Cap. 36

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Su madre no tardó en decirles que se iba a una fiesta.

Le resultó bastante fácil a Jungkook encontrar dinero en el espléndido y vasto cuarto de dormir de su madre. Esta era descuidada en cosas de dinero. Hasta a él le sorprendió la facilidad con que dejaba billetes de diez y veinte dólares por el tocador. Le hizo fruncir el ceño y concebir sospechas. ¿No estaba acaso su madre ahorrando para el día en que los sacara a todos de su cárcel... aun cuando ahora tuviera marido? Y había más billetes en sus muchos
bolsos y portamonedas. Jungkook encontró dinero suelto en los bolsillos de los pantalones de su marido. No, él no era descuidado con su dinero. Así y todo, buscando bajo los cojines de las sillas, Jungkook consiguió encontrar una docena o más de monedas. Se sentía como un ladrón, un intruso que entra en el cuarto de su madre, donde nadie le ha llamado. Veía sus bellos
vestidos, sus zapatillas de satén, bordeadas de piel, o de plumas de marabú, y esto le hizo sentirse todavía peor.

Jungkook visitó varias veces aquel dormitorio durante el invierno, volviéndose cada vez más descuidado, ya que resultaba tan fácil robar. Volvía a donde yo le esperaba con aspecto alegre o con aire triste. Día tras día su tesoro aumentaba, ¿por qué estaba tan triste?

- Ven conmigo la próxima vez - le dijo Jungkook a Taehyung, a modo de respuesta - Y lo verás con tus
propios ojos.

Ahora ya Taehyung podía ir con la conciencia tranquila, porque sabía que los gemelos no se despertarían y se encontrarían solos. Dormían tan honda, tan profundamente, que incluso por las mañanas se despertaban con los ojos llenos de sueño, lentos en sus reacciones, tardos en volver a la realidad. Dos muñequitos, que no crecían, tan sumidos en el olvido que el sueño, para ellos, era más como una pequeña muerte que un reposo nocturno normal.

Escapar, huir, ahora que llegaba la primavera tendrían que empezar a pensar en marcharse, antes de que fuese demasiado tarde. Una voz interior, intuitiva, repetía
insistentemente este estribillo. Jungkook se reía mucho cuando Taehyung se lo decía.

- ¡Tae, qué ideas tienes! ¡Nos hace falta dinero! Por lo menos quinientos dólares. ¿Por qué tanta prisa? Ahora tenemos comida y nadie nos pega; aun si nos sorprende medio
desnudos, la abuela ya no dice una palabra.

¿Por qué no los castigaba ahora su abuela? No le habían hablado a su madre de sus otros castigos, de sus pecados contra ellos, porque para Taehyung, eran pecados, completamente imposibles de justificar. Y, sin embargo, la vieja ahora se contenía. Les llevaba todos los días el cesto con la comida, lleno hasta los bordes de bocadillos, con sopas tibias en termos, con leche, y siempre cuatro donuts espolvoreados en azúcar. ¿Por qué no variaba un poco el menú, y les llevaba pastas, o trozos de pastel o tarta?

- Hala ven - le metía prisa Jungkook, por el pasillo oscuro y siniestro - Es peligroso quedarse quieto en los sitios; vamos a echar una ojeada rápida al cuarto de los trofeos de
caza, y luego iremos a toda prisa al dormitorio de mamá.

Con una mirada al cuarto de los trofeos, le bastó a Taehyung. Odiaba, pero de verdad, aquel retrato al óleo que había sobre la chimenea de piedra, tan parecido a su padre, y, al mismo tiempo, tan distinto. Un hombre tan cruel y sin corazón como Malcolm Foxworth no tenía derecho a ser guapo, ni siquiera joven. Aquellos fríos ojos azules debieran haber corrompido al resto de su ser, llenándolo de llagas y diviesos.

Taehyung vio todas aquellas cabezas de animales muertos, y las pieles de tigre y de oso por el suelo, y se dijo que era muy propio de un hombre como él querer tener una habitación como aquélla.

Si Jungkook le hubiese dejado le habría gustado mirar todas las habitaciones, pero él insistía en que tenían que pasar junto a las puertas cerradas, sin permitir mirar más que en unas pocas de ellas.

𝑭𝒍𝒐𝒓𝒆𝒔 𝒆𝒏 𝒆𝒍 á𝒕𝒊𝒄𝒐 Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu