Supermercado

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Había sido el amanecer más duro.

Miguel se despertó con su molesta alarma e intentó moverse, pero el cuerpo le dolía a cada movimiento que hacía. Escuchaba crujidos que no sabía si eran de su espalda o del asiento. Miró la hora, ya era tarde y no alcanzaba a las empanadillas de Pavitr, solo al café. Suspiró, tampoco era lo correcto ir, seguro que se encontraba con Jessica y no quería hablar con ella. Lo sentía por su amiga, pues a pesar de saber la teoría de lo que debía hacer, él no estaba preparado para afrontar sus propios problemas, y mucho menos ocuparse al cien por cien de una niña abandonada en un taxi. 

Ay coño, que habían dejado sola a la niña. 

Con una velocidad que Flash podía envidiar, salió del taxi y entro en su casa. Buscó a la pequeña con el terror a flor de piel. ¿seguiría dormida? ¿se habría caído de la cama? ¿Se habría enredado en las sábanas y dejado de respirar? Con manos temblorosas, abrió cada puerta de la casa hasta encontrarse con la niña despierta, riéndose y jugando con las almohadas, intentando hacer un mal fuerte. 

Sintió que el alma regresaba a su cuerpo, recuperando años de vida. 

"Maldita sea..." suspiró mientras se sentaba en la cama. Hacía tiempo que no se llevaba este tipo de sustos. Curiosa, la pequeña apartó las almohadas y empezó a intentar escalar el brazo izquierdo de Miguel. Con una sonrisa cansada, él la agarró y notó la urgente necesidad de cambiarle los pañales. 

Decidido y alejando un poco a May de él, Miguel la llevó a la cocina. Con sumo cuidado la cambio tanto de pañales como de ropita, para que estuviera fresquita. Como buen truco de su madre, la roció un poco con el agua de colonia de Nenuco para que oliera a fresquito. Miró el reloj de su cocina para confirmar la hora antes de agarrar un par de pañales. Revisando, supo que a parte de parar donde Pavitr a por el desayuno, tendría que pedirle que le diera a llevar un par de cafés más, al igual que comprar más talco y pañales.

Ya se había olvidado de cuanto costaba mantener una niña. 

" Vamos a chambear " le dijo mientras la cargaba y dejaban la casa. 

Una de las cosas malas de vivir en la periferia, sin duda alguna, era lo lejos que estaban las tiendas. Si bien la radio hacía compañía, no podía negar que era bastante agotador tener que ir a un supermercado a cargar el maletero. Miguel sabía que eran horas de trabajo, por lo que solo llevaría aquello que podía tener delante con él. Además, la pequeña May no era de gran ayuda, ya que  no dejaba de toquetear o mordisquear el cinturón de seguridad. Al aparcar, tuvo que tirar de ella para que dejara el cinturón y entrara dentro del carrito para niños.

Nada más cruzar la puerta automática del supermercado, todo le daba vueltas, la ansiedad subía como la espuma y le empezaba a costar respirar bien. Se fijo en la pequeña, que lo miraba con cierta inocencia al no saber porque se comportaba de esa forma tan errática. Se apartó de la gente a la sección siempre vacía vegana ecofriendly para recobrar un poco la compostura. Los recuerdos lo golpeaban como un mal boxeador y el cuerpo lo sabía. A su pequeña Gabi le encantaba llevar el carrito, coger el máximo de chucherías posibles y fingir que era ella quien pagaba después de coger su cartera. Pero si tuviera que escoger una única pasión, era buscar las nuevas colaboraciones de sus jugadores de futbol con cualquier producto. En más de una vez tuvieron kilos de patatas fritas barbacoa "Crispy Ronaldo", las empanadillas de Chicharito,  o, su favorito, el kit de asado de Messi "el D10s de las carnes". Eran cosas absurdas que a ella le encantaba y sabía como contagiar su alegría, mejorando esos días en los quera fácil caer en la amargura. 

"...pa..."

Aquella llamada por parte de la pequeña lo despertó. Le revolvió un poco el pelo y, concentrándose solo en la pequeña, buscó solamente las cosas que debía encontrar: por un lado unos higiénicos para bebé que pudiera guardar en la guantera con los tantos pañales, frutas líquidas con boquilla para que pudiera comer algo sano, pequeños biberones ya preparados que fueran de más sabores que leche, algún potito y un mordedor en forma de araña para que dejara su cinturón de seguridad. Él estaría contento con un par de café de nevera, unas barritas de cereales y, fruta, que necesitaba algo sano pero ya cortado. Ya con el carro medio lleno, fue a pagar. Agradeció no tener que usar el pin y salió del establecimiento con el carro. Mientras estaban de vuelta al coche, un carro vacío se chocó con el suyo. A la pequeña no le había pasado nada, pero era la primera vez que la veía triste. Nada se había roto, salvo su paciencia. 

" ¡PINCHE IDIOTA! " le gritó enfadado Miguel " TE VOY A EDUCAR A PUTAZOS "

" ¡MAYDAY! ¡MAYDAY! " Escuchó a un hombre gritar con un gran acento. 

Miguel soltó el carro de la pequeña y se fijó en el señor. Completamente cegado de sus intenciones de mandar a conocer a San Pedro al desconocido, se preparó sus puños. Pero algo lo dejó completamente congelado, y fue ver como pasaba de él y se iba directo a coger a la niña. Se la iba a llevar sin cruzar palabra cuando simplemente basto con agarrar de su antebrazo para evitar que siguiera haciendo nada. Ni haciendo el mayor de los esfuerzos podía hacer avanzar. El señor lo miró con cara de enfado, pero se calmó al ver que era mucho más grande y musculoso que él. 

" Deja a la niña en su sitio ahora " le ordenó sin soltar su brazo. 

" Es mi hija, rascacielos malhumorado " intentó insultarlo sin mucho éxito. Se quedaron congelados y la gente empezó a mirar que ocurría, molestando más a Miguel. Solo en ese momento, el señor hizo una cara bastante jocosa, como si estuviera haciendo el esfuerzo de recordar "¡El taxista! " gritó de sopetón con una sonrisa, desorientando por completo a Miguel, quien le soltó finalmente " ¡Ahora lo entiendo! "

" Espera... ¿eres el padre de May? "

TaxiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora