7. Pecar en silencio.

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Cuando bajaron del Bentley y entraron a la librería Muriel estaba allí.

— Muriel —habló Aziraphale con esa suavidad que casi siempre estaba en su voz— Puedes... tomarte unas vacaciones.

— ¿Vacaciones? —el ángel observó a Crowley y Aziraphale— ¿No tenía que encargarme de esta librería?

— Ya no —dijo Aziraphale. El demonio detrás suyo, dejó sus gafas en la mesa de siempre.— Puedes ir dónde quieras, hasta que recibas nuevas órdenes.

— ¿P-pero tú no ibas a ser mi jefe o algo así?

— Iba a serlo —contestó el ángel peliblanco— Pero ya no. Me he repensado. Si por lo que sea te encuentras a nuestros compañeros buscándome, diles que ya no estoy interesado. Seguro que Miguel se alegrará.

Muriel los miró a los dos. La sorpresa en su rostro.

— ¿Y... y si quieren matarte?

— No lo harán —dijo Aziraphale— Espero...

— Si intentan atacarnos —dijo Crowley— Nos iremos a Alfa Centauri. Solos —añadió al ver que Muriel iba a decir algo más. El demonio le abrió la puerta de la librería.

— Vacaciones —dijo el ángel— Eso suena bien.

Aziraphale miró a Muriel.

— Disfruta de tu tiempo libre.

Y se fue.

Así de fácil. Probablemente se metería en problemas por haber visto a Aziraphale y no avisar immediatamente al Cielo. Pero bueno, cosas que pasan.

— Ahora lo importante —empezó Crowley— ¿Aún tienes ese vino que en los setenta estaba tan bueno?

Aziraphale sonrió y llevó a su... ¿cómo iba a llamarlo ahora? No eran novios, por lo menos aún. Así que... bueno... llevo a su amigo, que era algo más, a la parte trasera de la librería. Dónde guardaba sus libros más preciados y unas cuantas botellas de las más buenas bebidas. Para él y Crowley.

Dos copas llenas y unos sofás cómodos después, Crowley lo miró con la espalda apoyada al pequeño sofá. Aziraphale sentado en una silla de mimbre de cara a él.

— Tenemos que hablar —dijo en voz levemente baja. Al demonio tampoco le hacía mucha gracia ponerse sentimental, pero hay cosas que deben hacerse.

— Y-yo... e-hm... antes de que digas nada —empezó el ángel— Quiero decir que nunca pretendí hacerte daño. Quiero decir... a propósito.

Crowley lo miró unos instantes. No le gustaba esa sensación. Es decir... él amaba hablar con su ángel, oír su voz y estar a su lado. Pero esa sensación de hablar de sentimientos y emociones... ese matiz que le aceleraba el corazón, que le hacía temblar el alma. No era miedo ni angustia, era más bien... rechazo a tener sentimientos. Pero después de tantos milenios tendría que acostumbrarse a eso.

Había descubierto que el amor no era algo solamente humano, así que tendría que aceptar que sí que podía amar de otra forma. Aun así, era necesario hablar de ello. Y eso hacía que solo con pensarlo a Crowley se le pusieran los ojos cristalinos.

Dio un largo suspiró y se pasó la mano por el rostro, cerró los ojos unos momentos y luego dirigió su mirada al ángel.

— Lo sé. Nunca pensé que te atreverías a hacerme daño de verdad, angelito. Simplemente... eso no hace que duela menos. Pero no quiero que te sientas mal por eso.

Aziraphale lo miró. Algo que amaba de Crowley era su sinceridad. Sus matices grises le impedían ornamentar sus frases, hacer lítotes, era realista y si le molestaba algo de verdad lo decía. Si le dolía algo lo admitía. Eso podía causarle dolor también a Aziraphale, pero a la vez, sabía que todo lo que dijese el demonio sería de corazón.

— Yo... bueno, también lamento haberte hecho dudar. Y haberte causado dolor y... hacer que pensaras que había muerto y ser tan repentino con lo del Metat-...

— Para el carro, Aziraphale —Crowley estaba serio, de verdad. Esa conversación era importante.— No quiero que te victimices. Los dos hemos hecho cosas que no están bien. No todo es tu culpa. Eh... es porque no hablábamos de las cosas importantes. Pero a partir de ahora sí ¿vale?

Aziraphale asintió. Se levantó a dejar su copa vacía en la mesa y miró de reojo a Crowley. El demonio se puso de pie y se acercó a llenarse la copa otra vez. El ángel se le adelantó y se la llenó él. Los dos se miraron en un silencio que podría haber resultado incómodo a ojos de un espectador, pero en realidad era encantador y necesario. Las miradas de amor no necesitaban palabras.

Las dos copas llenas reposaron sobre la mesa y, al ver que el ángel no se atrevía a decir más, Crowley se armó de coraje y le cogió una mano entre las suyas, entre los dos.

— Yo tengo que darte las gracias. Aunque no me guste hacerlo. —dijo— Por haberme... elegido a mí.

— B-bueno, r-realmente no sé si p-puede escogerse a quién ama-...

— No me refiero a eso —Crowley sintió el rubor en sus mejillas. El ángel estaba nervioso, pero él estaba al borde de ese nerviosismo. Se sentía ansioso, emocionado... un manojo de nervios que odiaba sentir.— Quiero decir... por haber... hecho el esfuerzo de abandonar el Cielo por mí. Y por encubrirme todo este tiempo y...

Crowley dejó de hablar. No se sentía triste pero sí abrumado por tantas emociones. Él siempre había sido el tipo duro que no sentía nada. ¿Por qué le afectaba tanto eso? ¿Por qué sentía esas ganas de llorar? Por lo menos era de alegría. De felicidad.

Aun así rechazó ese sentimiento.

Aziraphale podía leerlo con solo mirarlo a los ojos. Nunca había tenido la oportunidad de decirle lo mucho que le gustaba que se quitase las gafas cuando estaba con él, ese no era el momento, pero era una de las cosas que le diría en esa eternidad que les espersba juntos.

— No quiero que me agradezcas —susurró, poniendo su otra mano sobre las de Crowley, le gustaba esa calidez. Más que la de una taza de té— No quiero que me des las gracias por esto. Porque yo también tengo muchas cosas que agradecer. Los dos sabemos las cosas que hemos hecho uno por el otro. Hemos escondido secretos y nos hemos turnado varias tareas. Ya está, Crowley, seguirá siendo así... no quiero alejarme de ti jamás.

La respiración de Crowley se hacía pesada, no era visible, pero él lo notaba. Su ángel lo sabía. Le apretó el agarre y puso una de sus temblorosas manos sobre su mejilla. Crowley lo miró a los ojos.

— Ahora, ¿vamos a ponernos ciegos de vino o no?

Crowley sonrió. Y era lo más bonito que había visto Aziraphale en milenios. Una sonrisa más bonita que la propia creación del universo. El ángel sintió un impulso y cedió a la tentación de empujar las manos de Crowley hacia él y aproximarse a su rostro.

— ¿Por qué dudas? —preguntó Crowley, sus labios a centímetros de los del ángel. Puso sus manos en los hombros de Aziraphale. El ángel todavía ahuecaba una de sus mejillas.

— No lo sé —susurró el ángel, nervioso.

— Vamos —la voz de Crowley era la de siempre, con un toque de diversión.— Bésame, angelito.

Aziraphale sonrió, pero sonrió de verdad. No era una sonrisa para guardar las apariencias o para fingir aprovación. De verdad estaba feliz. Y se dio cuenta que sin palabras también pueden decirse cosas.

Tenían que encontrar un equilibrio.

Jamás volver a las palabras vacías que equivalían al silencio. Más bien volver a las palabras silenciosas que equivalían a un beso.

Puso su otra mano en la mejilla de Crowley, inspiró, cerró los ojos y juntó sus labios. Al instante abrazó el cuello del demonio y sintió mariposas en el estómago, esa sensación humana existía de verdad, incluso para los ángeles.

Lo besó y supo que entendía por qué Eva había mordido la manzana, porque si eso era un pecado, pecar era lo más delicioso que había hecho en su vida.

Love of my life || Crowley x Aziraphale || Historias y One Shots || +18Where stories live. Discover now