— Sigues siendo tan sofisticada como cuando joven, eres una verdadera dama.

Ríe y se detiene a suspirar con profundidad.

— Bien dijeron tus hermanas, desde pequeño se veía que serias un joven muy apuesto.

— Me parezco a ti—aludí—. ¿Cómo no sería así? Dime.

— Tienes razón. Me pone feliz tener a un hijo como tú.

Me carcajee bufando.

— Mamá—rompí el abrazo—. En realidad, soy el hombre más extraño que vas a conocer—me pose enfrente de ella—. ¿Estás segura de lo que dices?

Soltó una risotada gentil, muy a su estilo.

— Eres el gran varón. Mi orgullo y mi corazón.

— No, —irrumpí su discurso antes de que me llegase en lo profundo—en realidad eres una buena madre, por eso no dirías nada que pudiese dañarme.

Negó en silencio pasando sus dedos por mi cabello. Siempre he creído que las madres aman con empeño, eso hace especial su cariño, aunque sea lejana o ausente. Su amor es de siempre.

— Eres mi hijo, —se levantó tomándome de las manos, quedamos frente a frente—y te quiero mucho.

¿Lo ven?

Tienen ese manto cálido que es solo suyo y de nadie más.

Hay una cosa que no deberías preguntarle nunca a una buena madre: No le preguntes como ama.

Duele saber como ama una madre.

Porque en una madre se acaba el egoísmo cuando mira los ojos de su hijo. En una madre nace el regocijo cuando el triunfador es su hijo y su mundo es mejor cuando te tiene en brazos y puede admirar lo mucho o poco que te pareces a ella. Los respiros y los rasgos. Los buenos días y los malos ratos.

Te ponen a su lado, o incluso en un pedestal mas alto. Lloran y solo desean verte sano.

Sé que mi madre es buena, en ningún momento creyó de mi lo malo. Pero paso algo peculiar, pues mi padre se apresuró en arrancarme de las ramas de mi árbol maternal, de mi figura de apego principal y noté como las flores de ese árbol magistral se deshicieron en ríos de feminidad herida.

— Eres una mujer fantástica mamá, —la abrace efusivamente para que no notase los ríos de penumbra en mi mente—. Te amo. Eres la única mujer a la que amaré toda la vida.

Recostó su mejilla en mi hombro y la sentí sonreír.

Las ocasiones en las que fui envuelto en su manto, fueron tan valiosos como santos.

Una música tenue y tranquila embriagó a nuestros oídos y nos balanceamos al ritmo de esa melodía que solo nosotros oíamos.

Es horrible entender el amor de madre, es doloroso, es viajar a marte sin retorno.

El día en que me debía ir llegó. Mis maletas estaban en orden, me detuve a ver como los empleados se apresuraban tanto y de más por la voz de mando de mi padre. Que chistoso, padre no significaba al cien por ciento dolor. El polvo se haría huésped eterno en los muebles de cedro durante mi ausencia.

— Simón—mi padre, el señor Andrés me llamó deteniéndose en el marco de mi habitación—. Ya llegó el taxi.

Aparte mi vista de la ventana y la cerré para volverme a él.

— Okey.

Creí haber visto sonreír al señor Andrés, pero volteó y me obligué a seguir sus pasos. Mi retirada se anunció con el recorrido que resonaba en cada cuarto. Todos se despedían de mi con respeto verdadero, asentí y llegue a la salida. Estaban ahí mi madre, Elena, Paula y María. Mis hermanas más pequeñas me abrazaron, siempre fui su muñequito de trapo, su hermano bonito. Luego llegué con Paula al tacto, fue mi madre, yo fui su hijo, yo no fui su hermano. Le quería decir que la maternidad le estaba sentando bien, pero sería un tarado, siempre lo ha hecho bien.

El Gran Varón ||R u s m e x||Where stories live. Discover now