25. Morir ahogado

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25. Morir ahogado

Diana Leone

La fiesta acabó pronto. Obviamente, había un muerto en el suelo. Así que solo quedamos los Ricci, yo y Enzo que parecía querer sacarme de aquí lo antes posible. 

Le hice un gesto a mi entrenador para que se fuese, él no pareció muy contento de eso pero finalmente se montó a su coche y pisó hondo el acelerador. 

El silencio reinaba en el descampado ahora, los hombres parecían pensar en qué deberían hacer, aunque estaba muy claro. 

Dominico Leone, mi padre, era un traidor y la traición se pagaba con muerte. 

¿Lo peor de todo? Yo sabía dónde estaba, porque era el único sitio dónde podía ocultarse, y tenía que decidirme si callarme y ser yo también una traidora o hablar. 

Mi padre o mi novio. Parece tener una respuesta obvia, pero no lo era. Mucho menos cuando mi vida dependía de mi decisión. 

—Llevaré a Diana a su casa para que descanse —comentó Marco, poniendo su mano en mi espalda baja. Sin embargo, no me moví. 

Debería hablar. Me matarán si no lo hago. 

Pero si lo hago, matarán a mi padre. 

¿Y Anna? ¿Qué hay de Anna? Ella debe estar pasándolo mal. ¿Sabrá la verdad? ¿Sabrá siquiera cuál es su verdadero nombre?

Esto es importante para los Ricci y ellos me han hecho sentir parte de su familia, no debería mentirles. 

¿Pero la muerte de mi padre vale el amor y la aceptación de ellos?

—¿Diana, estás bien? —salí de mi ensoñación cuando Vina me puso una mano en el hombro con suavidad. 

—Sí, sí —asentí con prisa. 

Díselo, Diana. 

No, no lo hagas. Matarán a tu padre. 

Los Ricci te han demostrado más amor en estos meses que tu padre en años. 

Pero es tu padre, te crió, la sangre tira. 

—Diana, ¿por qué no mejor vas a descansar? —me propuso Massimo— Ha sido un día de muchas emociones. 

Si no hablas, estás muerta. Y si hablas, muere tu padre. 

¿Vale más la vida de papá que la mía?

Vina lo diría. 

Vina siempre se pone a ella primero. 

Es una superviviente. Si no se pusiese a ella primero, no estaría viva. 

Pero es mi padre... 

Mi labio tembló, me sentía tan impotente que incluso quería llorar. 

—Sé dónde está escondido. 

Hablé. Lo hice. No por mi amor a Marco, o por la aceptación de los Ricci, sino porque tenía que ponerme a mí primero. Porque había crecido en la mafia y eso me bastó para aprender que no me va a salvar nadie. 

Sálvate a ti misma o muere. 

—¿Leone? —trató de confirmar Matteo. Tragué saliva, pero asentí. 

—Es probablemente lo único que no he olvidado. Son 49º29'10.0'' al norte y 9º04'25.6'' al este. En las afueras de Milán, hay un búnker subterráneo, casi imperceptible. 

Massimo asintió en mi dirección. 

—Gracias, Diana. 

Asentí, sabiendo que yo misma acababa de condenar a muerte a mi propio padre. 

Velocità (Mafia Italiana #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora