Capítulo 13: Corazones rotos.

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Odio los días que parecen estar creados específicamente para torturar a la especie humana, esos en los que el Sol pretende vengarse por alguna razón desconocida. Necesito mi aire acondicionado, maldita sea. Me estiro como un gato en mi cama mientras soy consciente de que el día ha comenzado. Alzo la vista para averiguar qué hora es y descubro que son las seis de la mañana. Una leve capa de sudor baña la piel de mi espalda, algunas gotas perlan mi sien. Suspiro y pienso nuevamente en la necesidad de tener un aire acondicionado si vives en un país tropical como yo. Andrea, a mi lado, no parece haber notado que me desperté, así que tengo cuidado en el momento de levantarme para no molestarla pues ayer ya di guerra suficiente.

Como cada mañana, tomo mi celular y me voy a la planta baja de casa a prepararme algo para desayunar. Cuando enciendo los datos móviles, me sorprende encontrar un mensaje de Ernesto dándome los buenos días a las dos de la mañana. Un rastro de rabia me recorre cada centímetro de la piel y la bilis se agolpa en mi garganta. Maldito imbécil. Las lágrimas me nublan la visión, y una tristeza profunda me invade. No se cómo manejarla, nunca había sentido nada similar. Los deseos de desayunar se esfuman, y decido sentarme en el sofá y abrazarme a uno de los cojines. Ahora estoy decepcionada, y me siento como si fuera lo más bajo que existe en el mundo, y me odio un poco por permitir que algo como esto me lleve a un estado tan deplorable. Respiro profundo. Sólo quiero llorar, y dormir. Pero tengo obligaciones, un examen que presentar, y un imbécil que enfrentar.

—¿Ángela?

Joder.

Sorbo por la nariz.

—¿Sí?

Escucho a Andrea acercarse. Se acurruca detrás de mi en el sofá. Es una mañana calurosa, pero por alguna razón su presencia es como una curita para mi corazón roto. Así que en este momento el calor dejó de importar un poquito.

—Necesitas con un urgencia un aire acondicionado.

—La pobreza es cruel. —le respondo  dejando escapar un sollozo.

—¿Ernesto?

—Me escribió a las dos de la mañana. Acabo de recibir su mensaje.

—No llores por alguien como él, nena. Te juro que no lo merece.

—Es que me da tanta rabia que me haya visto la cara de esa manera.

—Si me lo permitieras hoy...

—Ya te dije que no. Tengo que enfrentarlo yo.

—Está bien. Venga,  preparemos algo para desayunar.

Andrea se pone de pie para permitirme hacerlo a mi también. No lo hago. Me mantengo sentada mirando hacia ninguna parte en específico, sólo... pensando. Entonces tomo un suspiro profundo, y dejo salir todas esos pensamientos que me perturban.

—Estoy tan cansada. ¿Es que acaso estoy hecha para quedarme sola para siempre? ¿Por qué ningún amor resulta, Andrea? ¿Será que me tengo que conformar con cualquier otro chico que no me guste solo porque para los que de verdad hacen que mi corazón lata más rápido no soy lo suficientemente linda?

Visualizo a mi amiga tensarse. Se que no le gusta escucharme hablar así, pero en días como hoy simplemente no puedo evitarlo, es como una corriente que me arrastra a lo profundo y amenaza con superar mi pequeña fortaleza y no dejarme volver a la superficie. Así es la inseguridad, así es el miedo a no sentirse querido.

—Ángela, sabes nada de lo que estás diciendo es cierto. Entiendo que te frustres porque tus relaciones no se desarrollen como esperas pero... ¡Sorpresa! Así funciona, así es la vida. Y te juro, Angie, que algo mucho más bonito está esperando por ti. No será un imbécil, no será alguien que no te sepa querer, será alguien por quien valga la pena arriesgarse, soltarlo todo e ir a por él, porque el amor de verdad es así. El amor de verdad es sincero y no te hunde, te impulsa a ser una mejor persona. El amor de verdad te cura el corazón, no lo rompe. Cuando conozcas a ese chico que de verdad te valore, lo vas a sentir más allá de la piel, porque un sentimiento tan bonito trasciende fronteras y capas de nuestra anatomía. Créeme, no es Ernesto.

A través de sus ojos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora