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"El Pañuelo"

Finalmente, después de un largo recorrido en avión y en taxi, Serena y su madre estaban de vuelta en Pueblo Boceto. La niña conservaba su actitud decaída debido a la pérdida de su amigo, pero el estar de vuelta en su hogar la animó ligeramente. Fue directo a su habitación a sacar las cosas de su mochila y ordenarlas como su mamá se lo indicó. Sin embargo, grande fue su sorpresa al notar como, entre su ropa y demás cosas, encontró un pañuelo.

—¿Eh? ¿De dónde...? —se preguntó la niña intentando hacer memoria.

Entonces, lo recordó. ¡Era el pañuelo de Ash! Ese que el niño usó el primer día del campamento para cubrir la herida de su pierna... oh, que hermosos recuerdos aquellos. Una sensación extraña, fruto de la mezcla de la alegría y la melancolía, la invadió. Fue entonces cuando pensó en lo mucho que el niño debía de extrañar su pañuelo, y se sintió culpable por quedárselo. Tenía que devolvérselo... pero no sabía cómo.

—¡Mami! —Serena bajó las escaleras apresurada en búsqueda de su madre a la cocina.

—¿Qué pasa, cielo? ¿Terminaste de ordenar? —preguntó mientras cocinaba algo.

—¡Mira! —le enseñó el pañuelo.

—Qué bonito pañuelo... —dijo algo confundida por la actitud de su hija.

—Es el pañuelo de Ash, él me lo dió en el campamento —explicó la niña cabizbaja al recordar a su amigo—. Pero me olvidé de devolvérselo...

—Oh, entiendo, entonces...

—¿Podríamos volver para devolvérselo? ¡Porfis! —decía un poco emocionada al pensar que su mamá diría que sí.

Grace se enterneció ante esto.

—Perdón cielo, pero no podemos hacer eso. —se agachó para hablar con ella cara a cara.

—¿Q...qué? Pero... —la emoción de la niña se había esfumado.

—Lo siento tesoro, pero tendrás que conservarlo hasta que ustedes dos se vuelvan a ver.

—¿Y cuándo será eso? —preguntó triste.

—No lo sé...

Serena estaba bastante dolida por las palabras de su madre, por lo que ella pensó en una forma de animarla.

—¡Ya sé! ¿Qué te parece si lo lavamos y doblamos? Así, cuando ese niño y tú se vuelvan a ver estará feliz de ver que cuidaste de su pañuelo muy bien. —le dijo sonriente, esperando que eso le quite la tristeza.

Por suerte, parece ser que funcionó.

—¡Sí! ¡Lo cuidaré muy muy bien! —dió un salto de alegría.

Así, Serena decidió lavar ella misma el pañuelo —siguiendo las indicaciones de su madre, claro está—, para después doblarlo cuidadosamente y guardarlo en una pequeña caja. La puso junto a su mesa de noche, y sonrió para después volver a la sala con su madre. Más tarde ese día, había llegado la hora de dormir para Serena. Se vistió con su pijama y se recostó, pero antes de dormir dió un último vistazo a la caja que contenía el pañuelo. No lo iba a negar, desde que se separó de Ash se sentía muy sola, sentía que algo le faltaba... le faltaba él. Sentía demasiado dolor en su pecho, y tenía que sacarlo de alguna forma. Tenía que hablarlo con él, él siempre lo hacía sentir mejor... claro, él ya no estaba a su lado, pero podía pretender que sí.

—Hola Ash —le habló al pañuelo algo decaída—. Hoy no fue un buen día... te extrañé mucho... me hubiera gustado poder jugar juntos como solíamos hacerlo en el campamento...

Veía fijamente al pañuelo, esperando alguna clase de respuesta. Claro, esto no pasaría.

—Pero... hicimos una promesa, ¿no? —intentó animarse a sí misma—. Me prometiste que cuando seamos grandes... viajaríamos juntos...

Para variar, el pañuelo permanecía intacto, pero eso no parecía importarle. Para ella, es como si él le respondiera, de alguna forma u otra.

—Yo sé que cumplirás tu promesa... ya no puedo esperar... a que... —poco a poco, Serena iba cayendo dormida—... ese día... llegue...

Así, Serena finalmente se rindió ante el cansancio, pero esta vez con una sonrisa. Soñó cómo sería un viaje junto a Ash, ellos dos explorando y conociendo lugares nuevos y recónditos de su región. Sin duda, el día en que ese sueño se hiciera realidad sería uno muy feliz para ella.

Los siguientes días fueron más de lo mismo, Serena encontraba momentos para platicarle a Ash —o bueno, al pañuelo— las cosas que le sucedieron a lo largo del día. Lo había convertido en una especie de diario, por decirlo de alguna forma.

—¡Ash! ¡Hoy al fin logré tocar al Rhyhorn de mi mamá! —dijo muy emocionada—. ¡Lo hice tal cual tú me enseñaste!

Esos días se convirtieron en semanas, y esas semanas se volvieron meses...

—Hola Ash, hoy me caí de un Skiddo... de nuevo —decía una Serena un tanto mayor con molestia—. Mi mamá sigue insistiendo en que sea corredora... aunque me caiga siempre.

El tiempo volaba sin detenerse...

—Ash, hoy con mi mamá encontramos un Shellos, ¡su piel era muy extraña! Cuando lo toqué me hizo recordar a... —Serena trató de recordar algo, mas no le era posible—... a... a... ¡Agh, no lo recuerdo!

Días... semanas... meses... años...

Ahora, la caja estaba guardada en un cajón, refundida entre la ropa de la chica. Habían pasado cinco largos años desde entonces, y el pañuelo llevaba guardado al menos unos tres años. Sin embargo, todo cambió un día en el que Serena —ahora de once años— buscó con fervor aquello que llevaba tiempo guardado entre sus pertenencias. Encontró la caja, y un sentimiento de nostalgia y esperanza invadió su joven corazón.

—¿A que no adivinas que pasó?

Serena reía felizmente mientras sacaba con mucha delicadez el pañuelo.

—Hoy te vi... en televisión...

Los ojos de la chica irradiaban un fulgor peculiar al decir estas palabras

—... iré a buscarte, espero aún me recuerdes.

Así, Serena emprendió su tan añorado viaje en compañía de su viejo amigo, un viaje que cambiaría el rumbo de su vida para siempre.

Bonus 2/6

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