Capítulo 14

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Había pasado dos semanas desde May Day.

Una de las enfermeras compañeras de Candy se acercó a ella para informarle que uno de sus hijos la requería, ella pensó equivocadamente que podía tratarse de Oliver, pero no fue así. Por la descripción dada se trataba de Albert y esto la alertó de forma particular, siendo que no solía recibir la visita del muchacho en la clínica. Como se hallaba ocupada, tuvo que pedirle a su compañera que hiciera que él fuera hasta la sala de espera y aguardara allí hasta que pudiera ir a su encuentro. Tan pronto como quedó libre de la tarea que concentraba toda su atención, se aseó cuidadosamente y caminó hasta el lugar a donde descansaba Albert con su cabeza recostada a la pared. Mientras se dirigía a él, ella pudo apreciar que lucía más alto, y que había dejado crecer su cabello en la coronilla lo que provocaba que se le formara unos pequeños rizos dorados muy peculiares, uno de esos rizos caía descuidado sobre su frente. Su muchacho estaba allí parado en perfecto uniforme escolar, con libros y cuadernos en la mano. Apenas se encontraron él la saludó con un beso en la mejilla, se sentaron uno al lado del otro, Candy girándose parcialmente para quedar frente a frente.

—¿Mi amor ocurre algo? —atinó ella a preguntar de inmediato mientras le acariciaba el rostro, y le acomodaba el mechón de cabello.

—No, nada grave... —el muchacho dudó —bueno sí, pero no como te lo imaginas.

—¿Qué ocurre? —preguntó ella comenzando a angustiarse.

—Es sobre Richard. El rector quiere que tú y papá vayan a hablar con él. Envió esta nota, me temo que volvió a meterse en una pelea, y también fue insolente con el rector.

Candy recibió la nota en sus manos, mientras soltaba un profundo suspiro. Desdobló la hoja y leyó con atención. Sí, el muchacho se encontraba en serios problemas y la autoridad escolar requería de la presencia de sus padres, de forma urgente para resolverlo. Sobre Richard pesaba una amenaza eminente de expulsión por insubordinado y su deficiente desempeño escolar. Todo con él parecía estar fuera de control.

—¿Es muy grave? Preguntó Albert.

—Sí. Hay que avisarle a tu padre, el rector quiere vernos esta misma tarde.

Candy pensó que aquella situación no podría haberse presentado en un peor momento, Terry y Oliver se encontraban a dos semanas del estreno de Romeo y Julieta, ambos pasaban largas horas de trabajo en el teatro, y ambos estaban bajo las fuertes presiones naturales de estar trabajando contra reloj. El humor de su esposo por esos días no era el mejor, dependiendo de cómo se lo tomara serviría para volverlo más o menos hosco.

—No puedo ir en este momento al teatro. Albert podrías ir tú, y decirle a tu padre que venga a buscarme. Espera, te hare una nota para él.

Albert le ofreció uno de sus cuadernos, y sacó una pluma del bolsillo de su blazer.

—Mamá, escribe aquí.

Candy tomó el cuaderno, y se sirvió de uno de los libros del joven para apoyarse. No le daba todos los detalles a Terry, pero le aclaraba que era de suma importancia que pasara por ella a la clínica para asistir juntos a la cita con el rector. Arrancó la hoja, doblándola y entregándosela a Albert.

—Dile que sé que está muy ocupado, explícale sin mayores detalles la situación con tu hermano, y dile que le ruego deje lo que sea que este haciendo a esa hora y asista conmigo a la reunión. Que estaré esperándolo. Por cierto, a dónde está Richard.

—En casa, le pedí que llevara a Duncan a la casa mientras yo venía hacia acá.

—¿Sabe qué me traías esta nota del director?

—Sí, pero no le importó. Ahora me ve como a un traidor.

—No te preocupes, ya se le pasará.

Candy abrazó a su hijo, y lo besó repetidamente en la sien y en el cabello rizado, obligándolo a inclinarse. Él la miró con sus ojos tan verdes como los de ella, con ternura y resignación ante su cometido. Ella lamentaba que él, con su carácter suave y conciliador siempre se viera envuelto en conflictos fraternales ajenos. Candy se quedó parada viendo como Albert se alejaba por la calle en dirección al teatro. Con la mano izquierda sobre su pecho, suspiró esperando que Terry al leer su nota no estallara en un ataque colérico, que esto se sumara de forma lamentable a cualquier trastorno que los acontecimientos provocaran en su trabajo. Regresó al interior de la clínica al lado del doctor Evans, a quien agradeció en silencio haberla mantenido ocupada por varias horas, de ese modo no pensar en todo cuanto estaba aconteciendo en el seno de su familia últimamente.

No había pasado más de una semana cuando una noticia proveniente desde el mismísimo Palacio de Buckingham, fue recibida por la familia en Stratford, una de gran impacto para todos, especialmente para William. En un acto de gran generosidad, el Rey Jorge VI resolvió concederle a un miembro de la dinastía Granchester, preferiblemente un descendiente directo del duque, el título de Conde de Sotherton, ostentado hasta su muerte por Lord Frederick Chaworth un lejano pariente político del duque, fallecido un año antes sin herederos para el título.

En un movimiento que Terry se atrevió a denominar "Richard Granchester siendo Richard Granchester", el duque había recibido con más que beneplácito la disposición real de conservar en la dinastía sobre cuya cabeza reposaba la corona del ducado, un título que quedaba desierto y que estuvo antiguamente vinculado a esta a través de Lady Mary Chaworth, condesa de Sotherton, prima segunda de Richard. Siendo así los hechos, él no tardó en proponer al mayor de sus nietos, al joven estudiante de medicina William Thomas Granchester hijo primogénito del futuro duque.

A través de una larga carta que Terry pacientemente leyó también a su esposa, Richard le dio a conocer la disposición del Rey, y esgrimía a su hijo tantos argumentos como le fueron posibles sobre los méritos que reunía William para ostentar el título. Entre ellos destacaba su juventud, su preparación y su estirpe. Un joven futuro médico de Oxford, egresado con honores de Eton, un rostro fresco y moderno en medio de la vieja aristocracia, un digno representante de la nueva generación de nobles para un reino que debía conservar sus tradiciones post guerra. Para Richard, William representaba el futuro de Inglaterra y de la noble casta Granchester. Él sabía perfectamente que Terry, a quien con gusto hubiese propuesto, jamás habría aceptado. Entonces en un movimiento estratégico muy bien pensado, él se decantó por William, de cuya formación él se sentía bastante responsable. El duque no sólo tuvo la visión de que su nieto fuera poseedor de un título otorgado en honor al linaje, también la oportunidad de incrementar el prestigio de su casa, lo que siempre deseo para su propio heredero.

Terry se lo había tomado con calma. Cuando Candy le preguntó si permitiría a William aceptar el nombramiento, él se encogió de hombros y admitió que no era su papel cuestionar la decisión de su hijo, ni de tratar de influir en ella. William ya no dependía de él económicamente, había hecho efectiva la herencia que su abuelo tenía reservada para él al cumplir los veintiún años. Él sólo lo ayudaba a manejarla con responsabilidad. Pronto terminaría su carrera universitaria y de acuerdo con los planes dados a conocer por el mismo joven, tenía intenciones de casarse con Louisa Collins apenas esto ocurriera. Al recibir las llaves que lo acreditaban como conde, además recibiría una propiedad en el condado de Sotherton, una casa solariega y productivas tierras. El mayor de los Granchester Ardlay por fin se hacía acreedor de todo cuanto había soñado su abuelo para él. Y Terry no podía ya luchar contra aquello.

—¿Tendremos que dirigirnos a nuestro propio hijo cómo? —preguntó Candy después de conocer lo que al respecto pensaba Terry sobre el nombramiento.

—Exactamente como hasta ahora pecas. Ni en sus sueños lo llamaré su señoría, ni ninguno de esos pomposos tratamientos protocolarios... pero me divertiré con ello.

Y sí que lo hizo, los subsiguientes días cuando el muchacho llamaba a casa para tener noticias de su familia, y Terry tenía ocasión de contestar no perdía oportunidad de dirigirse a él como su excelencia el Conde... apartaba el auricular, no lo suficiente para que el chico escuchara, y voceaba: señora pecas su señoría el conde William quiere hablar con su madre, y cosas por el estilo. Al otro lado de la línea, William resoplaba seguro de que su padre tardaría mucho en aburrirse y que tendría que soportar aquellas bromas por un buen tiempo.

Terry no se limitó a leer la nota enviada por su esposa, indagó en su hijo sobre lo que estaba ocurriendo con Richard. Él y Albert conversaron por varios minutos sobre el asunto, y el actor no se negó a abrir un espacio en su ya apretado día para acudir con Candy a la cita con el rector. El joven mensajero se sintió aliviado, aunque lo relatado por él y el hecho mismo de que ambos padres fueran convocados a la escuela por el mal comportamiento de Richard provocó en Terry desasosiego y malestar, este no estalló en ira como habían predispuesto madre e hijo. Ambos conversaron en el pequeño restaurant del teatro, a donde sólo estaban ellos dos. Albert se quedó absorto por unos instantes mirando por uno de los ventanales verticales del salón, se dio cuenta de que nunca frecuentaba el lugar, y que le agradaba la idea de quedarse un rato más en compañía de su padre.

—Puedo quedarme un rato a ver a Ollie —preguntó el muchacho más relajado, refiriéndose al ensayo.

—Por supuesto, quédate hasta que tenga que ir al encuentro de tu madre. Vamos a la sala de ensayos —le dijo Terry con una sonrisa mientras le revolvía los bucles rubio oscuro que se le formaban a Albert —dejarás crecer tu cabello —preguntó mientras caminaban.

Albert sonrió y se masajeo la cabeza, justo en la coronilla donde se formaban esos bucles, que a todos llamaban la atención.

—No, los dejaré así tal como están por un tiempo.

En la puerta de la clínica una Candy inquieta, esperaba a que Terry apareciera para asistir a la temida cita con el rector. Ella temía en verdad las malas noticias que pudiera darles el señor Osborne. Esperaba moviéndose sobre su propio cuerpo, mientras sostenía con ambas manos el aza de su bolso frente a su falda, la ansiedad de la espera se disipaba por minutos con los breves saludos que intercambiaba con pacientes que entraban o salían del recinto. Miraba su reloj cuando él finalmente apareció, acercándose a ella mientras la miraba por debajo del sombrero con picardía. Esta de buen humor, pensó ella devolviéndole la sonrisa, así que respiró aliviada y continuó sonriendo cuando él se paró a su lado y le ofreció su brazo para comenzar a caminar juntos.

—¿Todo bien con la obra? —preguntó ella.

—Sí, todo bien, nunca falta un contratiempo, pero nada que no se pueda resolver. Los encargados del vestuario están retrasados, aunque prometieron enviar los trajes antes del viernes. Ya deberíamos tenerlos, pero estoy seguro de que cumplirán.

—Me alegra —comentó Candy —han trabajado muy duro, no tengo dudas de que será un gran espectáculo. ¿Ya comenzó la venta de boletos?

—Sí. No hay funciones agotadas, pero se han vendido bien. Es el efecto de la guerra, hay pocos turistas viniendo. Ah, pero adivina... esto es realmente bueno.

—¿Qué? —preguntó Candy con una expresión casi infantil.

—Recibimos una invitación para tres funciones en Londres, en el Haymarket. Charles (Wrigth) me escribió, recibí su invitación esta mañana. Así que Ollie se estrenará en Londres después de todo.

—¡Eso es maravilloso... por eso estás de buen humor!

—¿Y por qué tendría que estar de mal humor? Todo está saliendo bien con el espectáculo, volveremos al Haymarket por tres noches, mi hijo mayor es ahora conde de no sé qué rayos, sólo ocurre que Richard es un desastre en el colegio, y Evelyn se la pasa llorando por los rincones por el reportero neoyorkino. ¡¡Todo es perfecto!! —exclamó abriendo las palmas de las manos hacia el cielo.

—¡Terry! no seas cruel, no llora por los rincones, únicamente se puso nostálgica anoche después de hablar con él, no seas injusto. Él no podrá venir para su cumpleaños. Es todo.

Cuando llegaron a la escuela, ambos fueron recibidos casi de forma inmediata por Sir Edward Osborne, un hombre que guardaba tanto las tradiciones de la vieja Inglaterra como le fuera posible. De naturaleza flemática, altamente racional y de extraordinaria habilidad diplomática, sin rayar en lo servil. Sabía muy bien quienes eran los Granchester, el hombre conocía perfectamente a cada familia aristocrática del reino porque era un leal monarquista y le gustaba demostrarlo.

—Buenas tardes Lord Granchester, Lady Candice... tomen asiento por favor —saludó con ceremonia.

A Terry le parecía ridícula aquella postura siempre ceremoniosa del rector e innecesaria las formalidades, pero también le aburria persuadirlo. Candy en cambio era más tolerante y no le daba importancia. Sir Edward no se anduvo con rodeos y procedió a contarles el propósito de la reunión.

—Los he mandado a llamar debido al carácter algo... —el hombre titubeo —algo vehemente del joven Richard Granchester.

Terry se movió en la silla y suspiró, Candy extendió su mano y segura de que el hombre frente a ella no podía ver sus movimientos, apretó el muslo de su esposo en una clara señal para que este se contuviera de cualquier imprudencia.

—Verán... —continuo el hombre —deben saber que esta no es la primera vez que esta institución tiene entre sus alumnos a jóvenes tan distinguidos como los hermanos Granchester. Los hijos del Baronet De Courcy Churchill de Warwick estudiaron en esta escuela, los Flower, Sir James Vernon por nombrar algunos. Así que estamos acostumbrados a tratar con caballeros muy distinguidos.

No habían pasado cinco minutos, y Terry quería salir corriendo del lugar y el movimiento incesante en su pierna derecha lo delataba, y otra vez Candy extendía su mano para aplacarlo.

—Lo que sucede con el joven Granchester es que su carácter vehemente, como ya les dije, se acerca mucho a la insolencia, se comporta sin sujetarse a la figura de autoridad, infringe las normas, se mete en peleas constantemente, más bien las propicia y su desempeño académico es deficiente, cuando se le reprende, fanfarronea de su apellido. Es un comportamiento que no podemos tolerar señor —dijo el hombre dirigiéndose directamente al padre. —Me temo que si no llegamos a un compromiso, el joven no podrá regresar a la escuela si no bajo la figura de alumno condicional.

Ambos padres sabían que el muchacho era de carácter fuerte, lengua afilada, altivo, de espíritu indomable. Pero jamás pensaron que estaba metido en tantos líos, que su insolencia era descontrolada y que fuera realmente reprochable su desempeño escolar.

—Un verdadero balordo —murmuró Terry usando un término en italiano, solo audible para él y Candy.

Entonces ella intervino, previniendo que la también lengua afilada de su esposo empeorara las cosas.

—Señor Osborne, debemos disculparnos con usted, ignorábamos tal situación, es decir, su gravedad y deseamos que nos diga qué podemos hacer para que no llegue al extremo de que nuestro hijo no vuelva a ser admitido. Por supuesto que el señor Granchester y yo no pretendemos ignorar lo que nos ha dicho, pero dejarlo sin escuela no es una solución.

—Comprendo. —dijo lacónico el hombre —Lo que propongo es que el joven Granchester se comprometa por escrito a corregir su comportamiento y mejorar sus calificaciones, tomando el riesgo de que al involucrarse en un incidente más será expulsado.

—Usted sabe perfectamente que si lo expulsa sería muy difícil para nosotros encontrarle una nueva escuela, incluso ni nuestro apellido podría abrirle las puertas de una nueva escuela. —dijo finalmente Terry muy serio. —Ni si quiera su excelencia, mi padre, podría interceder para una admisión en una escuela de prestigio, usted sabe muy bien Sir Edward que eso será deshonroso para un hombre como el duque de Granchester.

Candy miró con asombro a Terry, quien con habilidad pasmosa había comenzado a hablar en los mismos términos que el rector, haciendo uso de todo su brillante oportunismo, esgrimiendo argumentos muy convincentes y respetables. Aunque en el fondo a él todo aquello del apellido le valía pamplinas, él tampoco ignoraba que estaban inmersos en un sistema con el que no se podía luchar fácilmente y que por el bien de los suyos tenía que navegar en el cómo quien navega en aguas turbulentas, de forma cautelosa para garantizar una sobrevivencia inteligente, así que no podía nada más darle un puntapié y despachar la situación con ligereza. Le tocaba aceptar.

—Es por ello que no llegaremos a esa indeseable medida, y ustedes como padres del jovencito en cuestión deberán ser garantes del acuerdo. Véalo como un pacto de honor, mi lord. —Diciendo esto, el rector extendió un documento que los padres debían firmar, para su lectura.

Terry leyó por unos minutos, convencido de que oponerse sería un sin sentido, sacó una pluma de su saco, y se acercó al escritorio para firmar.

—Muy bien, mañana mismo Richard firmará también, comprometiéndose a las condiciones que usted y la escuela ha puesto para garantizar su permanencia. Sobre su comportamiento, yo le doy mi palabra, él hará cambios —diciendo esto Terry se puso de pie, abotonó su saco y extendió la mano hacia el rector para "cerrar" el asunto. Ya había soportado lo suficiente.

Candy hizo lo propio, con gentileza y sonriente se despidió del rector. Miró a su esposo a los ojos y comprendió con aquella sola mirada que él estaba furioso aún sin demostrar ni un ápice de aquella amargura que le embargaba. Antes de que se marcharan el rector les dedico unas últimas palabras.

—Señores Granchester, en verdad lamento que esta situación se haya presentado con uno de sus hijos, debo decirles, que a pesar de su mal comportamiento el joven Richard es un muchacho con mucho potencial, pero es solitario, sólo se relaciona con su hermano Albert. No me agrada tenerlos aquí por las causas que ya conocemos, deben saber que siento tanta admiración por ustedes, por lo que hacen por nuestra ciudad como otros miembros de nuestra pequeña sociedad.

Candy volvió a darle las gracias y se despidieron finalmente. Cuando caminaban a la casa ella se atrevió a preguntarle a su esposo. 

—¿Podemos tomar el té en algún lugar de High Street?

—No pecas, vayamos a casa. —La conversación con Sir Osborne, que había sido ciertamente en términos muy respetuosos había dejado en él una sensación desagradable y de desasosiego. Lo menos que deseaba era verse obligado a socializar.

Así que Candy guardó silencio hasta que entraron a la casa un rato después. Todos estaban en el comedor tomando la merienda y el té. Se asombraron de verlo llegar tan temprano, Anne y Duncan reaccionaron levantándose de la mesa y corriendo hacia él para abrazarlo. Richard y Albert se lanzaron miradas, ambos sabían que sus padres regresaban de la escuela. Terry recibió y devolvió la cariñosa bienvenida de sus hijos menores y se acercó luego a la mesa para acompañarlos. Se tomaba un tiempo para serenarse, incluso después de culminado el té, él fue hasta su habitación para vestirse más cómodo. Aquella dilación torturaba al muchacho. Una hora más tarde, Terry volvió al salón y lo llamó secamente.

—Richard ven al estudio, debemos hablar.

El jovencito que se encontraba hojeando una historieta, sólo levantó la mirada, resopló de forma cansina y se levantó lentamente mordiéndose el labio inferior. Candy que estaba sentada en la mesa donde el resto de los chicos hacia deberes escolares se levantó también siguiendo al muchacho. Entró tras él al estudio y cerró la puerta.

Terry con las manos en los bolsillos de su pantalón no se fue con rodeos, y le preguntó secamente.

—¿Puedes explicarme qué pasa contigo? Tu madre y yo fuimos llamados por el rector y no recibimos más que quejas por tu errático comportamiento. Te metes en peleas, eres insolente con los maestros y el rector, y tu desempeño escolar es mediocre.

Richard no dijo una palabra, y Candy con su dulzura habitual y tono conciliatorio se acercó a él tomándole el hombro.

—Hijo, estamos aquí para hablar.

—No Candy, estamos aquí para que él se comprometa a cambiar su estúpida conducta, para que entienda que no llegara a ninguna parte si continúa comportándose como un delincuente juvenil. Te gusta fanfarronear que eres un Granchester —dijo dirigiéndose a Richard —déjame decirte que no es honorable nada de lo que me describieron sobre tu conducta. —¿Qué harás si te expulsan del colegio? tuve que firmar un acuerdo con el rector para que vuelvan a aceptarte el año entrante.

—Pues deberías enviarme a Eton, soy un noble debería estar en Eton, soy el nieto del duque de Granchester, llevo su nombre... y hermano de un conde, envíame a Eton, bien lejos de aquí, así resuelves el problema de tenerme en casa. Ya no tendrás que verme la cara todos los días —respondió desafiante.

—¡En verdad no entiendes nada! ¿¡Crees que con este comportamiento sobrevivirías a la disciplina de Eton!? No basta un apellido para estar en Eton. Aquí esta tu familia, y aquí debes estar, bajo mi techo y protección. Estamos en guerra Richard. Por qué no puedes sencillamente seguir el ejemplo de tus hermanos, de Ollie, de Albert... comportarte como ellos.

—¡Pues odio este pueblo, odio esa escuela, quiero volver a Londres, no me interesa estar en un lugar cuyo único interés es un escritor que murió hace trescientos años, me obligan a jugar soccer y lo odio, quiero regresar al equipo de polo... y no soy mis hermanos... si tuviera dieciocho me enlistaría en el ejército para ir al frente y tener la suerte de que una bala alemana acabe conmigo y con tu molestia de tenerme como hijo! —gritó el muchacho.

Las palabras de Richard atravesaron el corazón de Candy, como una daga rasgando con brutalidad piel, huesos, arterias, músculos... así era pues sentir que te han partido el corazón. Una sensación de ahogo, de desesperación. Sin embargo, su aturdimiento no le impidió reaccionar más rápido que Terry, que en un impulso violento levantó su mano derecha directo al rostro del muchacho para propinarle una bofetada, pero ella se movió veloz y logró interponerse entre el padre y el hijo, evitar que la palma de la mano de su esposo impactara en la mejilla de Richard.

—¡No! ¡Terry no, por favor, te lo ruego! —dijo con las lágrimas en sus mejillas, sujetando la muñeca del hombre acercándose a su rostro, suplicando. —No, no lo hagas, vas a arrepentirte si lo haces. Terry no eres tu padre.

Conmocionada, Candy con voz recia, un tono inusual en ella, le ordenó a Richard que se retirara a su habitación y no saliera de allí sin su consentimiento. El muchacho dio un brinco impactado por la fuerza ejercida por su madre al darle la orden, y por el semblante transfigurado de su padre, se sintió abochornado, pero era demasiado orgulloso para demostrarlo. Con brusquedad abrió y salió del estudio. Dejando atónitos tanto a sus padres como a sus hermanos, que en fila trataban de escuchar lo que ocurría dentro. Bastó una mirada de su madre para que se alejaran de allí uno tras otro tropezándose hasta salir del pasillo y llegar a la estancia, donde Oliver trató de poner orden, mientras que Albert se movía escaleras arriba tras Richard.

En el estudio, Candy se acercó a su esposo que permanecía parado frente al escritorio dando golpecitos con los nudillos de su mano derecha sobre la madera, tratando de controlar sus emociones.

—¿Qué ibas a hacer? Nunca hemos resuelto las cosas con golpes. No es lo que quieres. Si lo hubieses hecho ahora te sentirías completamente miserable.

—Y cómo debía reaccionar ante su insolencia... cómo pudo ser capaz de decir tal cosa. Mira nada más en el estado en que te dejó.

Abatida, Candy se dejó caer en uno de los sillones tratando de sosegarse. Después de unos minutos se levantó y le informó a Terry que lo esperaba en el comedor, ella iría a disponer todo para la cena. Pero él no salió de su estudio, se quedó allí sentado en su sillón favorito únicamente pensando en lo que había ocurrido tomando un trago de whisky. Candy también permaneció ensimismada durante toda la cena, observaba las sillas vacías en la mesa, la de Terry y la de Richard, y no dejó de sentir pena. Ninguno de los dos había acudido a comer con el resto de la familia meramente por orgullo, porque ella misma acudió a la habitación de los chicos para pedirle a Richard que podía bajar a cenar, pero él se negó. Ella no terminó su plato de sopa, se levantó disculpándose por hacerlo y le pidió a Ev que se encargara junto a Albert de levantar la mesa. Se fue hasta el patio y desde allí a la lavandería de la casa. Terry apareció en el comedor cuando todos ya habían terminado de comer, y preguntó por Candy. Oliver que estaba en ese momento encendiendo la radio le contestó.

—Está en la lavandería, acabo de ir a buscarla, pero está lavando algo de su uniforme.

Terry se acercó a Ollie palmeo su hombro y le dio las gracias, sabiendo que el muchacho seguramente acudió en busca de su madre para darle algún consuelo por lo sucedido, todos habían escuchado la discusión en el estudio.

—Pecosa... qué haces, tenemos personas que hacen eso —le dijo Terry en tono calmo apenas la vio inclinada sobre el lavadero con una prenda de ropa en la mano.

—La señora Jennings no viene hasta el jueves y necesitó este delantal sin manchas. Una enfermera no puede ir por ahí con su delantal manchado —Candy restregaba la pieza de genero blanco, tan blanco como una mota de algodón, estrujando con fuerza después de pasar una y otra vez la pastilla de jabón de lejía sobre la tela.

Terry apreció que el delantal no podía estar más impoluto, y entendía que aquel era un acto de desahogo. Se cruzó de brazos y se recostó a la mesa en donde planchaban y doblaban la ropa, sólo observándola. Haciendo lo mismo que ella podría haber hecho en una situación similar con él. Esperar y escuchar, verla como estrujaba y estrujaba el delantal bajo el agua hasta que ésta salía limpia. Él que ya había fumado un cigarrillo y tomado dos whiskies sentía sus músculos menos tensionados, el pecho menos apretado.

—Puedes decirme qué he hecho mal, en qué me he equivocado cómo madre. Dime cómo es que mi hijo tan amado, a quien no amo más ni menos que al resto de los seis, cuyo trabajo de parto para traerlo al mundo duro cinco horas, a quien amamanté por once meses, a quien le he cuidado fiebres, sanado heridas, dados una infinidad de besos me acaba de decir que preferiría estar en el frente y ser apagado por una bala nazi... dímelo Terry por qué no lo entiendo. ¿En qué fallé?

—En nada pecosa, ese muchachito ingrato no sabe lo que dice, todo ha sido dicho con rabia, sin pensarlo. Ni siquiera es consciente de cómo te ha lastimado. En todo caso, si alguien ha fallado, quizá he sido yo pecas, que he cometido el error de no aceptarlo tal cual es y lo he lastimado comparándolo con sus hermanos. —Terry se acercó a Candy para abrazarla, quitando de sus manos el delantal, y acurrucándola a su pecho —Tu mi amor has sido la mejor madre que ellos puedan tener, y no tienes nada que reprocharte. Nada de lo que dijo lo siente realmente, lo sé porque yo mismo dije tantas veces en mi mente que odiaba a mi padre, que odiaba a Eleanor sin sentirlo verdaderamente. Sabes bien que jamás he odiado a a mi padre como creí odiarlo cuando tenía la misma edad de Richard, y sabes mucho más que jamás tampoco llegué a odiar a mi madre, que siempre la amé y que lo único que deseaba en mi adolescencia, en mi juventud era tenerla a mi lado, y ser amado por ella tanto como yo la amaba. Sabes muy bien que fui capaz de cruzar el océano para estar a su lado. No existe muchacho más afortunado sobre la tierra que Richard, que todos nuestros hijos pecosa, tenerte a ti como madre, a ti, que sólo les has dado amor. Él no puede apreciarlo porque lo cega la rabia y el resentimiento de sentirse cuestionado. Me pasó muchas veces. Voy a hablar con él.

—No Terry, no empeores las cosas...

—No te preocupes, soy consciente de mi error. Nunca debí alzar mi mano e intentar pegarle, no cuando tantas veces yo fui víctima de las bofetadas del duque, no después de haberme prometido no repetir sus faltas con nuestros hijos. Por favor perdóname, no debí llegar a ese límite.

—Sé que lo hiciste porque él sobrepasó tu paciencia, a veces también agota la mía. Es tan obstinado, a veces arrogante, nunca puede quedarse callado, siempre cuestionándolo todo, siempre a la defensiva, es tan complicado a veces... tan... tan...

—Dilo... anda puedes decirlo, tan yo a su edad.

—¿Recuerdas cuando nació... en el departamento del centro de Londres? Fue después de William el parto más doloroso, aunque después vino el parto de Duncan que fue complicado. Este testarudo tardó cinco horas en salir. Abrió sus ojitos grises poco después de nacer, era tan gordito y sonrosado... tu padre estaba tan dichoso cuando lo conoció y supo que llevaría su nombre. Dijo que sus ojos eran los ojos de tu abuelo. ¡Un digno Granchester, un caballero! —dijo Candy con voz afectada —y bueno, sí que es un Granchester —agregó.

—Pero es también de naturaleza noble, como tú.

—Sé que no es malo, lo conozco muy bien. Pero lo hemos descuidado, a él y a Albert. No me había dado cuenta antes de esta noche. Sólo que Albert es muy bueno, callado y algo retraído. Richard es impulsivo, dice exactamente lo que piensa y no está dispuesto a ceder si cree que tiene la razón. Pero ambos han sido de alguna forma apartados, y tú y yo somos responsable de ello. Tu siempre has pasado más tiempo con Oliver y Evelyn, te desvives por Anne, y yo siempre encima de William y de Duncan. —Candy comenzaba a sollozar cubriéndose el rostro con las manos. —Mi pobre niño se debe sentir tan solo, ya lo dijo el rector, no tiene amigos, socializa únicamente que con Albert en la escuela. Tú y yo conocemos perfectamente esa sensación.

—Candy... tarzán pecoso no llores —le rogó con ternura Terry volviéndola abrazar. —Hablaremos con él, te prometo que voy a controlar mis emociones aun cuando él me provoque y vamos a resolverlo. Buscaré la forma de acercarme más a él, lo prometo.

Ella permaneció abrazada a Terry mientras se desahogaba en llanto. Él le permitió hacerlo en libertad acariciando su espalda, sin intentar acallarla. Esperando con paciencia y ternura. Mike entró de forma imprevista, sintiéndose muy avergonzado al ver la escena.

—Oh perdonen —se disculpó retrocediendo unos pasos —yo vine a buscar... Martha me envió a buscar servilletas y el mantel para mañana.

Terry le guiñó el ojo, y le hizo un ademan con la mano para advertirle que no tenía nada de qué preocuparse cuando el buen hombre también con un ademán se alarmó por ver a Candy en ese estado. A continuación, él tomó lo que buscaba y salió volviéndose a disculpar. La intromisión de Mike sirvió para que Candy se calmara, limpió su rostro y se separó del abrazo de Terry. Ella volvió al lavadero para rescatar el olvidado delantal, dándose la tarea de escurrirlo con las manos y llevarlo a colgar. Terry se quedó parado en la entrada de la lavandería y con tono suave la invitó a regresar a la casa.

—¿Sabes que haremos en verano? Iremos a Windermere, aceptaré la invitación del duque y nos aprovecharemos de su generosidad. Podrás descansar. Los caballos de la familia fueron llevados hasta allá. Los niños podrán nadar en el lago, montar, treparse a los árboles. Quizá una mona pecosa se atreva para recordar su época del colegio —dijo sonriendo para también sacarle una sonrisa. Ollie y yo haremos las funciones en Londres, y nos iremos luego al menos por dos semanas y pasaremos tiempo juntos, tal como te gusta.

Regresaron y apenas entraron a la estancia ella le dijo que iría a la cocina por un vaso de leche para Richard, y té para ellos. Con abnegación maternal ella calentó la leche y la endulzó un poco, justo como a él le gustaba. Por esa noche, Terry evitaría el contacto con el muchacho, y mientras ella se dirigía a la habitación de los chicos, él se dirigió a la habitación matrimonial.

Ella aguardó unos segundos en el umbral de la puerta, la habitación estaba iluminada con las lámparas en los veladores. Duncan dormía ya. Albert semisentado en la cama leía un libro, y Richard dándole la espalda a la puerta también leía una historieta, Blue Beetle, su superhéroe favorito. Ella se sentó a su lado, tocándolo con suavidad para que él se diera vuelta. El muchacho lo hizo en silencio, sentándose también. Ella le acarició el cabello, y le sonrió.

—Toma, un poco dulce como te gusta.

El muchacho dudó, pero terminó por coger el vaso y tomar la leche casi sin respirar. Mirando de soslayo a su madre cuyo rostro evidenciaba su reciente llanto. Richard sintió que todo dentro de si se aflojaba como se aflojan las cuerdas de un violín, ya no había tensión en su interior, ni su adusto carácter le permitían no reaccionar ante aquel rostro y el efecto que su expresión dulce y bondadosa ejercía sobre ellos. Así que terminó su vaso de leche, y después de devolverlo, dijo con voz queda, lo siento, cayendo rendido a los brazos de su madre.

—Está bien, mamá te ama —le dijo Candy mientras besaba sus cabellos, y lo apretaba a su pecho. —Todos te amamos Richard, y eso incluye a tu padre, él te ama tanto como yo —le recordó alargando el abrazo —ahora descansa, y por favor haz un esfuerzo por portarte bien en el colegio y mejorar tus calificaciones. Aún no están resueltas las cosas, debemos volver a hablar, pero no esta noche. Ella no tenía intenciones de recriminarlo más allá de ese ruego, ya había sido suficiente con lo ocurrido más temprano, y estaba segura de que Albert u Oliver habrían tenido una conversación con él.

Él no dijo nada más, se acomodó de nuevo en su cama, ya sin la historieta. Candy apagó la lámpara de la veladora, y se acercó a Albert para besarlo en la mejilla. Hasta mañana mi amor, le dijo acariciándole los bucles, para luego ir hasta la cama de Duncan y mirarlo por unos segundos perdida en su rostro, besándolo en la sien bajo el embeleso de una madre que siempre disfruta de la placentera sensación de ver a sus niños dormir.

Dear Terry: Nosotros en la tempestadWhere stories live. Discover now