8- De música ligera

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«[...] Creo que moriré de poesía,

De esa famosa joven melancólica

No recuerdo ni el nombre que tenía.

Sólo sé que pasó por este mundo

Como una paloma fugitiva:

La olvidé sin quererlo, lentamente,

Como todas las cosas de la vida...»


—¡Manuel González! —. El chico cerró de un movimiento su antología de poemas y alzó la cabeza, temblando—. ¿Puede repetirme cuál es la fuerza que se aplica a los objetos en dirección contraria de su desplazamiento?

«¿La qué wea de qué? Puta, ¿de qué chucha habla este señor...?» El chileno hizo una mueca de preocupación mientras trataba de evitar la mirada de su profesor de física y del resto de la clase, que esperaban su respuesta.

Volteó al asiento de al lado, donde estaba Pedro haciéndole gestos con la boca.

—Será... ¿La fricción? —dijo dudoso. Esperaba haber leído bien los labios del mexicano.

El profesor de física afiló su mirada y le dijo que era correcto, sin embargo, en seguida le pidió que explicara más sobre el tema.

«¡Oh!, qué pesao... ¡Que le pregunte a otro, po!», Manuel frunció los labios. Con esa pequeña participación, ya sentía que había agotado su reserva semanal para hablar en público; si le hacía decir más, el chileno haría cortocircuito y moriría ahí mismo.

Para su fortuna, la campana lo salvó y el profesor no tuvo más remedio que dar por terminada la clase.

Los pobres estudiantes de 2°B se pusieron a guardar sus cosas, impacientes por salir al jardín. La hora siguiente no tendrían clase y muchos ya tenían planes sobre cómo aprovecharla; era el día de los clubes.

Cada inicio de curso, World Academy hace un especie de feria en la que todos los clubs de estudiantes se dan a conocer a los de nuevo ingreso y buscan conseguir nuevos miembros al mostrar las actividades culturales o deportivas que cada club hace fuera de clases.

Manuel acomodó meticulosamente sus lápices dentro de su carpeta y ésta, a su vez, dentro de su maletín, cuidando de no aplastar las sopaipillas que había traído de casa, ni la pequeña novela que guardaba dentro de una delgada funda de tela, a un lado de su antología.

Por otro lado, Pedro empujó con su brazo todos los objetos de su mesa hacia el hueco sin fondo de su mochila, y la agitó con brusquedad para que los libros que quedaron doblados, se medio acomodaran en el interior. Luego, se acercó a la chica sentada delante suyo y le devolvió la pluma, el lápiz y el borrador que le había pedido prestado.

Mi vecino el gringo - LatinHetaliaWhere stories live. Discover now