautizaron con el nombre de Anthony. Al bautizo del niño llegó un familiar lejano venido de Londres, marino retirado. El contralmirante Carlisle Cullen quien desde que cruzó mirada con la madrina del pequeño, Esme Platt, quedó prendado de ella.

Leah Uley con ayuda del capitán Cullen y el almirante Whitlock, recuperó la herencia de su difunto marido y se estableció decorosamente en Port Ángeles, mantuvo correspondencia fluida con su mejor amiga, hasta que falleció años después debido a su enfermedad.


Nuestra pareja gozó de largos años de felicidad merecida, fueron bendecidos con dos hijos, a los cuales educaron en un ambiente tranquilo, lleno valores. El amor que se profesaban era tan grande que lograron vencer todas las demás pruebas que la vida les envió.


FIN


**************************

Gracias por leer amigos, aquí concluye esta historia.

PATITO

No digas adiós -Terminado-Where stories live. Discover now