Capítulo 10

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Otro Amor.

Tenía dieciocho años, claro que aceptaría cualquier cosa que me saque de la monotonía

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Tenía dieciocho años, claro que aceptaría cualquier cosa que me saque de la monotonía. No me cansaré de decirlo, y no me justifico, pero tampoco me juzgo porque hay cosas que hoy sé, que aquel Simón no.

Me subí a la moto de Steve, justo detrás de el y arranco a toda velocidad. En su momento, fue el traslado más exageradamente alocado de mi adolescencia, casi juventud. Steve nos colocó cascos y los dos, manejaba la moto como un avión con la intención de llevarme al cielo. Mi pelo largo ondulado tocaba las velocidades del aire en compañía del polvo. Nos detuvimos en un restaurante de hamburguesas.

Por un momento me sentí decepcionado.

— No te preocupes castaño, solo es un atajo.

Asentí con la ilusión presente.

Entramos al local y el pidió por los dos, porque sinceramente, no tenía ni idea del menú que ofrecía el sitio. Estábamos uno frente al otro cuando trajeron el pedido en una bandeja. Fruncí el ceño ante tal cosa.

— ¿Qué es eso?

— Esto—Steve alza los ojos con alegría, alegría que no pude comprender—. Son hamburguesas, el mundo no las merece.

— No digas cosas amigo...

Steve, se rió en mi cara y luego tomó uno de esos adefesios visuales entre sus manos y comerse más de la mitad en una mordida.

— Steve, yo no suelo decir groserías—me cubrí el rostro con las manos—. Pero chinga tu madre.

El rubio casi escupe la comida. Termino e masticar y se esmeró en convencerme de probar un poco, yo prefería no comer hasta tarde antes de oler si quiera eso.

— Anda Simón, por lo menos las papas.

— Quién sabe si se lavaron las manos para preparar esto a lo que tú llamas comida.

El alzo la ceja mirándome despectivamente.

— Eso le da sabor.

Negué con la cabeza. Pero mi sistema me traicionó cuando el estómago me gruñó. Lo que sucedió después ha sido lo más humillante que he padecido como mexicana en el cuerpo de Simón. El sabor era bueno, en realidad muy bueno si cerrabas los ojos e intentabas no recordar el aspecto real de ese adefesio mal hecho. Me sació el hambre, y después de ese banquetazo, volvimos a montarnos en la moto.

El recorrido fue largo, lo bonito fue apreciar el atardecer en la carretera. Alcé mi cara para sentir la brisa verpertina tan natural como bonita.

La oscuridad se avecinaba y nosotros comenzábamos a introducirnos a un entorno frío, casi mortal. En las calles se apreciaba la depresión y pobreza, una zona bastante marginada, mujeres de vestidos cortos y llamativos con cigarrillos en varias esquinas. Cubrí mis ojos para no encontrar el reflejo de las mujeres de mi vida. Los olores de los humos ilegales inundaron mis fosas nasales. Steve me pasó un trapo mojado para ponerme en la nariz y se lo agradecí como nunca. Continuamos hasta llegar a calles con mejor iluminación, dimos la vuelta y nos metimos a un callejón, la bulla era difícil de ocultar, la velocidad de la moto descendió. La gente presente intercambiaba tragos entre ellos, la mayoría vestidos de negro, con accesorios punzantes, hablando con bromas pesadas. Los pircings de sus labios, narices y cejas me dejaron boquiabierto, también contaban con uno que otro tatuaje en sus brazos descubiertas.

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