Parte sin título 10

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Madre

Hace unos meses he tenido una experiencia imborrable, tal vez la aventura más arriesgada desde que vivo en altamar. Pensé que ya eran cosa de otro tiempo, un relato urbano y que no habría que resguardarse ya de ellos, pero el carguero en el que servía tuvo que hacerle frente al pirataje; hace un tiempo el segundo al mando me había contado historias de la tradición marinera, las campales entre los bucaneros y los yertos, y las infinitas persecuciones por el mapa marino, y de cómo muchas fortunas habían quedado en el lecho.

Pero estos, a los que habíamos hecho frente, era un grupo de seis a ocho hombres, negros por el ardor del sol y flacos por el tesón de la pobreza, y sin duda locuaces y férreos, no eran en nada los hombres corsarios o piratas de las historias, aunque sin duda, estaban embravecidos por el sabor de la salmagundi. Usaban arpones de cazar ballenas para tratar de asirse a los costados o a la popa y eran determinantes en sus acciones, ya no navegaban en magníficos barcos ni cargaban a cuestas las partes del cuerpo postizas; eran simples hombres habituados a la miseria y a la rapiña, nuestras maniobras tuvieron que ser evasivas para no arriesgar el valor de la carga, aunque la adrenalina quería lanzarse hacia ellos.

Creo que será esta una de tantas veces que recorramos unas millas al sur del Iguazú.

La mujer de la que te he hablado antes me sigue esperando al atardecer en el puerto y yo sigo yendo a encontrarla, luego de una dura temporada en los mares ella es mi consuelo.

Te envío un abrazo y todo mi amor.

Libro del naveganteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora