Jueves 21 de julio
Anoche golpeó en el océano una tormenta, desde temprano por la tarde las gaviotas y los albatros se mantuvieron en las periferias, los peces se revolvieron más al fondo y no dio lugar a la pesca. Fue un día tranquilo.
Me he dado cuenta de que a través de una barda amplia y que se descascara, a la que he ido a observar y tiene un agujero al centro que resulta hacia el otro lado, alguien me vigila. Sentado frente a ella la veía con paciencia, la examinaba cuadro por cuadro que forma cada uno de sus bloques, del blanco a los matices arenosos y café con que se va despintando y de repente un ojo se movió en el agujero, un agujero pequeño, nos quedamos paralizados viéndonos fijamente ese ojo y yo. Fue aterrador. La vigilancia de esa mirada sobre mi se eternizó, me fraccionaba en partes sin parpadear con su atención boba. Me levanté discretamente y caminé lejos, pero cuando volvía la mirada el ojo me seguía, hasta que de un parpadeo desapareció al otro lado.
Todo cae tan entero adentro de mi alma, todo tan sin desbravar. Grita una mujer a su hijo que meta la ropa para que no se vaya a mojar, y yo sé que de verdad se va a mojar, que será una desgracia. Y qué desgracia, en verdad, qué desgracia. De pronto me duele tanto el esfuerzo permitido para que al final no florezca, para que al final todo se pierda al medio del huracán. Qué simulacros tomamos para vivir. Subo al velamen a veces por las tardes y tranquilo me reposo de vivir, me hundo al fondo y admiro cómo se riega la noche al regazo de la playa, gira y se da vuelta la tarde que promete regresar y volver a irse, ¿a cuántos no ha visto irse también? De pronto hago sentir todo el ritmo de la vida a mi alma y en verdad descanso de vivir.
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Libro del navegante
RandomEs más bien un ejercicio de creación literaria, una escritura sin tanto pensarla, una historia construida en el momento a momento. La narración de una vida profundamente deseada pero que no pudo ser.