Capítulo 3: Mi oscuridad.

43 8 45
                                    

Dedicatoria especial: Isa, esta va por ti, por nosotras. Levántate siempre, ¿vale? Puedes con todo.

🍀🍀🍀

Limpio las lágrimas que salpican mi rostro mientras estoy parada frente al espejo de mi habitación. Mi cabello castaño oscuro sin un molde en especial, mis ojos cafés, mis lentes carmelitas de montura gruesa y mi delgaducha figura están ahí, siguen estando ahí y siguen recordándome por qué fui rechazada hoy por Ernesto, por qué no pudo resultar lo que con tanto esmero y cariño había planeado. Me siento extremadamente furibunda, estúpida... una ilusa de mierda.
¿Cómo pude pensar que iba a gustarle a alguien como él? Esto no fue más que mi maldita imaginación jugándome malas pasadas, porque si ni siquiera puedo mirarme dos segundos en el espejo sin tener que apartar la vista al instante, nadie va a poder verme, ni valorarme y mucho menos aceptar mis estupideces con una sonrisa en los labios. No me amo, y se que nadie podría amarme.

Golpeo el cristal con rabia porque no me gusta  y no conozco a la chica que me devuelve el reflejo. Se que habita en mi, que existe, que respira... pero no sé qué tipo de cosas la hacen feliz. Nunca me he preocupado por ella, por mimarla, por consentirla, no me interesa que se sienta bien. Ojalá no fuera yo esa chica. Ojalá no tuviera ojeras ni fuera tan delgada. Ojalá mis ojos fueran más expresivos y estuviesen adornados por pestañas hermosas. Me encantaría que mi cabello tuviera más vida. Me encantaría que mi única habilidad social no fuera sentarme en un banco con Andrea a comentar sobre el libro que estemos leyendo.

No quiero ser yo. No quiero ser gris.

Mi pecho se sacude entre sollozos, mi mano empañándose de sangre, mi corazón escondido en algún lugar intentando protegerse del daño que le estoy causando dejando que mis propios pensamientos me mutilen.

Doy un paso hacia el espejo y dejo mi cabeza chocar suavemente contra él. Siempre ha sido así. Siempre he sido la chica que rechazan, la estúpida nerd a la que todos adoran pero nadie mira de una manera especial.

Porque no vales.
Porque no eres como las demás.
Porque eres malditamente rara.

Un chillido de frustración escapa de mi garganta. Volteo y me dejo caer de espaldas contra el espejo. Cuando mi trasero toca el suelo escondo la cabeza entre mis brazos. Me siento agotada, realmente cansada de aparentar que todo está bien conmigo cuando en realidad vivo una espantosa tormenta todos los días. Porque estar en guerra con nosotros mismos puede ser mucho peor que estarlo con alguien más. Más agotador. Más absorbente. Más oscuro.

Estar en guerra con nosotros mismos puede hacer que nos lancemos con los ojos cerrados hacia el más aterrador de los abismos.

***

—¿Angie?

Como un soplo sutil de calma siento el sonido de la voz de mamá. La confusión me toma al instante... ¿hace cuánto tiempo me dormí?.

Cuando abro los ojos, recibo su cálida sonrisa con una sacudida leve de mis labios hacia arriba. Una ojeada suya hacia mí le basta para saberlo todo. Así son las madres, supongo.

—¿Qué sucedió esta vez, ratoncito?

Me avergüenza mirarla y contarle mis nimiedades porque comparado a lo que ella ha pasado, lo mío es insignificante. Tuvo cáncer de mama hace cinco años. Luchó sin perder esa luz propia de ella y aquí está, de pie, sin bajar la guardia, dándonos cada parte de sí misma a mi hermana y a mi sin miedo a nada; porque somos su todo y ella es el nuestro. Ha sido así desde que papá nos dejó cuando supo que estaba enferma. Pero ese ya es otro tema en el que prefiero no pensar ahora.

Bajo la mirada a mis rodillas e inspiro para comprimir el deseo de llorar como una magdalena otra vez. Mi madre me dedica una mirada que no me gusta porque encierra preocupación. Sabe que estoy en medio de un cuadro depresivo. Le preocupa encontrarme muerta en algún momento. Se que no lo soportaría. Por eso a pesar de haberlo pensado varías veces, nunca me he atrevido a hacerlo. Imaginar a mamá pasando por eso es demasiado para mi.

A través de sus ojos. Where stories live. Discover now