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***Aclaración***

Este libro está totalmente protegido y patrocinado por la editorial Letra de Kmbio, cualquier copia o adaptación está totalmente prohibida.

Disponible en físico y en todas las plataformas digitales dentro de unos meses. Una vez publicado en estos formatos deja de estar disponible en Wattpad.

Neena Rodríguez:

Mientras oía música en mi cuarto e intentaba dormir sin agobio, los azotes en la puerta trasera me hicieron sentarme en la cama presa del miedo. Sabía que debía ser Débora, que llegaba como de costumbre del club que frecuentaba en las noches, donde según ella, se olvidaba de mi presencia y lo decepcionante que era tener una hija fracasada como yo.

Estos pensamientos me hicieron soltar una risita triste, intentando que no me afectara.

Según ella, la causa de sus problemas tenía un nombre y no era nada más y nada menos que el mío. Yo sólo quería que me abrazara, aunque fuese una vez y me dijera: “te quiero hija” o “no estás sola, saldremos juntas de esto”, sin importar que fuera, tan falso como mis sonrisas al oír de su boca, “eres un estorbo”. 

Preocupada de que le hubiera pasado algo, bajé de mi habitación y al verla en aquél estado, toda sucia, con moretones, me acerqué para ayudarla.

—Mamá. ¿Estás bien? —la levanté, pero una vez en pie, me empujó con una mirada de repugnancia, provocándome un nudo en la garganta.

—¡No me toques! —retrocedí—. ¿Ahora me vienes ayudar? ¡Tú tienes la culpa de esto! Aléjate, monstruo… ¡Ojalá algún día cambies! —rompí en llanto.

—¿En qué quieres que cambie mamá? —grité sin poder contener las lágrimas.

—¡En todo! —soltó tambaleándose—. Sólo mírate. ¡Eres una inútil! —rio—. Ojalá te mueras.

No podía parar de sollozar, mordía mis cachetes para contener el llanto, las lágrimas parecían cascadas por mi rostro, sus palabras estaban cubiertas de desdén, de veneno, y lo mejor de todo era que ya estaba acostumbrada, pero a pesar de eso, no dejaba de doler.

—¿Te tengo harta mamá? —grité—. ¡No fumo, no bebo, no salgo de casa, no te mandan a llamar de la escuela, no te cuento mis problemas para que no te agobies, no lloro para que no te preocupes! —sollocé—. ¿Te tengo harta por pasar las horas delante del celular? ¿Por preferir un mundo virtual a amigos falsos? ¿Por no hacer nada más que estar sentada? —la encaré sintiendo como con cada grito, la presión en mi pecho se despertaba—. ¡Porque eso es lo que tú dices, que soy basura!

—Aléjate de mi vista —elevó el tono.

—¡Respóndeme! —seguí llorando entre gritos —. ¿No es así? ¿Te tengo harta porque evito los problemas para tu bien? Si no llegas, o lo haces tarde, me preocupo. ¡Mamá! Soy una de las pocas personas que te dirán un “te quiero” sincero —bajé la cabeza.

—¡Te dije que te pierdas! —agarró el jarrón y lo apuntó en mi dirección.

—¿Cuándo fue la última vez que me disté un abrazo? —pregunté casi en susurro, pero ella se mantuvo en silencio—. Te lo diré… en mi cumpleaños 11, hace 6 años —sonreí recordando cómo todo en aquél entonces cambió en tan sólo unas horas—, justo antes de que subiéramos a ese coche.

—¡Asesina! ¡Todo fue tu culpa! ¡Tú los mataste! —comenzó a llorar, tirando contra el suelo el jarrón que no tardó en hacerse pedazos, aunque el único sonido que pude escuchar fue el de mi conciencia y mis deseos de vivir, que se hicieron escombros al escuchar aquellas palabras.

«Soy una asesina, yo los maté, todo es mi culpa».

Desperté.

La presión en mi pecho era notoria, las lágrimas caían por mis mejillas cada vez que las escenas de esa pesadilla volvían a reproducirse en mi cabeza. La puerta del cuarto no tardó en abrirse y el doctor preocupado entró, mirándome atento con esos ojos verdosos soñoliento.

—Sólo es una pesadilla, no pasa nada —se posicionó delante de mí, arrodillándose frente a la cama mientras limpiaba mis lágrimas con su pulgar.

—No quería despertarlo, fue sin querer —encendí la lámpara de la mesita mientras él negaba con una sonrisa tranquila.

—Estaba despierto, no podía dormir —confesó—. ¿Qué fue lo que soñaste?

—Fue un recuerdo —confesé.

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