Capítulo 4: Primer paso, despacio.

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La semana transcurrió tan lento como el paso de las tortugas. Mi estado de ánimo seguía rozando el subsuelo, mi autoestima mejor ni les cuento. Ernesto se hizo novio de Melissa, una de las chicas más bonitas de la otra aula, y yo seguí igual, destrozada por mi propio pie, de la mano de mi mejor amiga que nunca me dejaba sola. Andrea me conocía lo suficiente como para saber que mis pensamientos eran un asunto verdaderamente serio y no paraba de insistir con que necesitaba ir al psicólogo. Yo no quería dejar salir mis miedos delante de nadie más. Ya era suficiente con que mamá y Andrea me tuvieran más que calada. No me gustaba dar lástima. Era lo último que quería en el mundo. Por otra parte, me estaba matando de miedo la idea de sentir que no formaba parte de nada, que mi presencia en el mundo no tenía ningún objetivo. Me estaba matando sentirme sólo una espectadora en mi propia vida.

—Por Dios, Angie, ya quita esa cara.

Pestañeé para volver al sitio en el que me encontraba. Estaba con Andrea, mi mejor amiga, en un café en el centro de la ciudad. Me había invitado en un intento por levantar mi estado de ánimo. No estaba funcionando.

—¿Qué cara?

—La que traes y que te queda horrible, por cierto. ¿Cuánto dormiste anoche? ¿Tres horas? ¿Cuatro?

Di un sorbo al café bombón que había pedido para mi y del cual todavía no había probado ni una pizca. Arrugué mi cara en disgusto. ¿A qué persona en su sano juicio puede gustarle el café? Pensé que esta modalidad sería diferente pero es un asco.

—Dos horas.—le respondí a Andrea. —Y este café es una mierda. Debería pedir que me devuelvan el dinero.

—Ese mal humor...

—Tú no lo entenderías, ¿vale? Así que no te atrevas a opinar. Tú tienes a alguien que te ama y que amas. Tú tienes planes a futuro con una persona. Tú ... —se me trabaron las palabras.— tú no sabes lo que es sentirse fuera de lugar por el simple hecho de no ir de la mano con alguien.

—Yo tengo todo eso, pero analiza también el precio que estoy pagando. Es una maldita relación a distancia, Ángela. Y ni en la peor de la circunstancias desearía algo como esto para ti. No es tan idílico como lo imaginas tú.

—Yo no idealizo.

—Sí, lo haces. Lo haces todo el tiempo. La vida es otra cosa, Ángela. No te vas a tirar a llorar y de la nada va a aparecer alguien que te saque de tu estado deplorable. Y perdona que te hable así, pero ese estado depresivo no lo desencadenó lo de Ernesto. A él ni siquiera lo conoces. Ese estado depresivo nunca se ha ido, siempre ha estado en ti, y sólo va a terminar cuando aceptes que todo en la vida se toma con calma, que nadie tiene una vida perfecta, y que si quieres conseguir algo, no se trata de pedírselo al cielo, se trata de levantar el trasero del asiento, poner los pies en la Tierra, y hacer todo lo que esté en tus manos para conseguirlo.

Coño, que no era tan fácil. Mis pensamientos molestándome todo el maldito día no eran algo que pudiera tomar a la ligera. El desánimo que surge de la nada, la desmotivación, el deseo casi irresistible de tomarme todo un maldito frasco de medicinas y simplemente dejar de vivir. Sentir que no pertenecemos, que no somos parte de algo, que estamos viviendo sin un objetivo es una sensación que verdaderamente no deseo para nadie.

Decidí darle otro sorbo al café frente a mi para no tirar mi dinero. Porque realmente odiaba tirar el dinero mucho más de lo que odiaba el café. Arrugué mi rostro, evidentemente. Esta mierda no había manera de que me gustara.

—Puedes dejar de beberlo o dármelo a mi que lo beberé con gusto por ti. Está delicioso.

—¿Bromeas? ¡Sabe espantoso! —se me escapó una risa. A Andrea no le importaba si el sabor era bueno o malo. Cuando se trataba de comida o de bebida, no discriminaba.

A través de sus ojos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora