Prefacio

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Los pasajeros del trasatlántico SS Athenia fueron las primeras víctimas civiles de la II Guerra Mundial. Durante los primeros meses del conflicto doscientos barcos se hundieron en el Atlántico por causa de los ataques con misiles que los submarinos nazis efectuaban. El desastre en el océano no era publicitado, los alemanes hundían barcos mercantes con el objetivo de cercar y someter a Inglaterra. Las noticias de estos terribles hechos llegaban a los puertos y desde allí se extendía a Londres. La mañana en la que Mike, su mano derecha, le contó a Terry sobre los horribles sucesos en el océano, un miedo frío y paralizante lo recorrió. Entendió que no existía otra opción más que quedarse en Gran Bretaña. No enviaría a los suyos a Nueva York con Eleanor, que fue su primer impulso cuando comenzó el conflicto. Imaginar a sus pequeños hijos ahogados en el mar y Candy con ellos... no, no podría soportarlo. Sólo quedaba una alternativa, buscar una casa en el campo, un nuevo hogar en la campiña inglesa. Hallaron ese hogar en donde estar a salvo en Stratford-Upon Avon, o al menos eso fue lo que pensaron cuando Inglaterra le declaró la guerra a Alemania en 1939. Allí se trasladaron desde Londres, abandonando la casa que habían ocupado en Kensington, desde hacía una década. Acompañados por sus fieles empleados, y a quienes veían como parte de la familia, los esposos Farrel.

Los Granchester se habían asentado en una hermosa Cotswold Cottage en la ribera del río Avon. Que había sido remodelada un año antes. Desde su terraza se podía apreciar como sus aguas color turquesa y apacibles pasaban frente a la residencia rodeada por un hermoso jardín y un patio que daba directamente a la calle. Durante la primavera la casa se inundaba de los aromas del campo, a tomillo y romero quemado, mezclado con el aroma de las rosas y los narcisos en floración.

Era un sitio ideal para llevar una vida tranquila, pero era mayo de 1941, nadie en Inglaterra podía llevar una vida tranquila, el acecho de los alemanes, la crueldad con la que noche tras noche desde septiembre de 1940 bombardeaban a la población civil, les robaba el sueño y la calma. Aun así, los ingleses se levantaban cada día con la convicción de que no iban a ser sometidos por la barbarie nazi. En cada hogar se luchaba con las herramientas con las que contaban. Así, los comerciantes abrían sus negocios incluso la mañana siguiente a un ataque, los maestros iban a las escuelas a impartir clases, lo mismo ocurría en las universidades, los hospitales contaban con personal voluntario para atender heridos, muchas jóvenes mujeres se presentaban para formarse como enfermeras voluntarias, ocupando puestos en fábricas y en el ejército. Los cafés y restaurantes abrían sus puertas para la distensión, y los teatros no dejaban de subir el telón.

En la casa de los Granchester se hablaba de resistencia y de valentía en forma de rutina, no había espacio para la resignación, en el cálido hogar una generación llena de ímpetu y de sueños se forjaba entre el trabajo duro, la solidaridad, el cariño y el arte.

Gracias a su trayectoria, Terry había conseguido trasladar su compañía teatral a Stratford, teniendo como sede el Shakespeare Memorial Theatre, un honor concedido por el ayuntamiento con el propósito de que el artista produjera en la ciudad natal del escritor, su obra dramática, y animara el amor por la vida del Bardo de Avon. Un trabajo al que estaba entregado por completo junto a su hijo, el también actor Oliver Graham. Padre e hijo llevaban las riendas de la compañía con absoluta disciplina, y sobre todo con devoción por la actividad de cultivar y propagar el arte como expresión mística suprema de la condición humana en tiempos de barbarie y la violencia.

En la clínica provincial, Candy conformaba otro bastión en la batalla contra a la cerrilidad, impuesta al otro lado del canal de la Mancha. Ocupaba un puesto como matrona y enfermera general, aceptada y respetada por su nueva ciudad por las muchas cualidades que la mujer dejaba conocer. No había hogar que ya no conociese el trato amable y compasivo de la experimentada enfermera. Se paseaba por la villa con su maletín médico, atendiendo con abnegación a enfermos en sus casas, asistiendo a madres en sus partos, dándole los primeros cuidados a esos bebés que llegaban en medio de la guerra.

De alguna forma, y a pesar de la vorágine del conflicto bélico, el tiempo transcurría despacio en la campiña inglesa, y Evelyn Mary se había convertido en una hermosa jovencita de dieciocho años. Usaba el cabello castaño claro, algo escarolado a los hombros, sus grandes ojos oceánicos enmarcaban un lindo rostro de nívea piel, adornado de unas casi imperceptibles pecas que se distribuían desde la nariz hasta la parte superior de sus mejillas. Era de espíritu libre, vivaz e inteligente, decía siempre lo que pensaba, era transparente y generosa. Desde su llegada a Stratford muchos corazones se habían roto, pero ella no tenía pensamientos más que para su otrora compañero en la Royal Academy Ballet, Hans Ebner su primer amor.

Todas las mañanas asistía a la Kings Girls School de Warwick a dónde también asistía su hermana Anne Rose. Imposibilitada de continuar su formación profesional como bailarina, Evelyn decidió inscribirse en el College y estudiar literatura inglesa, gramática y francés. Viajar a Warwick todos los días, era la única posibilidad para que las niñas y señoritas del condado gozaran de una buena educación. Sobre todo, ella no estaba dispuesta a que Anne recibiera una educación inferior a la de sus hermanos en Stratford dónde sólo existía la Eduardo IV Kings School o mejor conocida como la Shakespeare School, solo para varones, a donde asistían Albert, Richard y Duncan (sus hermanos menores).

Evelyn era una chica de ciudad, egresada de Cheltman en Londres, y era para ella impensable que Anne recibiera una educación mediocre, así que su resolución de ir a la Kings Girls era una fórmula para su hermana y para ella, porque eso le daba, además, la excusa para sostener largas conversaciones con su padre. Excusa que no necesitaba, sin embargo, a Evelyn le resultaba muy placentera la experiencia de poder tener ahora más en común con él. Ya no solo los unía el piano y la música, él era un verdadero aficionado a la literatura inglesa. Para Terry era un deleite verla interesada en los libros, hurgando en su biblioteca, y tener a alguien en casa con quien practicar su francés. Ellos tenían una relación de eviterno amor particular. Ev como la llamaban todos, era como la brisa fresca de verano, llenaba todo espacio de calidez con su mera presencia, y con su dulzura. Ejercía al mismo tiempo con mucho aplomo su rol de hermana mayor y cuidaba con celo a sus pequeños hermanos. Habían aprendido a apoyarse unos a otros desde muy pequeños y ella lo había demostrado al tomar con firmeza la decisión de acompañar a su Anne todos los días a Warwick.

Así, las dos hermanas junto a Madeleine Flower, quien se convirtió en su mejor amiga, tomaban el autobús de ida y de regreso en las tardes. Pero como su corazón y vocación seguían puestos en el ballet, consciente de este amor de la muchacha, Oliver le preparó un pequeño espacio en las salas de ensayo de la sede de la compañía. Una barra y una pared de espejos, para que ella se refugiara en las tardes después de la escuela y antes de la cena, dedicando una o dos horas a practicar. 

Dear Terry: Nosotros en la tempestadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora