Lost

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Acompañados del estrepitoso himno de las olas, los pobladores de Mikladalur se entrevieron en sus quehaceres del día a día. Los verdes pastizales los rodeaban de canto a canto envolviendo sus pintorescas viviendas rústicas. Las enormes y heterogéneas rocas asediaban las aguas cantarinas del mar.

Britta se metió a una cueva para salvaguardarse de los comerciantes que le perseguían porque había robado un budín. En medio de la oscuridad descubrió la imagen de un hombre, el que retrocedió como una criatura asustada.

—¿Te estás escondiendo?

Se veía muy atemorizado.

—Me iré para que no tengas miedo.

Pero se detuvo cuando sintió que él jaló de la basta de su faldón.

—¿No tienes a dónde ir?

Entendiendo que se encontraba solo sintió compasión por él; también se hallaba en la misma situación.

Tomando su mano callosa lo arrastró hacia el exterior de la cueva, percatándose antes de que ninguno de sus perseguidores estuviera husmeando.

Prontamente en la claridad pudo darse cuenta que su protegido era ciertamente un hombre demasiado hermoso. Su cabello largo y enmarañado le daba un toque salvaje, y su mandíbula marcada se acentuaba de forma varonil. Su piel morena, aunque sucia, era descomunalmente atractiva.

En el camino no dejó de parlar, aunque él no respondiera ni una palabra. Solo se calló cuando él se quedó estancado. Siguió su mirada para descubrir que observaba con anhelo a las focas que reposaban sobre las rocas. Ellas parecían devolverle la mirada y pequeños gemidos que él repitió.

—¿Puedes comunicarte con las focas, pero no con las personas?

Su exótica apariencia e imposibilidad del habla le empujó a la conclusión de que no estaba frente a un humano.

—¿Eres un selkie? —se aventuró a preguntar—. Han escondido tu piel, ¿no es así?

Años atrás una preciosa selkie, es decir, una foca mágica, había sido capturada por un pescador para desposarla. Escondió su piel de foca para que no pudiese regresar al mar, pero más tarde ella logró encontrarla, por lo que inmediatamente abandonó al hombre y a la criatura que poseían en común. Como venganza el pescador mató a toda su familia. Fue entonces cuando los de esa especie se unieron para ahogar a todos los pescadores de Mikladalur. Así nació el profundo odio entre ambas razas. Y para detener la masacre, los humanos capturaron como rehén al selkie que se hallaba frente a ella.

—Yo recuperaré tu piel para que puedas regresar con los tuyos.

Fueron muchos los días en que Britta se encomendó la tarea de buscar la piel del selkie. Mientras, lo escondió en su humilde hogar para proveerle de los cuidados necesarios. Se sorprendió al descubrir en él, muestras de afecto. Se acurrucaba sobre sus faldones y pedía ser acariciado por ella. En poco tiempo lograron crear lazos profundos de bellos sentimientos. Por fin ya no se sentía sola, había alguien que la esperaba con anhelo cuando regresaba a casa. Alguien que la acompañaba durante la noche para que no sintiera miedo.

Gracias a su gran habilidad de hurtar, Britta encontró la piel de foca en la casa del jefe del pueblo. Al volver a su vivienda le pareció extraño que él no saliera a recibirla con añoranza como había hecho todos los días. Cuando consiguió acercarse más, halló la puerta abierta; se temió lo peor. Ante sus ojos sacaron a rastras al selkie, apresándolo con dureza de sus brazos. Pudo percibir el miedo en su ser, el pánico en su mirada.

—¡No, no se lo lleven! —clamó a grandes voces.

—¡Maldita zorra, ¿cómo pudiste traicionar a tu gente?! —le reclamó uno de los hombres.

El pobre selkie intentó en vano zafarse de las garras de sus prisioneros cuando ella fue golpeada por uno de ellos.

—Britta —fue la primera y última palabra que dijo.

La joven se levantó como pudo para ir tras él. Se le vino a la mente como días antes le había enseñado a decir su nombre.

Los fuertes vientos y el estrepitoso sonido del mar fue lo único que logró que aquellos hombres se detuvieran. Las aguas estaban rebasando las orillas hasta llegar a las verdes praderas. El terror entre los pueblerinos se alzó entre gritos desesperados.

—Son los selkies —expuso Britta—, si no sueltan a su congénere nos ahogarán a todos.

—¡Déjenlo ir! —pidió una mujer realmente asustada.

Las voces de plegaria se unieron en coro.

Guiados por las suplicas de todo el pueblo, finalmente dejaron al selkie en libertad. Solo entonces las aguas se calmaron. Britta, entregándole su piel le otorgó el camino de vuelta a casa. Pero pudo notar la duda de dejarla atrás.

—Ve con los tuyos —le dijo acariciando su rostro.

El selkie a pasos lentos se marchó hacia el horizonte dejando a Britta envuelta en lágrimas, pero tranquila al saber que estaría a salvo.

Tiempo después, recordando al único ser por el que sintió afecto, además de su madre, se asió de valor y, probando suerte, derramó siete lágrimas al mar como el mito decía.

—¿Me llamaste Britta? —Escuchó de repente.

Aludida y emocionada se giró hacia el llamado. De las enormes rocas, su adorado selkie salió sonriente.

—Ya puedes hablar.

Como respuesta la asió entre sus brazos elevándola del suelo.

—Hay alguien que quiere verte.

Detrás de él una hermosa selkie hizo presencia. Inmediatamente, Britta la reconoció porque a pesar de los años su recuerdo vivió siempre en su memoria.

—Mamá —susurró compungida.

—¡Britta!

La madre de Britta había sido la selkie de la leyenda, la que fue obligada a quedarse en la tierra porque un pescador escondió su piel. Y aunque amaba a su hija, sus otros hijos del mar y su familia la esperaban. Quiso llevársela cuando huyó, pero prevalecía en ella más sangre humana que de selkie.

La vida para los eternos enamorados ciertamente no era fácil. Ninguno de los dos podía ser parte de su mundo por la oposición de sus razas, pero el nacimiento de una nueva vida, y un amor verdadero, trajo paz a sus corazones momentáneamente. 

Relato inspirado en la canción "Lost" de la banda estadounidense Maroon 5, y el disparador de fantasía: "El amor por no tener geografía no conoce límites".


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