6- Invisible

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—¡Ábranse a la vergaaAAaa! —Itzel gritaba mientras corría por las concurridas aceras del distrito financiero.

Eran las 8:54 de la mañana y parecía que el reloj corría junto con ella. En un parpadeo, ya habían dado las nueve en punto y aún le faltaba una cuadra para llegar a su cita. Pero ella era Itzel Sánchez, nieta del inderrotable abuelo Sánchez, así que no iba a darse por vencida tan fácilmente.

Sin aire, con la falda rota y su peinado deshecho, finalmente llegó a la dirección que le habían dado para su entrevista.

Frente a ella estaba un imponente complejo de cristal que reflejaba la inmensidad del cielo y la luz ámbar del sol.

Ni en sus sueños más surrealistas, Itzel pudo haber imaginado un lugar así de ostentoso; era la combinación perfecta entre una arquitectura tradicional europea y el arte industrial decorativo americano; y tenía una modesta pero elegante «K» dorada adornando la fachada.

La mexicana tragó saliva, intimidada, y se atragantó un poco con ésta cuando miró su propio reflejo en las paredes relucientes del edificio; ¡parecía un trapeador sucio con brazos y piernas! Viéndose así, ni ella misma se dejaría entrar, así que con rapidez, se acomodó el pelo hasta que se viera mínimamente decente y posicionó su morral de tal forma que cubriera la parte rota de su falda.

Inhaló hondo, dio un paso dentro del corporativo y nuevamente quedó pasmada.

El interior era igual de impresionante; con un elegante candelabro moderno colgando como una cascada, pilares de mármol con plantas decorativas y una pequeña fuente en la pared, sobriamente iluminada, resaltando el logo de la empresa: de nuevo, una «K» dorada dentro de un diamante café.

«¿Será una "K" de "caro"...?», se preguntaba la mexicana, impresionada por la vista.

—Señorita... ¡Señorita! —Una tenue voz detrás del escritorio de recepción la sacó de sus fantasías.

Itzel se volteó. Quien sabe por cuánto tiempo la estuvieron llamando.

—Bienvenida a Industrias Kirkland... ¿En qué le puedo ayudar? 

La mexicana jugaba con sus manos mientras el muchacho recepcionista buscaba su cita en su monitor

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La mexicana jugaba con sus manos mientras el muchacho recepcionista buscaba su cita en su monitor.

—Veamos... entrevista a las nueve, piso 27... para la vacante de asistente de oficina, ¿cierto?

Itzel asintió con una sonrisa, logrando opacar su nerviosismo. El muchacho pelirrojo regresó la vista a la pantalla y después de hacer dos clics, hizo una mueca.

—Uy, me temo que es demasiado tarde, su cita ya fue cancelada en el sistema.

—¡¿Qué?! ¡pero si apenas son las nueve con seis! No mame —replicó indignada, pero pronto se mordió la lengua— ¡Ay noo, olvide lo último que dije!

»¿De verdad, de verdad no me puede dejar pasar, señor? —Itzel sentía como si todo su esfuerzo por llegar sólo seis minutos tarde y no la media hora que solía acostumbrar, no valiera nada.

Mi vecino el gringo - LatinHetaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora