Capítulo 12: Lugar seguro.

16 0 0
                                    

—No le vas a preguntar nada, yo voy a golpearlo en su cara de bebé de papá, seguro que le encanta y le quedan muchos deseos de engañar a chicas tan increíbles como tú, Angie.

—Cállate, por favor. Es que todavía no puedo creerlo. ¿Cómo fue capaz, Andrea? ¿Puedes explicarme cómo coño fue capaz de algo así?

Mi mejor amiga estira su brazo para escurrir una lágrima que amenazaba con dejarse caer en el cause de mi rostro. Pienso en que a pesar de esto, soy una chica afortunada, amigas como Andrea están en peligro de extinción.

—No tienes que freírte las neuronas buscando una respuesta para eso, nena. Simplemente mándalo a la mierda. No es más que un engreído y un completo estúpido. Solo espera a que lo vea.

—No, te prohíbo que hagas algo como eso. Déjame esto a mi. Puedo enfrentarlo.

—Nena...

—Que si, que puedo. —tomo aire. —Gracias por venir a pesar de tener mucho que estudiar aún. A ti te importan estos exámenes lo mismo que me importan a mi. Sé cuánto te ha costado dejar de estudiar por venir hasta mi casa. Eres un tesoro, eres mi tesoro.

Sonríe tan bonito después de escucharme que me entran unos deseos terribles de abrazarla. Cedo a mis impulsos. Ella se estira como un gato porque no le gusta mucho el contacto físico, aunque desde que somos amigas se deja abrazar con más frecuencia.

—Ya, ya. Abrazo permitido porque estás en crisis, pero no te acostumbres.

Chasqueo la lengua.

—Siempre dices lo mismo.

—Y siempre cedo, lo sé. No sé que tienes que me provoca dejarme abrazar. Eres un parásito.

Suelto una carcajada.

—Dios, que romántica eres con tu mejor amiga. No quiero imaginar lo que serás con el pobrecito de tu novio.

Se encoge un poco en su lugar cuando lo nombro.

—¿Qué ha pasado?

—¿Por qué lo preguntas?

—Con Carlos, Andrea. Si hubieras visto el gesto que hiciste cuando lo nombré, también hubieran saltado tus alarmas.

—No, no quiero hablar de eso. Además, no he venido a hablar de mi.

—Nunca quieres hablar de él. —ignoro su evasiva.

—Cuando esté lista lo haré, lo prometo. Por ahora prefiero guardarlo para mí. 

Andrea y yo no nos conocemos desde siempre, aunque pueda parecerlo por la química tan bonita que existe entre nosotras. Lo nuestro fue algo instantáneo, hicimos nuestro clic de mejores amigas hace tres años, cuando estábamos en nuestro primer curso de preuniversitario. Recuerdo exactamente que nos encontramos en una parada un mediodía después de terminar la primera sesión de clases, que hacía un calor infernal y que hablamos sobre la que era mi saga preferida en ese momento. Después de ese día sólo fue cuestión de un par de charlas más para que nos volviéramos inseparables. Dios no sabe aún cuan agradecida estoy por tener a alguien como Andrea en mi vida, y que mágico que todo haya sido gracias a los libros. 

Suspiro. 

-Está bien. Sea lo que sea, quiero que sepas que aquí estoy para abrazarte mucho cuando el mundo se te caiga encima, y que nunca voy a juzgarte. No sólo porque no podría, sino porque no me siento juez de absolutamente nadie. 

Andrea dejó salir una sonrisa suave que me acarició el alma. 

-Eres tan increíble, Angie. Ojalá pudieras verte como yo te veo. 

Suspiro otra vez, pero para contener las lágrimas que amenazan con formarse en mis ojos producto a sus palabras. Maldita sea, soy una jodida sentimental. 

-Algún día. 

Esa tarde Andrea se quedó a dormir en mi casa. Terminamos de ver los temas que teníamos pendientes y conversamos un poco más sobre el asunto de Ernesto con Melissa. Sentí como se abría la herida que tenía en mi pecho, era como si todos los planetas que se alinearon para mi el primer día que vi a Ernesto se estuvieran rompiendo uno a uno y sus cientos de pedazos se estuvieran adhiriendo a cada centímetro de mi piel. Dolía como el demonio, ardía. Pero lo voy a dejar  atrás. El no se merece tener a una chica como yo. Tal vez Melissa es su indicada. 

Cuando anocheció, mamá subió para nosotras una deliciosa cena que nos devoramos al instante como el par de hambrientas que somos. Luego encendimos la tele para ver algún programa hasta que nos entrara sueño. No tardamos mucho en caer rendidas como dos marmotas. 

**********

Nicolás.

Me quedo mirando el celular por un poco más de tiempo del que tenía previsto. Me engañé un poco a mi mismo repitiéndome que esto no tenía que ver nada con la hermosa chica con la que llevaba algunas semanas chateando, porque así evitaba el miedo que se colaba en mi cuerpo cada vez que pensaba en ella. 

Joder, como me encanta complicarme la vida.

Sonrío al imaginar  la cara que se le debe haber puesto mientras leía mis mensajes coquetos de esta tarde. Intento adivinar de que color se le volverán las mejillas cuando está avergonzada, o si suele fruncir las cejas cuando piensa demasiado en cualquier tema que la perturbe. Ojalá tuviera más posibilidades con una chica como ella. Sería como ganarme la lotería. 

-Nico, tenemos que hablar.

La voz de mi madre tras la puerta de mi habitación hace que de un salto ligero en la cama y que, por supuesto, abandone de golpe mis pensamientos hacia Angela. Resoplo con toda la delicadeza que soy capaz de  reunir porque se de que ha venido a hablarme, y ella sabe perfectamente que no quiero hablar de ello. 

-Tu papá viene la próxima semana, me acaba de confirmar que su vuelo llega el lunes. Quiere que vayamos a recibirlo. 

-Yo alucino, mamá, el tipo se pierde, te deja tirada, se olvida de nuestra  existencia hasta ayer y tú vienes a pedirme con toda la sutileza y delicadeza que te caracteriza que vaya a recibirlo con los brazos abiertos como si fuera el jodido padre del año. No, no iré. 

-Nicolás. 

-No, mamá.

-¿Es tu última palabra? ¿No lo dejarás explicarse? 

-¿Ahora le interesa?

-Han pasado cosas que necesitas saber. 

-No me interesa conocer ninguna de sus malditas razones, mamá. Déjame solo. Necesito recoger todo lo que llevaré el fin de semana al viaje que haremos a Camagüey.  

Toma un profundo suspiro. 

-Está bien, mi niño. Asegúrate de que no se te quede nada. 

Después de eso sonríe, me da un beso en la coronilla y se marcha. Mi mamá es una mujer muy comprensiva, a veces demasiado, y personas como mi donante de esperma usan eso a su favor. Ignoro el pinchazo de dolor que me sacude cuando mis pensamientos intentan irse hacia él. En su lugar los desvío hacia mi ratona. Aprovecharé el viaje de fin de semana que haremos con el fin de visitar a mis abuelos  para conocerla de verdad y darle una bonita sorpresa. Estoy muriendo de deseos por ver su sonrisa en primera fila. 

A través de sus ojos. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora