Capítulo Cinco:

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Entraron por los pelos. En cuanto su anfitrión acabó de echar los cerrojos, los monstruos empezaron a rugir y a aporrear la puerta hasta hacerla vibrar en los goznes.

—No pueden entrar —prometió el joven con ropa vaquera—. ¡Ahora estáis a salvo!

—¿A salvo? —preguntó Frank—. ¡Hazel y Andy se están muriendo!

Su anfitrión frunció el entrecejo, como si no le hiciera gracia que Frank echara por tierra su buen humor.

—Vale, vale. Tráelas por aquí.

Frank llevó a Hazel en brazos al interior del edificio siguiendo al joven. Nico mantenía la cara de Andy en su hombro, la respiración de la chica (a pesar de ser corta) causaba que su cuello se erizará. Notaba que Andy estaba temblando, de modo que por lo menos sabía que seguía viva, pero tenía la piel fría. Sus labios habían adquirido un tono verdoso… ¿o era la vista de Nico? 

La sala de estar de la casa era una especie de invernadero. Alineadas a lo largo de las paredes había mesas con bandejas para plantas bajo tubos fluorescentes. El aire olía a solución fertilizante. ¿Acaso los venecianos ahora practicaban la jardinería dentro de casa?

El salón de la parte trasera era una combinación de garaje, residencia universitaria y laboratorio informático. Contra la pared izquierda había una hilera brillante de servidores y ordenadores portátiles, cuyos salvapantallas lucían imágenes de campos arados y tractores. Contra la pared derecha se agrupaba una cama individual, una mesa desordenada y un armario abierto lleno de ropa vaquera de repuesto y un montón de instrumentos de granja, como horcas y rastrillos. La pared del fondo era una enorme puerta de garaje. A su lado había aparcado un carro sin techo de un solo eje. Unas gigantescas alas con plumas salían de los lados del compartimento del piloto. Enroscada alrededor del borde de la rueda izquierda, una pitón moteada roncaba sonoramente.

—Dejen a sus amigas aquí —dijo el joven con ropa vaquera.

Frank colocó con cuidado a Hazel en la cama. Le quitó la espada y trató de ponerla cómoda, pero estaba flácida como un espantapájaros. Decididamente, su tez tenía un matiz verdoso. Nico colocó a Andy en la siguiente cama, su tez tenía un tono verdoso, él se preguntaba si su cuerpo luchaba contra eso, él había visto a Andy al borde de la muerte muchas veces y está vez podría decirse que tenía más miedo de perderla por no poner atención durante el ataque.

—¿Qué eran esas vacas? —preguntó Frank—. ¿Qué les han hecho?

—Catoblepas —dijo su anfitrión—. En griego, katobleps significa « el que mira hacia abajo» . Se llaman así porque…

—Siempre están mirando hacia abajo —Nico se dio una palmada en la frente —. Claro. Recuerdo haber leído algo sobre ellos.

Frank le lanzó una mirada furibunda.

—¿Y te acuerdas ahora?

Nico agachó la cabeza casi tanto como un catoblepas.

—Yo, ejem… solía jugar a un ridículo juego de cartas cuando era más pequeño. My th-o-Magic. Una de las cartas de los monstruos era la del catoblepas.

Frank parpadeó.

—Yo también jugaba a Myth-o-Magic. Nunca he visto esa carta.

—Estaba en la baraja de expansión Africanus Extreme.

—Ah.

Su anfitrión carraspeó.

—¿Habéis terminado y a vuestra conversación de frikis?

—Sí, perdona —murmuró Nico—. En fin, los catoblepas tienen aliento y mirada venenosas. Creía que solo vivían en África.

El joven con ropa vaquera se encogió de hombros.

Los Hermanos Jackson: La casa de HadesWhere stories live. Discover now