Joder, él ya estaba completamente desnudo, y no precisamente enfadado, su miembro se elevaba apuntando directamente hacia ella. No quería perder la poca ropa interior cosida a mano que usaba, así que antes que él pudiese tirarla sobre la cama ya la había quitado de su cuerpo.

No hubo besos, ni abrazos, ni palabras dulces, solo puro instinto animal, casi dolió cuando él le abrió con brusquedad los muslos y se introdujo de una sola estocada en su caliente interior. Supo que gritó y tuvo que asirse a la colcha. El arrodillado entre sus piernas cabalgaba con fuerza inusitada, mirándola con tanta intensidad que ninguno de los dos podía apartar los ojos uno del otro.

No duró demasiado, Tarigh estaba demasiado excitado para pensar en nada más que en él mismo. El orgasmo que le recorrió fue duro, casi doloroso. Pero peor fue la sorpresa de ella al no poder llegar a la satisfacción a pesar de que sentía como lava correr por sus venas. Sus encuentros siempre eran dulces, generosos, no como este que más bien parecía un castigo.

El guerrero no podía seguir mirando esos ojos a punto de derramarse en lágrimas, fue egoísta, lo admitió. Salió de su cuerpo solo para tomarla de las redondas caderas y con su superior fuerzo ponerla boca abajo, ahora estaba a su merced y no tenía que ver sus lágrimas. No podía ser como aún su miembro no bajaba a pesar de haber eyaculado poco antes. Alzó con sus manos asiéndola por la cintura, dejándola sobre sus rodillas. Esta vez tanteó que seguía igual de húmeda y enfebrecida. No iba a pedir permiso. ¿No se había puesto bajo su merced ante todos?

Era su concubina, no podía negarse a nada. Ni a que la penetrase desde esa posición humillante para una hembra de su planeta. Sin rozar su clítoris no obtendría placer, pensó, mientras volvía a iniciar el duro balanceo contra ella sin decir palabra. Ella resistió, respirando hondo y rápido. No le estaba haciendo daño, estaba demasiado empapada para ello, tampoco la asía con firmeza de sus preciosas y redondas caderas. Su cabeza estaba sobre la almohada y su rostro vuelto para conseguir el aire necesario. No la estaba hiriendo, pero ahora tenía los ojos cerrados. No sabía si lloraba o no.

Tarigh se maldijo por no darle ese placer que siempre alcanzaban en la cama, pero ahora no podía pensar en otra cosa en que la que podía estar en esa camilla de hospital entre la vida y la muerte fuese ella, Lucía.

No podía parar, no, hasta volver a llenar con su semilla el canal de la mujer que nada mas soltarla se derrumbó agotada, pero sin haber sentido un solo atisbo de placer. Lo sabía, de alguna manera estaban conectados, ella no había sentido nada.

Acariciando de nuevo su húmeda raja la sintió inflamada y tan excitada como la primera vez. Se hizo hueco a su lado, ella se volvió de espaldas sin querer darle la cara.

Lucía no podía creer el trato que estaba recibiendo por su parte, hasta comprender que ese era su castigo. Él no la heriría físicamente, no le gritaría, no... simplemente tomaría de ella su propio placer dejándola en agonía por no poder alcanzar su orgasmo.

Un castigo imaginativo, sí señor. Pero ella le dio la espalda en esa cama que compartían. Estaba lo suficientemente al límite para acariciarse ella misma y alcanzar el nirvana. Oh, sí, ahora mismo intentó llevar sus dedos al interior de su vagina para llegar a ese punto que palpitaba enervado y ansioso para conseguir descargar toda su necesidad cuando sus brazos fueron aprisionados por las de Tarigh como si fuesen dos tenazas, echados hacia atrás y sujetos a su espalda con un solo puño de acero.

--Oh, no, concubina...--susurró el guerrero en su oído--. Te entregaste a mí, este es tu castigo, uno que no herirá tu piel, ni te hará pasar hambre o sed...

«Pero si maldita humillación» pensó para sí Lucía sin abrir la boca para no exacerbar más el ánimo belicoso de Tarigh en ese instante, bastante tenía con no poder moverse y sentir como su pierna era alzada para volver a sentir el miembro enhiesto dentro de sí, en una postura que no la satisfaría si no conseguía llegar a su clítoris.

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