XI

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No estaba emocionado por el evento de graduación. Dejé a mi madre escoger mi traje, acomodar mi cabello y darle forma a mis cejas sin una sola queja. Desayuné uno de los panqueques que mi padre y Tara hicieron juntos mientras cantaban y bailaban. Mantuve mi sonrisa falsa desde la mañana hasta el final de la ceremonia.

Fue cuando te vi...

¿Te vi?

Mi vista no me falló. Estabas allí.

Fue mientras salíamos del estadio al estacionamiento cuando te vi, y esa sonrisa desapareció por completo.

No estabas allí por mí, tampoco la vez pasada.

Fernanda.

Podrán haber sido dos personas diferentes antes, tal vez más, contando aquellas que no descubrí; pero la última fue ella. Eran sus características uñas de arcoíris, cabello largo y cintura delgada. Aquellos mensajes tenían su estilo de redacción.

No habías sido el único mentiroso, tampoco ella. Eran todos.

Mi vida aquí fue un programa de televisión para su entretenimiento.

Dejé caer mi certificado, los globos volaron libremente al cielo, y di pasos largos y rápidos hacia dónde te encontrabas besándola y susurrando algo en su oído que la hizo reír.

Te tomé del brazo, te giré hacia mí, y el sonido de la bofetada atrajo la atención de todos. Un hombre me detuvo de hacerlo otra vez y más fuerte, de la misma manera que lo hice con Iván.

—¡¡MENTIROSO!! —te grité, intentando y fallando de librarme del agarre del desconocido—. ¡TODO ESTE TIEMPO, TUVE RAZÓN! ¡TÚ, Y FER...!

—¡Tomás! —intervino mi padre.

—¡JODETE, AARÓN! ¡JÓDANSE LOS DOS, PEDAZOS DE MIERDA! ¡LOS ODIO!

—¡Ya basta! —Lo sentí jalarme de la tela de mi espalda cuando el hombre me dejó ir, luego me tomó de la nuca con fuerza y mantuvo mi cabeza abajo, acercándose a decirme entre dientes—: ¡Contrólate, por amor de Dios! ¡Estás causando una escena!

El aire quemaba mis pulmones. Si la temperatura fuera más baja, estaba seguro de que saldría como vapor.

—Yo no te eduqué para ser así. Actúa como el adulto que eres.

Miré a mi alrededor, a ti y a ella viéndome como si fuera un loco, a mi hermana aterrada y a mi madre cubriendo su propia boca. No me enfoqué en el resto de la multitud ni en el maestro que se nos acercó, preguntando qué había pasado. No hasta que te hizo una pregunta:

—¿Estás bien?

Respondiste que sí. Te reíste y dijiste que apenas lo sentiste.

—¿Se conocen?

¿Por qué no me lo preguntaba a mí?

¿Habría hecho algo si le decía quién eras?

—No. En mi vida lo había visto.

Deseé que te cayera un avión vacío encima, dejando la mancha de tus vísceras esparcidas en el suelo. Diría que no vi nada.

—¿Y usted, señorita?

—Íbamos en el mismo grupo, pero... No sé qué le pasa. Siempre ha sido algo raro.

—Tal vez le gustabas y le dieron celos. —Reíste.

Esperé a que mi padre dijera algo.

—¿Señor? —se dirigió el maestro de mediana edad a él.

—Discúlpenos. No es bueno controlando sus emociones.

—¡Pero, papá...! —gritó Tara al mismo tiempo que mi madre abrió la boca para hablar, ofendida, pero el de barba las interrumpió.

—No es excusa. Ese comportamiento no le traerá nada bueno.

—Lo sé —respondió mi padre.

—¿Quieres que le hablemos a la policía, chico? —se dirigió a ti de nuevo.

¿Por qué?

¿Qué le pasaba al resto? ¿No lo veían?

—Nah. No vale la pena.

Nunca lo hice.

—El evento acabó. Creo que sería apropiado que se vayan —le dijo el hombre a mi padre—. Y Tomás... —Me miró con decepción, luego suspiró. Solo eso tuvo que hacer, no decir nada más para entender lo que me expresaba.

—Lo siento —se disculpó mi padre—. En verdad me siento muy avergonzado. Lo siento mucho.

El maestro te dio una palmada en la espalda, la felicitó a ella, les dijo a todos que regresaran a lo suyo y nos dejó solos. Cuando levanté la cabeza, ya no estabas.

Me rehusé a ir a un restaurante para celebrar. Le dije a mis padres que comería las sobras de ayer y dormiría porque estaba cansado.

No dormí al caer en mi cama. Pasé la siguiente hora en mi cuarto eliminando cada recuerdo de nosotros, que eran pocos, pero aún así los conservaba porque, muy por dentro, de verdad estaba estúpidamente enamorado de ti. Al terminar, puse una película, pero no la vi. Puse otra más violenta, una en la cual un justiciero sin nombre secuestraba a pedófilos, parejas abusivas y violadores y los torturaba hasta la muerte. No sentí nada al respecto, ni entretenimiento o satisfacción. Sabía que todo era actuado, pues, en la vida real, las malas personas no obtienen su castigo, y a quienes sufrimos sus abusos, por peores que sean, no se nos escucha.

No reaccioné ante los maullidos de Pimienta, a sus patas y lengua tocando mi cara en un pedido por que la viera, ni a mi hermana preguntándome si bajaría a cenar. No respondí a mi padre cuando dio solo un paso dentro de mi cuarto y me preguntó si me encontraba bien con una voz inusualmente nerviosa.

En medio de la noche, con mis ojos perdidos en la cortina volando por el aire proveniente de afuera, escuché la puerta cerrarse y sentí un lado de la cama hundirse.

—Solo soy yo, Tommy.

Recordé la primera vez que la conocí, lo extraño que fue verla besar a mi padre en la boca, pero cuánto me gustaba que me llamara por mi nombre preferido con ternura; lo seguro que me hizo sentir al ofrecerme su mano con respeto en lugar de forzarme a abrazarla como otros adultos.

—¿Puedes mirarme, por favor?

Me quise convencer de que no podía, pero extrañaba verla desde que obtuvo su nuevo puesto. Extrañaba su cara con marcas de la edad, las cuales no opacaban su belleza en lo mínimo; a su nariz larga, a sus labios rojos y delgados esbozando siempre una sonrisa cansada y a su cabello cobrizo con canas que siempre olía bien, floral, fresco como la playa a la que solía llevarme cada fin de semana libre... A mamá.

La miré, tomó mi mano con la suya de piel pálida, y ya no pude contenerlo. Me aventé a abrazarla.

—¡Ma...! —gemí con una voz cortada.

—Aquí estoy.

Lloré en su pecho, entre sus brazos que no eran como los tuyos, bajo su tacto sin ninguna intención depravada y escuchando sus susurros reconfortantes que no buscaban lavarme el cerebro para después aprovecharse de mí como tú.

Le dije todo, cuánto te amé y cuánto me arrepentía por ello, que me odiaba por haber caído en tu trampa y fue estúpido no seguir las reglas. Admití mis errores, confesé mis pecados y lloré más cuando ella comenzó a hacer lo mismo, contando sus propias experiencias con hombres como tú que tuvo la desgracia de conocer en su juventud, diciéndome que es parte de crecer, pero que también desearía haberse dado cuenta y así jamás hubiera sucedido conmigo.

—Te amo. —Ella lo decía en serio. Pude creerlo, aunque fuera un poco—. Eres un chico bueno, inteligente, talentoso y con un gran corazón. Algún día conocerás a alguien que lo vea y te de lo que mereces.

Incapaz de contradecir sus intentos de darme esperanza, lo pensé. Me juré a mí mismo que no, nunca caería por nadie otra vez. No correría el riesgo de ser usado así de nuevo. No le entregaría mi cuerpo y mucho menos mis sentimientos a nadie. Merecía mejor, sí; pero, como dijiste, jamás encontraría a alguien mejor.

MFDL | Murder Your MemoryWhere stories live. Discover now