8. Un comienzo.

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Seis mil años de espera habían sido eternos comparados con esos efímeros besos.

Crowley apretó levemente los hombros de Aziraphale y este se le acercó más. El tiempo no existía en esos momentos, tampoco es que lo hubiera hecho antes; cuando eres immortal ¿para qué quieres el tiempo?

Se separaron de otro beso más y Crowley cogió su copa y se sentó al sofá, poniendo el brazo sobre la parte de arriba y dejando un espacio para su ángel. Aziraphale se sentó y Crowley le rodeó el cuello con el brazo.

El ángel se dejó llevar y ladeó la cabeza mirando a los ojos de su demonio.

- ¿Qué piensas? -susurró Crowley mientras pegaba su frente a la de Aziraphale.

Él sonrió levemente.

- Me gustan tus ojos.

Un cumplido. Crowley nunca había recibido uno. De hecho, cuando cayó, sus ojos pasaron a ser los de una serpiente. Las serpientes no pueden ver bien las estrellas en el cielo.

Eso le dolió por mucho tiempo. ¿Pero para qué quería ahora ver las estrellas si tenía a Aziraphale? Y si a él le gustaba así... bueno...

Crowley rio nervioso. No es algo que solía hacer nunca así que se sintió un poco vulnerable. Desamparado, sentía que su alma estaba expuesta y le daba un poco de angustia saber eso, incluso aunque fuese ante su ángel.

Aziraphale cogió una de las manos de Crowley lentamente. El demonio dejo la copa sobre la mesita.

- Esto se siente irreal -susurró Crowley.

Aziraphale asintió y dio un leve suspiro. Apoyó su cabeza en el hombro de Crowley y le miró la cara de reojo. Sonrió levemente.

El demonio lograba sentir el amor. Era una calidez temerosa que le inundaba de sensaciones. Le temblaban un poco las manos, sentía que sus mejillas enrojecían, que su temperatura aumentaba.

Besó la frente de Aziraphale.

Era cierto que ambos estaban aún bastante reacios a hablar como debía hacerse. Pero necesitaban tiempo para procesar la realidad de lo que estaba pasando. Aunque, a decir verdad, Crowley había acelerado esa realidad, y Aziraphale necesitaba cogerle el ritmo.

- Me gustaría intentar dormir -dijo el ángel.

Crowley sonrió levemente.

- ¿Tú durmiendo? No sé si te gustaría.

- A ti te gusta -contestó Aziraphale.

- Sí -asintió Crowley- Pero tú y yo somos diferentes.

El ángel asintió pero no parecía del todo convencido, aún apoyado en el hombro de Crowley y moviendo sus dedos sobre la palma de la mano del demonio. Era relajante. Y fantástico.

Al cabo de unos minutos Aziraphale se sentó recto. Crowley ya había acabado su copa.

- Es tarde... ¿vamos a dormir? -preguntó el ángel.

Crowley lo miró. Eso podía interpretarse de diversas formas. No quería cagarla otra vez.
Los dos habían pasado siglos con humanos. Sabían cosas que estos hacían. Y ellos... ¿podían hacerlo también? Es decir... seres sobrenaturales como ellos no necesitan el sexo para nada. Pero el demonio sentía curiosidad. Al fin y al cabo, eso es teóricamente lo que define a un demonio. Y Crowley estaba ansioso por curiosear. Un poco preocupado de que la pureza de Aziraphale fuese una barrera. Pero se dio cuenta que si este se negaba a humanizarse, a provar algo más carnal... no iba a estar decepcionado. Ni siquiera le importaría. Quería estar a su lado. Y satisfacer sus deseos. Incluso si tenía que leerle un libro en voz alta.

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