Colgando en tus manos

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Mis ojos no se desprenden de la impresora, mientras espero que el papel salga. El sonido que provoca cuando se va despegando del aparato, me causa ansiedad, y a la misma vez hace que mi corazón lata a máxima velocidad. Cuando por fin ve la luz por completo, mi sonrisa se extiende en todo mi rostro. El papel está tan caliente como mis mejillas. Mi dedo índice empieza a dibujar la forma de su letra, su letra grande y juguetona como él.

Fue un sueño haberlo conocido, o tal vez el destino. Jamás pensé encontrar el amor en otro país, mucho menos en otro continente. Mi viaje por Europa me regaló grandes recuerdos, sobre todo a él, mi amado Santiago. Y en este preciso momento me encuentro leyendo el poema que con tanto cariño ha escrito para mí. Le gusta mucho enviarme poemas escritos por él mismo; dice que soy su inspiración, su musa; él es un verdadero poeta, tan romántico como la puesta del sol.

Cada que cumplimos un mes más, me envía uno, lo escribe, lo escanea y me lo manda por correo; yo lo imprimo y lo leo antes de dormir.

Tengo curiosidad de este que me ha enviado, siempre me sorprende con sus ocurrencias y su lado tierno. Beso el papel y me siento en mi cama para leerlo.

Mi amante fiel

La noche ha caído querida mía; miro hacia la ventana, y la luna aparece presuntuosa intentando iluminar mi corazón, pero tu sonrisa es más que suficiente, mi amante fiel.

¿Qué me has hecho? ¿Es tal vez tu belleza la culpable de mi locura? ¿O tu vanidosa voz susurrándome al oído?

Tus labios han caído sobre los míos, los han hechizado y poseído como han querido. Tal vez los han embrujado con su color, o tal vez con su dulzura, dulces como la miel...

¿Cuándo será el día en que te vuelva a ver? ¿Cuándo podre yo acogerme en la ternura de tu piel? Grave es mi zozobra, cuando de tus manos, mi corazón no ha huido.

Entra hoy en mis sueños mi prisionera, permíteme encontrarme con tu alma, amarla y unirla a la mía; corre libremente por mi mente y no dejes ningún espacio en libertad, eres tú... solo tú mi amante fiel...


Acabo de leerlo con su voz susurrando en mis oídos, dulce y sugerente como de costumbre.

Estoy demasiado enamorada... Nunca he conocido un chico tan tierno como él, es un niño en cuerpo de hombre; su espíritu infantil me tiene cautivada.

Dicen que las relaciones a distancia son una utopía, una ilusión, pero Santiago y yo somos prueba viviente de que es mentira; cuando el amor es sincero, los kilómetros y fronteras no es un impedimento, cuando el amor es amor, sigue ahí, vivificado, latiendo en cada suspiro, en cada pensamiento, en cada canción.

Es cierto que extraño a mi amor con desesperación, que me muero por verle, tocarle, sentirle... incrementando cada vez las ansias de tenerlo a mi lado, pero cada encuentro se transforma en un pedazo de paraíso.

Recuerdo asiduamente la primera vez que nos vimos; yo caminaba por las calles atestadas de Madrid intentando acaparar la atención de cualquier taxista, todos parecían ir llenos. No miento cuando digo que las lágrimas estaban a punto de brotar de mis grandes ojos; iba a perder mi vuelo a Marbella si no llegaba a tiempo.

Me senté sobre mi maleta, frustrada; ya no fui capaz de contener mis antojadizas lágrimas. No soy llorona, pero esa vez de verdad me sentí mal. De repente alguien pasó junto a mí arrastrando su negra maleta, no dejaba de mirar la pantalla de su celular. Y en seguida un taxi se posicionó frente a él. Sin pensarlo dos veces me acerqué y le toqué un brazo.

—Hola, ¿de casualidad vas al aeropuerto Adolfo Suárez?

El aludido me miró sorprendido y asintió perezosamente.

—Yo también voy a ese lugar, ¿será que podemos compartir el taxi?

Pude ver en sus ojos la duda, pero elevó los hombros. Me abrió la puerta y me ayudó con la maleta. Emití un gran suspiro.

—¿Cómo fue que conseguiste un taxi a esta hora del día? Estuve parada casi media hora sin conseguir alguno; estuve a punto de llorar.

—Más bien creo que si lloraste —contestó risueño, tendiéndome un pañuelo.

¿Quién utiliza pañuelos el día de hoy? Bueno, él...

—...Y contestando a vuestra pregunta, llamé un taxi desde mi aplicación.

Asentí sintiéndome realmente tonta, fuera de tono.

Mientras nos acercábamos a nuestro destino, emprendimos una charla bastante amena, Santiago es tan conversador y amigable como yo. Sus chistes me hicieron soltar una que otra carcajada, no por los buenos que eran, más bien todo lo contrario, pero el modo en que él los contaba y la risotada que desprendía, me hacía reír sin querer.

Cuando nos adentramos a la instalación, me di cuenta que era de estatura media en Europa, pero lo suficientemente alto en mi continente, muy alto para mí, apenas y le doy en el hombro.

—¿Qué lugar vas a visitar? —le pregunté.

—Regreso a casa, Marbella, solo vine a Madrid por unos trámites en la sucursal principal de la editorial en la que trabajo.

—¿Vas ahí? Yo también voy a Marbella. Por cierto, soy venezolana.

—Ahora tengo una amiga venezolana —pronunció sonriendo.

El destino nos enlazó una vez más haciéndonos tomar el mismo vuelo en asientos uno a lado del otro. Está más decir que parlamos durante todo el viaje. La confianza nació de un momento a otro, sentía que lo conocía de toda la vida.

Santiago se portó muy bien conmigo, me acompañó hasta mi hotel, y fue mi guía durante toda mi estadía en esa bellísima ciudad. Para mi regreso, no fue difícil concretar que estaba perdidamente enamorada de él.

Nos mensajeábamos todos los días, y hacíamos video llamada de vez en cuando. Casi me da un infarto cuando me dijo que tenía planeado ir a Caracas.

Estuvo por ahí aproximadamente quince días, lo llevé a cada lugar, y probó cada plato que pudo, pero se enamoró de las arepas.

Cuando tuvo que volver, me arriesgué y de despedida le besé los labios. Él se quedó congelado al inicio, casi me arrepentí de haberlo hecho, pero cuando colocó sus manos tibias sobre mi rostro, y me devolvió un vehemente beso, supe que estaba tan colado como yo. Desde entonces todo ha sido maravilloso, a veces voy a visitarlo, y a veces viene él, aunque ahora viene a verme a Buenos Aires, desde que tuve que mudarme por fuerza mayor. Santiago insiste a que me mude con él, pero por el momento me es difícil, por no decir imposible.

Con un suspiro nasal me quedo dormida, hasta que el timbre me obliga a desperezarme. Hace un frío infernal que me congela hasta los huesos, creo que jamás me acostumbraré a este clima frío.

Entre bostezos abro la puerta, cuando me quedo helada al verlo de pie frente a mí, y con su maleta a cuestas.

—Por fin he sido designado a la sucursal de Buenos Aires —dice atropelladamente.

Ahora se me congeló el corazón, y no por el frío...

Relato inspirado en la canción "Colgando en tus manos", de los cantantes Carlos Baute y Marta Sánchez. 

Cuéntame una canción/Antología [Primera Entrega]Where stories live. Discover now