❝ Y todos los caminos que tenemos que recorrer son tortuosos, y todas las luces que nos conducen allí nos están cegando.
Hay muchas cosas que me gustaría decirte,
pero no sé cómo❞
-𝐐𝐮𝐢𝐞𝐫𝐨 𝐩𝐞𝐫𝐭𝐞𝐧𝐞𝐜𝐞𝐫𝐭𝐞, 𝐆𝐫𝐚𝐧𝐠𝐞𝐫. 𝐄𝐧 𝐜𝐮𝐞...
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Amelie se encontraba sentada en el piso de la lechucería, había estado ahí constantemente, recurriendo a su pequeña soledad, desde lo ocurrido en la clase del profesor Lupin.
No estaba de ánimos para lidiar con las burlas o miradas que de le daban.
Recordó constantemente su boggart, jamás creyó que volvería a sentirse de esa manera, había aprendido a lidiar con sus pensamientos primitivos, dejó de lado todo lo que él le enseñó, pero, en el fondo, si había algo que nunca podía cambiar era el miedo a ser una persona decepcionante.
Ella no quería que su abuelo se molestara, porque si eso ocurría, habría consecuencias. Siempre fue de esa forma, por ello, trataba persistentemente de ser una gran bruja. Aunque, aveces para su familia, no era suficiente.
Y constantemente la ponían a prueba. Como las decisiones de su madre respecto a su futuro. Ella era una dama que debía casarse con un gran hombre, para ser su acompañante por el resto de los años que viviera.
No quería que su madre la comprometiera con alguien a quien no sabía si quería, como Draco, al final, si ella no sentía absolutamente nada por él, no sabría cómo lidiar con su futuro.
Eso era un pensamiento deprimente. ¡Y solo tenía trece años! No quería imaginar cuando cumpliera la edad necesaria para un compromiso real. Por eso, aveces fantaseaba con la idea de irse muy lejos, a un lugar donde nadie la reconociera, donde no tuviera que preocuparse por nada. Solo ser ella misma.
Sin embargo, no quería que algo malo le pasara a su hermano, si decidía dejar todo atrás y huir. Por qué, aunque él no lo supiera, ella siempre fue su protectora. Mientras los adultos mantuvieran sus ojos en ella; Orion podría hacer lo que quisiera sin consecuencias. Era un niño libre, hasta que ella dejara de estar encadenada.
Por otro lado, ella también amaba a su abuelo, después de todo, él siempre fue su héroe cuando era pequeña. Deseaba y anhelaba tener su carácter, tan imponente, o heredar su forma de manejar la varita en un duelo. Era simplemente impresionante cada vez que le mostraba sus libros de artes oscuras.
Al menos, eso fue lo que tuvo en mente desde que la crió.
El hombre siempre se preocupada por ella, se aseguraba que tuviera las mejores cosas, dentro y fuera de la escuela, no obstante, también la forzaba a hablar de manera correcta, pararse rectamente y a tratar a las personas que no son iguales a ellos, de mala manera.
Y Amelie seguía sus órdenes, por qué sus palabras eran correctas ¿verdad?. Su niña interior le repetía eso una y otra vez.
Y del otro lado estaba su padre él cual nunca le hablaba de eso, al contrario, la hacía respetar a todos aquellas personas que lo merecían, sin importar su sangre o apellido, le enseñaba a respetar a los animales y a las plantas tanto como se respetaba a sí misma. Por eso Amelie siempre estaba en un dilema moral. Observando a sus alrededores, deseando comprender los pensamientos de cada ser vivo que pisa la tierra.
