𝑪𝑨𝑷𝑰𝑻𝑼𝑳𝑶 𝑻𝑹𝑬𝑰𝑵𝑻𝑨

Comenzar desde el principio
                                    

Jamás pensé que lo que Connell ocultaba a todo el mundo era eso. Nunca creí que él pudiera llegar a sufrir todo lo que sufrió y, cuando lo descubrí, el mundo se hizo mucho más pequeño. Pero, lo que de verdad me dejó impactada, fue verlo ahí de pie, saliendo adelante cada día. Intentando ser lo mejor en ese mundo en el que nos movemos y donde a la mínima que pasa te acribillan. Verlo ahí, después de saber todo el daño que ha sufrido, me hace admirarlo como persona. Pero no solo a él, sino a todos los que han conseguido seguir su camino. Incluidos los que han siguen haciéndolo aunque tengan que volver más veces de las que les gustaría.

—¿Entonces prefieres pizza o hamburguesa? —la voz de Connell me trae de nuevo al presente. Está revisando la aplicación donde vamos a pedir la cena y, cuando nota que no contesto, levanta la mirada de la pantalla. Supongo que tengo que tener una cara de panoli porque empieza a reírse a carcajadas.

—¿Qué te hace tanta gracia? —pregunto, algo enfadada.

—Oh, no pongas morritos —dice, entre risas, cogiéndome un pellizco en las mejillas—. ¿Sabes que estás muy guapa cuando te enfadas?

—Déjame en paz. Estás riéndote de mí —aparto la cara y miro hacia otro lado. Su carcajada vuelve a retumbar en el autobús.

—¿Te has enfadado? Pero si no me ha dado tiempo a hacer nada —se queja y estoy segura de que está poniendo un puchero. Le encanta dar pena.

—Es que siempre haces lo mismo —respondo, cruzando los brazos, girando hacia él de nuevo. No puedo evitarlo, su expresión de «pobre de mí» me hace reír, incluso cuando estoy enfadada.

—Vale, prometo que no volveré a reírme —declara con solemnidad, poniendo una mano sobre su corazón como si fuera un juramento importante.

—Está bien, pero no pongas esa cara de cachorrito abandonado. No me hace efecto —digo, intentando mantener una expresión seria mientras luchaba contra una sonrisa.

—¡Oh, vaya! Mi plan ha sido descubierto —exclama, dramáticamente, poniéndose una mano en la frente como si fuera a desmayarse.

—Eres ridículo —le digo, riéndome finalmente y sacudiendo la cabeza.

—Ridículo y adorable, no olvides eso —responde con una sonrisa traviesa, haciéndome reír aún más.

—Dios, no te pega nada —ruedo los ojos—. Bueno, mentira, sí que te pega.

—¿Eso es un halago o un insulto? —pregunta, confundido.

—Tómatelo como quieras —me encojo de hombros. Connell vuelve a reírse.

—No te preocupes, reina del hielo. Sé que en el fondo te mueres por mis huesos —canturrea, alzando las cejas.

—¿Tus huesos? Eso es nuevo. Normalmente, dicen que se mueren por alguien entero —comento, sonriendo de lado.

Connell finge una expresión de asombro dramático.

—Oh, ¿estás diciendo que no soy suficiente para ti? ¿Necesitas a alguien completo?

—Exacto. Me estás fallando en la parte de «ser humano completo» —bromeo, señalándolo con el dedo.

—Vaya, mi ego no puede soportar esto —dice, llevándose una mano al pecho como si estuviera herido.

—Tu ego sobrevivirá, estoy segura. Es tan grande que probablemente tiene su propio seguro de vida —respondo, riendo.

Connell me mira con una sonrisa de diversión.

—Oye, no te burles de mi ego. Es un ego muy frágil.

—Oh, pobrecito. Deberíamos ponerle un cojín de seguridad y un casco —bromeo, jugueteando con él.

SALVANDO MR SKI LOUNGEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora