Deigh abrazó a su compañera y durante todo el camino hacia su camarote para no salir en horas, pues necesitaba sentirse vivo haciéndole el amor, no la dejó de regañar mientras esta reía. Esa mujer era imposible, la amaba, la idolatraba, no sabía porqué, eran tan diferentes. Sin embargo no podía dejar de admirar su fuerza, su valentía, su arrojo. Ese hijo que acunaba en su vientre, su futuro, tendría lo mejor de los dos mundos.

Soreigh les dejó pronto, pues no aguantaba tanto alboroto y ahora prefería ver como continuaba su paciente pelirroja. Lo que no pudo ignorar era a Juan, que había permanecido como guardián ante la sala médica. Rozó su cuerpo adrede, notó como el joven enrojecía ante el atrevimiento de la mujer. Ella susurró solo para sus oídos.

––Quizás una noche de estas me pase por tu camarote. Ahora duermes solo... No creo poder esperar demasiado, estamos a cinco o seis semanas terrestres de mi hogar. A veces las mujeres no podemos esperar tanto...

Lucía quedó mirando a la puerta cerrada. La fuerza gravitatoria del planeta se perdió, pero la de la nave casi le hizo que perdiese el equilibrio, aunque Tarigh estaba a su lado y sus manos se posaron en su cintura con firmeza para que no sintiese el tirón de los motores al lanzarse a plena velocidad. El calor de su pecho hizo que su mismo centro se derritiese. Pero se  prometió ser fuerte.

––¿Te han tratado bien?––preguntó el comandante con esa voz la fría que no reconocía.

––Aparte de trasladarme como un fardo, de lo cual tengo experiencia, ya que tú has hecho lo mismo, darme de comer carne desconocida seca y ahumada, y no dejarme dormir por horas debido a la incomodidad, no me ha ocurrido nada reseñable. Así que, gracias por venir a buscarme. Voy a tomar mi equipaje y buscar un camarote vacío. Espero que eso no suponga otro problema. Ya que dejaste claro lo que te importaba, aunque te doy las gracias por venir a buscarme. Aunque lo más seguro es que fuera el resto de los míos, a los que no deseas defraudar como a mí, por los que emprendiste tan loable acción.

Tarigh tuvo que hacer gala de toda su fuerza para no tomarla entre sus brazos, besarla y suplicarle que no le abandonase. Pero no, era lo mejor, separarse en ese instante, que todo acabase aquí y ahora. Se limitó a soltar su cuerpo, sabiendo que era la última vez que lo rozaría siquiera. Tomó una larga inspiración para que su voz no temblase y sonara gélida.

––Haz lo que desees. No te molestaré más. Danielle se encuentra bien. Nadie de esta nave dirá nada de nuestro acuerdo. Eres libre de hacer lo que quieras.

Lucía no respondió, ni siquiera se dio la vuelta para mirarle de nuevo, salió por una de las puertas laterales a buen paso.

Bajo la ducha, Lucía lloró. Mucho.

Hizo lo que le prometió, entró en el camarote que una vez compartió con Tarigh, tomó su equipaje y buscó entre los más alejados y vacíos. Puso su mano encima de el, y se abrió deslizándose. Tarigh la observaba a través de las cámaras del puente de mando, pulsó las órdenes necesarias para que ese camarote pasase a ser el de ella y reconociese su huella. En el lugar escogido había un par de camas, con una le bastaba pensó Lucía, pero daba igual, sobraba sitio en esa nave, así que en la otra dejó las bolsas de su equipaje , ya las desharía más tarde. El agua limpiaría el polvo y el sudor de esos dos días, así como el recuerdo de las manos de Tarigh sobre su cintura breves minutos antes.  O al menos eso creyó en un principio.

No, no... eso no podría borrarse jamás de su memoria, ni sus besos, ni abrazos, ni sentir su cuerpo duro sobre el suyo. Creyó encontrar el amor y lo que obtuvo fue ser el objeto de descargo de un hombre que llevaba demasiado tiempo solo. Ella también estuvo sola por años, pero jamás pensó en utilizarlo, para abandonarlo después.

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