— Camina rápido, te van a robar.

Fruncí el ceño. No estaba entendiendo nada. Paulo se dirigió a una puerta de madera fina y la abrió. Hizo un gesto dándome el paso. No pregunté, se miraba preocupado. Cerró la puerta rápidamente y se encaminó a lo que parecía ser su escritorio. Me tomé el atrevimiento de sentarme en un sofá de piel que estaba cerca del librero.

— Muy bien—dijo él—. Ahí quédate, ahorita volveremos al centro de la metrópoli.

Alcé las cejas sin la capacidad de procesar el mínimo detalle. Yo seguía sin saber que significaba Gay. Mi mente se empezó a ver abrumada y de repente la actitud libre de Paulo se torno sería y dura. Marcaba y marcaba un número en un teléfono de casa, aunque no obtuvo respuesta. En lo personal, odio la desesperación en las personas.

— Simón— me miró rindiéndose con el teléfono—. Vámonos, te dejaré en tu departamento.

— ¿Qué pasó? —me puse de pie viendo como se guardaba un llavero gigante en los pantalones.

— Te explico en el camino.

Y justo cuando rodeó su escritorio la puerta fue abierta por un tipo medio alto, con rasgos finos y ojos azules claritos como el cielo por la mañana. Mis ojos viajaron a Paulo, el cual lucía nervioso.

— Steve—nombró al nombre a modo de saludo—. ¿Cómo estás?

El semblante del tal Steve se volvió vibrante, como si hubiese presenciado un milagro. No despegaba los ojos de mi, me intimidó y solo pude clavarme en la figura de Paulo. Mi amigo no tardó en ponerse en frente mío, como un escudo para que ese tipo dejara de escrutarme.

— ¡Que linda sorpresa Paulo! —cerró la puerta detrás de él con efusividad.

— ¡Parce!, ¡Te estaba llamando por teléfono! —Paulo le reclamaba cubriéndome más.

La sonrisa del güero tomó una pizca de intriga. Tenía bonitos dientes, de eso me fije, pues intentaba mirarme por encima de Paulo.

— ¿Para que viniese de inmediato?

— ¡No! —Paulo casi lo empuja—. ¡Por todo lo contrario!

— ¿Qué?

Paulo, nunca había visto tan fuerte a Paulo como en ese momento, pues empujaba con sudor y calorías el cuerpo del tal Steve, que también se oponía, igual o más confundido que yo.

— ¡Espérame aquí, Simón! —me recordó. Yo asentí.

— ¡Hola Simón! —gritó el güero antes de que Paulo lo arrastrarse y cerrará la puerta.

Simplemente no hice más que sonreír. Hay que ser positivos, eso me solía decir Paula cuando las cosas se complicaba en casa. Me estaba aburriendo, se escuchaban reclamos distorsionados del otro lado de la puerta, y ya saben, entre curiosidad e intriga fue que me acerqué y pegué mi oreja en la puerta para escuchar un poco de lo que discutían. Las oraciones eran más claras.

— No sabe ni lo que significa gay. Dame tiempo para encaminarlo.

Era Paul. Fruncí el ceño.

No hubo respuesta inmediata ni concisa.

— ¿Ya te lo llevas?

— A su departamento, claro.

— Entonces los acompaño.

De nuevo el silencio. Supuse que hubo un enfrentamiento de miradas y esas cosas. Entonces decidí que mejor volvía a mi asiento. Me estaba dando la vuelta cuando abrieron la puerta. Di un respingo y en sus rostros el susto cobró vida.

El Gran Varón ||R u s m e x||Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum