Turning page

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El frío de la soledad y el rechazo constante se había convertido en el peor castigo para la parca, conocido por los pobladores como "Jeoseung Saja".

Condenado a vivir entre los humanos se vio obligado a permanecer encerrado en una desolada residencia a las afueras de Hanseong.

Hace tiempo atrás cuando aún era un humano joven y lozano, fue testigo del asesinato de toda su familia por el general del ejército por no pagar los altos impuestos que su estado constreñía. Quedándose solo y traumatizado concurrió al suicidio.

Por haber tomado su vida en sus propias manos, recibió el castigo de ser parca. Teniendo el poder de la muerte no solo acompañó a las almas a su destino, sino que tomó el alma del general para llevarla a la hoguera.

No pudiendo pasar desapercibido debido a su encomienda, las personas lo marginaban y temían, por lo que decidió habitar lo más lejos posible de ellos, solo acudiendo cuando un alma le era provisto.

En muchas ocasiones fue apedreado y escupido; aunque aquellos actos no le causaran daño físicamente, lo corroían en lo más profundo de su ser. Podía cumplir su misión tranquilamente cuando las almas que debía acompañar eran de seres repugnantes, pero cuando era el alma inocente de un niño se lamentaba. Lo llevaba en brazos y trataba que su travesía fuera lo más amena posible.

Cierta tarde mientras leía la lista de humanos que estaban pronto a fallecer, una preciosa voz llegó a interrumpirlo. Desconocía la canción, pero ante sus oídos sonaba como un himno celestial. Guiado por la curiosidad se asomó para descubrir a una doncella que cantaba mientras robaba descaradamente los frutos de su planta de melocotón. Era la criatura más extraordinaria que jamás había visto. Su cabello del color del fuego descendía en hondas hasta su cintura. Su esbelto cuerpo era cubierto de una piel lechosa y brillante. Mientras sus rasgadas cuencas protegían unos hechizantes ojos grises. Aunque poseía algunos rasgos de la zona, y utilizaba un hanbok de colores, el resto de su fisonomía la delataba.

Estuvo tentado a salir a reñirle por robar sus melocotones, pero era evidente que ella no sabía que la vivienda le pertenecía a una parca. Tenía miedo de espantarla y echarla a correr. Por el contrario, se quedó quieto observándola desde un rincón en tanto ella no solo hurtaba sus frutas, sino también flores, las que con ahínco acomodó en su cabellera.

La doncella acudió todos los días hasta que dejó al árbol sin ninguna fruta. Ya no le importaba si le robaba con total de verla cada tarde.

La soledad se apaciguaba con su jovial presencia. Había días en que solo iba a cantar alrededor de su vivienda como si fuera consciente del aislamiento del dueño.

Tras haber cumplido con el acompañamiento de las almas de la lista anterior, se reunió con su señor llamado Yunma para que le encomendase una nueva lista. Ya faltaba poco para que su castigo terminase y pudiera descansar en paz.

Todas las parcas estaban reunidas ante el poderoso de las llamas para recibir su lista. Todos de pálida piel, y calzados de un hanbok negro y sombrero de la época. Había entre ellos un nuevo jovencito quién posiblemente lo reemplazaría. Sintió compasión por él porque se vio así mismo hace un siglo.

—Solo te queda una única y última misión —le dijo—, cuando la cumplas tu castigo será absuelto.

—¿De quién se trata?

—De una ninfa, un ser despreciable que se aprovecha de la debilidad de los humanos para manipularlos y arrastrarlos con su belleza a la muerte.

Tomó el diminuto pergamino que contenía escrito el destino de la ninfa. No era la primera vez que había acompañado a una de esas criaturas mágicas por el camino oscuro. Se habían convertido en el objetivo principal de su señor porque eran los únicos seres que conseguían burlarlo, aunque no eran seres inmortales.

Al volver a casa estaba decidido a cumplir su cometido, pero deseaba volver a ver a la doncella por última vez, así que esperó a que ella apareciera para aventurarse en la búsqueda de la ninfa. Sonrió cuando ella lo hizo, tan hermosa como cada día.

Grabándola en su mente, abrió el pergamino para iniciar su labor. Sus ojos se abrieron de par en par al descubrir que la ninfa que buscaba se hallaba frente a él. No era una simple doncella, era una ninfa del bosque.

Desilusionado salió por fin de casa para darle la cara. La ninfa se sorprendió de su presencia, pero en lugar de huir como cualquier ser mágico y ordinario hubiera hecho, le sonrió dulcemente.

—¿No me temes? —le preguntó él.

—¿Por qué habría de hacerlo? Eres una parca apuesto —contestó coqueta.

No pudo evitar sonreír ante su comentario. La gracia con la cual ella se movía lo tenía cautivado.

—Vengo a tomar tu alma y guiarla al infierno como consecuencia de tus pecados.

—Solo me deshice de hombres que representaban una escoria. Tú lo sabes, estuviste ahí cuando murieron.

Rebobinando las extrañas muertes de los hombres que fueron ahogados en el río, supuso que ella había sido. En efecto, en vida fueron violadores, asesinos y ladrones; guio sus almas directo al fuego eterno.

Fue incapaz de quitarle la vida en ese mismo instante y posteriormente. Ella lo visitaba a diario, y él la recibía contento, pero apesadumbrado por su libertad que estaba dejando de lado. Se recriminaba el no haber salido antes, el amarla y ser amado cuanto pudo.

El ultimo castigo que Yunma le había designado era el más cruel de todos.

Nunca pudo hacerlo. Su amor se volvió más grande que sus ganas de ir al cielo o al infierno. Fue condenado a ser el esclavo de Yunma por cien años más, pero lo que no advirtió fue que él enviara a otra parca a tomar la vida de la ninfa. Un día simplemente ella no vino más.

Nuevamente su triste y solitaria existencia lo acarreó como desde un principio...

Cuéntame una canción/Antología [Primera Entrega]Where stories live. Discover now