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◖𓈈﹗ ﹙ capitulo veintisiete﹚
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      Cada parte de su cuerpo estaba sufriendo de temblores que ni la magia de curación podía controlar; si eran producto de la mente o un impulso físico esporádico no causaba en Lilith mas que el ansioso encuentro con su madre

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      Cada parte de su cuerpo estaba sufriendo de temblores que ni la magia de curación podía controlar; si eran producto de la mente o un impulso físico esporádico no causaba en Lilith mas que el ansioso encuentro con su madre. Por su mente ocurrían mil escenarios y discurso que premeditó por mucho tiempo y no le parecía ninguno adecuado. Había imaginado ese día por un año entero, lo esperó entre lágrimas, sudor y sangre, y cuando el momento había llegado. Se paralizó apretando la mano de la reina, como si no fuera la figura que reflejaba todas sus aspiraciones, el origen de su nombre y por quien creyó que era ser. Sin ella, no había una Lilith Arduenn. No existía, y no le mostró ningún respeto, le destrozó la mano olvidando las apariencias, jugando a ser salvadora y víctima.

      —Escúchame atentamente Lilith —dijo la reina, soltándola de la mano y tomándola por los hombres, agitando su cuerpo para que despertara—. Tenemos que ser rápidas en las puertas, ellos se darán cuenta que estamos allí. Tú solo te dejas guiar por mí, solo mira al frente. Son ordenes de tu reina. ¿Has comprendido?

      La bruja asintió desesperada, olvidando todo el pasado y el futuro. La idea del presente y vivir en él le parecía la cosa más feliz del mundo. Por fin estaría con su madre —con o sin sello de por medio—, era su máxima expresión y máximo dolor, y por fin encontraría respuestas al tormento de vida en el que estaba. Extrañaba a su mamá con la misma intensidad que el primer día que abandonó su vida física. Allí arriba estaba viva en un cielo eterno, un momento de felicidad. Se moría de curiosidad por saber qué historia significó el descanso eterno de la paz. ¿Estaría allí? ¿Sus abuelos? ¿Con quién estaría?

      —Haré lo que tu me digas mi reina, gracias.

      Pronto la teletransportó a un lugar que brillaba en puro blanco, el más puro que jamás había visto y dañaba sus ojos acostumbrados a la oscuridad del infierno. Se sentía como contemplar los rayos del sol por toda la eternidad. Lo opuesto al vacío, la luminosidad entregándose en cada espacio-tiempo, volviéndola loca, con náuseas y ansiedad. Había un gran número de puertas que dictaban nombres de personas nacidas en los sesenta; algunas tenían una fecha de muerte próxima al nacimiento, otras estaban más alejadas, comenzaban a acercarse a los años dos mil. La reina la tironeaba de la mano, sin soltarla, como una niña que no quería ir al doctor. Por alguna razón, sus pies le ponían resistencia, quedándose paralizados; todo su cuerpo se paralizaba en cuanto las fechas eran cada vez mas actuales. Un inmenso calor se despegó por todo su cuerpo, estaba sudando tanto que el cabello se estaba pegando a su frente y mejillas.

      El cielo era muy diferente a lo que imaginó. Era un psiquiátrico, sin alma, sin unión. Cada uno en una habitación viviendo una fantasía. Un sueño muy realista. Una emoción extrema —menos mal que era agradable—, porque le sería una tortura. No le gustó el cielo, ni el concepto de vida después de la muerte. Lo odiaba, lo odió, lo odiaría. El infierno le pareció un lugar de segundas oportunidades, de aventuras, de muerte y felicidad, de vida y esperanza. El cielo la llenó de miedo.

LIKE A PRAYER│DEAN WINCHESTERWhere stories live. Discover now