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Bajamos del taxi y sacudiste tus manos.

—Estoy nervioso —me dijiste.

—¿Por qué?

—Hace meses que no lo veo. Yo mismo decidí de un día al otro dejar de ir a sus citas porque sentía que no arreglaba nada, y cuando estuve sin verlo por unos días me percaté que él había arreglado mi vida entera y me había enseñado demasiadas cosas.

—Oh... entonces sí que es bueno.

—Y hace las cosas bien, porque tiene una hija que está... —reíste y yo entrecerré mis ojos.

—¿Quieres darme celos?

—Sí, quería, pero tú cara está toda neutral.

—Pues sí —sonreí y subímos al porche.

Tocaste la puerta y esperamos un rato hasta que alguien abriera y de inmediato lo hicieron, o bueno, lo hizo un chico que estaba... rebueno.

Tatuajes, ojos azules, cabello negro, alto... y en su muñeca había un tatuaje sobre ¡Ah! Sobre un libro que estoy leyendo, es de un gatito y una rosa ¡Ah!

—¿Buenas? —el chico nos miró raro y tú te aclaraste la garganta.

—Busco a Fabio, ¿él se encuentra?

—Sí, ahora lo busco —y nos cerró la puerta en la cara.

—Brusco el tipo —murmuraste.

—Y rebueno —susurré y tú enarcaste una ceja.

—¿Qué dijiste?

—Nada —sonreí inocentemente y tú asentiste.

La puerta se volvió a a abrir y salió un hombre, muy guapo, que de esa edad nadie me había parecido guapo.

—¿Brandon? —el hombre, que debe ser Fabio, te miró con el ceño fruncido y tú asentiste—. Muchacho, como has cambiado.

Te dió un abrazo y tú le correspondiste.

—Y usted no envejece.

—¿Qué dices, muchacho? Tengo cuarenta y seis, jamás voy a envejecer —Fabio río y luego me señaló—. ¿Y ella es?

—Es mi mejor amiga, Jenna.

—Oh, mejor amiga —el hombre asintió sonriendo y te dió dos palmaditas en la espalda. —¿Qué necesitas?

—Vengo a pedirte un favor, ya que eres el mejor de esta cuidad.

—Mmm... gracias.

—Pues al orfanato ha llegado un niño nuevo, él perdió a sus padres en un accidente y está mal, yo hablé con él pero no es suficiente, sólo te pido que vayas a hablar todas las mañanas con él. El alcalde te pagará.

—El dinero es lo de menos, claro que iré, amo mi trabajo y amo ayudar a la gente. Para eso estoy.

—Muchas gracias, Fabio, me alegra que hayas aceptado —tomaste sus manos y él sonrió.

—Bueno, no es por nada, pero tengo un programa de cocina que ver y no puedo perdermelo, si quieren pueden entrar.

—No, gracias, tenemos que irnos Fabio, un gusto volver a verlo.

—El gusto fue mío y ver que seguiste adelante Brandon.

—Todo fue gracias a usted —lo abrazaste.

—Nos vemos luego —Fabio me sonrío a mi y luego te guiñó un ojo para entrar a la casa.

Nosotros bajamos el porche y entramos al taxi.

¿Y qué sucedió?

Pues a mitad del camino el taxi se rompió.

Joder.

—Lo lamento, chicos, el taxi se ha roto —el chófer nos dijo y tú asentiste.

—Tranquilo, son cosas que pasan, tome el dinero —le pagaste y él sonrió.

—Muchas gracias.

—Muchas gracias a usted señor.

Salimos del auto y comenzamos a caminar.

Tardaríamos varios minutos en llegar.

—Dios, que pase otro taxi por favor —junté mis manos y miré al cielo.

—¿No te gusta caminar?

—Me canso muy rápido, y luego me duelen las piernas.

—Claro, si ni ejercicios haces calabacín —cruzaste tus brazos.

—Prefiero leer antes que ir al gimnasio.

—Oh, sí. Libros pervertidos.

—¡Claro que no! Sólo leí un libro pervertido y fue una trilogía llamada Lascivia, Lujuria y Deseo —puse mala cara y reiste.

—Oh, calabacín pervertido, sé de ese libro. Y es el más pervertido que conozco.

—Tú vez cosas peores.

—¿Qué? Pero bueno, es casi lo mismo, yo veo y tú te las imaginas, o sea, lo mismo —reiste.

—Ya me duelen los pies —protesté y tú te colocaste frente a mí dándome la espalda.

—Ven, sube.

—¿Qué? Pero yo peso demasiado.

—¿Enserio? Pesas lo mismo que yo, y eres algo flaca, pero con cuerpo.

—¿Tengo cuerpo?

—Sí, todos tenemos —soltaste una carcajada y yo me subí a tu espalda, rápidamente me agarraste—. Para la próxima avisa.

—Lo siento Bran...

—Bren, Brin, Bron... ¡y Brun! —comenzaste a caminar y yo reí.

—Parece que voy en caballo.

—¿Soy un caballo?

—No, pero parece —reí y tú saltaste—. ¡No hagas eso!

—Dices que soy un caballo, Jen.

—Tontito —volví a reír y el sonido de un claxon nos detuvo.

—Vamos chicos, suban —era el chófer de hace minutos, parece que pudo arreglar el auto.

Me bajé de tu espalda y entramos al taxi. El hombre sonríendo nos contó que el taxi se había quedado sin gasolina y que en el maletero traía algo de reserva.

Que bien que no me tuviste que llevar en tu espalda, porque sino no hubiéramos llegado muy lejos.

¿Recuerdas?✔Where stories live. Discover now