10 : Que la noche hable por nosotros

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Todo sucede tan rápido que no sé cómo es que logramos salir del restaurante en medio de esta bruma de emociones. Isabel conduce el auto y aunque parece estar tranquila, las elevaciones de sus hombros y de su pecho me dicen que está intentando controlar su respiración.

No sé a donde vamos, pero tampoco me importa.

No sé si es precipitado, si es un error, si es lo correcto, pero lo único que sí sé, es que vale la pena arriesgarme porque las oportunidades no se presentan más de una vez en la vida.

Isabel voltea y me sonríe intentando ocultar sus propios nervios; posa su mano sobre mi rodilla y aprieta ligeramente, sin saber que eso ayuda para tranquilizarnos a ambas.

Finalmente, llegamos a un edificio bastante lujoso. Mis emociones comienzan un terrible remolino que se hace trizas en mi pecho, pero al entrar al estacionamiento subterráneo, vuelvo a la realidad y el aire comienza a escasear en mis pulmones, dando indicios de pánico.

—¿Vives aquí? —pregunto para tranquilizar mis nervios.

—No exactamente —responde liberando su cinturón de seguridad—. Aquí solo es mi departamento —aclara y comienzo a preguntarme cuántas propiedades más tiene—. ¿Vamos? —sonríe.

—Claro —exhalo intentando calmar mi taquicardia.

Salimos del auto y el vacío del estacionamiento provoca que sus tacones y mis pasos torpes hagan eco y se potencialice el sonido; al entrar al elevador Isabel toma mi mano con fuerza, tal vez, indicando con ese gesto que todo está bien, pero provocando que me tense al instante.

—¿Tienes frio? —pregunta sospechando por mi reacción.

—Un poco —miento y comienzo a deslizar mi mano libre sobre el costado de mi pierna para ayudar a tranquilizarme.

¿Por qué estoy así?

No pasa nada.

Todo estará bien.

—Casi llegamos.

Volteo la vista hacia los números superiores, los cuales se van encendiendo uno a uno, pero el elevador continúa avanzando sin llegar a su destino aún; no se detiene hasta que la parpadeante luz marca el último piso.

—¿Es este un mal momento para mencionar que le tengo miedo a las alturas? —menciono una vez que salimos.

—¿En serio? —pregunta Isabel incrédula.

—¿Si te digo que no es broma me creerías?

—Tranquila —pide Isabel, soltando mi mano para poder abrir la puerta—. Vale la pena, porque el departamento tiene la mejor vista.

Isabel se hace a un lado para invitarme a pasar y juro que me quedo pasmada ante el imponente escenario que se encuentra adentro.

Su departamento es enorme, todo emite un reflejo de pulcritud y el estilo es impresionante; todo está perfectamente ordenado, sin dejar de lado el toque que tiene, totalmente sobrio y elegante. Es de suponerse, como todo lo relacionado con Isabel.

Camino hacia la ventana principal que, en realidad, es un muro completo de cristal y compruebo sus palabras.

Las vistas que se tienen desde aquí son hermosas.

—Es increíble —menciono aun observando hacia las tintineantes luces que adornan a la ciudad—. Aunque, no pensé que un departamento fuera tu estilo.

—Pues lo es —me asegura—, aunque por obvias razones, no vivo aquí —sé que lo dice por Julia—; para eso está la casa —aclara sin decir más—. ¿Deseas otra copa de vino? —pregunta y al acercarse puedo observar su reflejo en el cristal.

RelámpagoWhere stories live. Discover now