1. Cita de juegos.

1.1K 66 37
                                    

Las manos del moreno agarraban con fuerza la cintura de la chica, sujetándola mientras él movía sus caderas a un ritmo marcado por su corazón, mecánico, fuerte y suave a la vez. Ambos cuerpos chocaban entre sí sacando los sonidos más obscenos que se pudieran imaginar. Ella postrada sobre su cama con Miles detrás, agitando sus trenzas a cada movimiento que hacía. Desnudos, sudando y cambiando de posiciones de vez en cuando, se dejaban dominar por sus instintos carnales olvidando que existía el resto del mundo, solo ellos dos, entregándose mutuamente por amor. Si tan solo él sintiera lo mismo.

Ariadna llegó primero al orgasmo, dos minutos antes que Miles, dejó escapar un sonoro gemido, sus brazos perdieron fuerza haciendo que su cuerpo se desmoronada sobre la suave cama, miró a Miles detrás suya, su respiración agitada y el sudor que abrillantaba su cuerpo era un deleite para la chica. Se quejó frunciendo el ceño cuando él salió de su interior. Ariadna se acostó boca arriba abrazando su perro de peluche, el único que guardaba fuera de una caja. Observó como Miles se retiraba el preservativo y lo tiraba al basurero, no mostraba emoción alguna al igual que siempre, se vistió espaldas a la joven y se fue sin dirigirle ni si quiera una mirada.

—Adiós —se despidió Ariadna sin obtener respuesta.

Dejó la puerta de la habitación abierta pero cerró la de la entrada cuando se marchó. Era lo mismo de siempre: follar y largarse, nunca se quedaba por muy tarde que fuese, habían días en los que llamaba a su puerta una hora antes del amanecer, a Ariadna no le molestaba, al fin y al cabo era Miles, cada interacción contaba ¿verdad? Estaba comenzando a dudar de eso y muchas cosas más, su prima ya se lo había advertido:

"—No te involucres con Morales, ese chico solo te traerá problemas. Vales demasiado como para desperdiciar tu tiempo con él."

Y esas solo eran las partes que no contenían insultos dirigidos al chico u Ozuna, como Xián le apodaba desde hace meses.

Ariadna dejó el peluche en el suelo y cerró los ojos, el viento soplaba por la ventana totalmente abierta de su habitación, el aire frío ayudaba a refrescar su cuerpo e incluso la combinación de los aromas nocturnos de la ciudad la consolaban, trataba tanto de no llorar. Respiró ondo por la nariz y exhalando por la boca, trató de recordar cada detalle de Miles, abarcando desde el parpadeo de sus ojos hasta el aroma de su piel, no usaba perfume y aún así olía bien. Ariadna movió el brazo derecho acariciando su cama borrando las marcas que dejaron las rodilas de él, Miles nunca se quedaba lo suficiente para que su olor se quedara impregnado en las sábanas. Metida en sus pensamientos estaba a por cerrar los ojos e irse a dormir cuando un fuerte portazo la asustó.

—¡Ariiii! —gritó su prima— ¡Sé que ha vuelto a pasar, huelo a sexo!

Ariadna puso los ojos en blanco antes de buscar algo que ponerse e ir al encuentro de su prima.

—¿Has considerado alguna vez hacerte perro policía? Hueles cada cosa...

—Ariiii —alargó la última vocal entre dientes regañando a su prima—. La puerta no está cerrada con llave y dejaste la luz de la encimera encendida, solo haces eso cuando él viene. Dime la verdad ¿ha estado Morales aquí?

Ariadna mordió un lado de sus labios, a Xián no se le escapaba nada, era mejor detective que todos los que habían en las distintas comisarías de Nueva York. Ella era su prima, Xián Lǐ Wáng. Eran de la misma edad, 16 años, todo el mundo decían que eran muy parecidas, pelo negro y liso, ojos marrones oscuros, labios pequeños y carnosos. Hasta ahí llegaban, puesto que Xián era abismalmente bajita, se quedó estancada en sus 1,45 desde que pegó el estirón a los 12 años. Los padres de ambas chicas eran inmigrantes chinos hermanos que vinieron escapando de un estilo de vida que no les convenía a su ideología. Una vez bien asentados en Nueva York cada hermano se casó con mujeres muy distintas, el padre de Xián, Huan Wáng, se casó con otra inmigrante china que llevaba casi toda su vida en Estados Unidos y la tuvieron a ella, una preciosa niña de mejillas regordetas y mirada de tigresa, por desgracia enviudó cuando su hija tenía siete meses y se vio obligado a mudarse con su mejor amigo y cuñado, el hermano de su cuñada, Juan Ortiz Hidalgo, porque no podía seguir permitiéndose el apartamento que pagaba junto a su difunta mujer. El padre de Ariadna, Nuo Wáng, era más tímido que su hermano, acostumbrado a un estilo de vida introvertido le costaba formar lazos fuera de la familia, fue su propio hermano quien le presentó a su futura esposa, una amiga de su mujer que estaba soltera y era tan lista como él, e incluso más, en aquella época estaba haciendo prácticas en uno de los mejores laboratorios del país, su nombre era Nora Ortiz Hidalgo, tan hermosa como inteligente, hija de una prestigiosa familia española. Fueron teniendo cita tras cita hasta que decidieron casarse y manejar la empresa familiar que se les fue heredado cuando los padres de Nora fallecieron de vejez.

Un salto de fe. (Miles G. Morales 42)Where stories live. Discover now