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***Aclaración***

Este libro está totalmente protegido y patrocinado por la editorial Letra de Kmbio, cualquier copia o adaptación está totalmente prohibida.

Disponible en físico y en todas las plataformas digitales dentro de unos meses. Una vez publicado en estos formatos deja de estar disponible en Wattpad.


Dereth Watson:

Era sábado, así que me dirigí a mi consultorio adoptando un paso firme y seguro, pasando y saludando a todos en aquél centro de sanación.

Al llegar a mi consulta, deslicé la tarjeta por la puerta, dándome paso al lugar, donde me senté sin demora en la silla giratoria que yacía bien colocada debajo de la mesa. Mi turno había comenzado a las 8:00 AM y la paciente estaba por llegar. Comencé a ordenar todo en mi buró incluyendo el expediente hasta que en la puerta se oyeron unos goles leves. Me levanté y mostrando mi mejor sonrisa abrí, encontrándome con una mujer adulta, con una vestimenta un poco exótica o más bien vulgar. En su diestra sostenía un cigarrillo y con la otra sostenía con mucha fuerza el brazo de una joven. Dio una calada e intentó pasar, pero se lo impedí colocándome delante de la puerta.

—Buenos días, soy el doctor Watson, usted debe ser Neena —ladeé mi cabeza en dirección a la chica—, y su madre Débora —la mujer ni siquiera me dirigió la palabra, dio dos pasos más hacia la entrada al consultorio, por lo que al ver las intenciones la frené poniendo mi diestra en su hombro.

—Señora Rodríguez, si me lo permite, me gustaría conversar a solas con su hija. ¿Podría esperar fuera? —emití dispersando el humo del cigarrillo.

—Bueno—miró a la menor con repugnancia—. Si puedes, no regreses pronto —  se burló una vez que se dignó hablar.

La mujer se retiró por el pasillo del salón moviendo sus caderas como si su vida dependiera de ellas, no quería juzgar mal, pero su porte y aspecto, además de actitud descarada y arrogante lo confirmaban, por eso veía que el expediente aclaraba: “no se recomienda intermediación”.
Cerré la puerta y miré a la menor, que mantenía su vista al suelo.

—Siéntate Neena —me dejé caer en mi silla giratoria frente a ella, viendo como imitaba mi acción sin decir palabra—. Mi nombre es Dereth, psicólogo desde los 21 años —me miró como si fuera una broma, algo que me hizo fingir una sonrisa—. ¿Tienes 17 verdad? —asintió—. ¿Vives con tu madre? —esta vez negó, haciendo que levantara una ceja.

—Ella no es mi madre.

—¿Pues entones, que es para ti? —al terminar de decir esto, se encogió de hombros restándole importancia—. Mira, yo puedo ayudarte, pero necesito que me respondas y te abras conmigo —afirmé afable.

—Una vez un amigo me dijo que tuviera cuidado al querer arreglar una persona rota, pues podrías cortarte con sus pedazos —ladee mi rostro procesando sus palabras, mientras me perdía en su expresión neutra.

—¿Que te hace pensar que estás rota? —proseguí bajando la vista a sus labios entreabiertos, pues iba a responder cuando la puerta de mi consultorio fue abierta por una rubia.

—Perdón doctor, no sabía que tenía un paciente, pensé que estaba solo —confesó a medida que fruncía el ceño.

—No importa. ¿Qué se le ofrece? —emití mostrando una sonrisa.

—Sólo quería hablar con usted, pero supongo que puedo esperar, por lo visto tienes un paciente al que atender.

—Cuando termine la llamaré —Lorelaen asintió y se retiró dejándome de nuevo frente a Neena y su silencio.

Noté una expresión extraña en el rostro de la menor cuando vio a Lorelaen, pues perdió la mirada nada más encontrar sus ojos, pero detuve cualquier pensamiento cuando la vi sonreír.

—Se ve que te quiere mucho —susurró con una mirada nostálgica—. Sus ojos brillan cuando la miras.
—Eres muy observadora…

—Debe ser algo muy lindo poder sentir que alguien te quiere —me interrumpió.

—Claro, el amor es un sentimiento genuino que todos encontramos en algún momento —a pesar de que hablé mirándola directamente, ella mantenía su rostro bajo.

—No doctor, muchas personas se mueren de soledad —afirmó.

—Eso no es así Neena, el amor llega cuando menos te lo esperas…

—Pero se acaba en cualquier momento —volvió a interrumpirme.
El ambiente necesitaba que cambiara el tema, a pesar de que me resultaba bastante importante su punto de vista bajo el modo afectivo en el que se sentía implícita, pero era notorio que se sentía mal.

—¿Estudias Neena? —pregunté dudoso y ella asintió—. Bueno, ¿qué te parecen tus compañeros? —suspiró.
—Son buenas personas —me mostró una sonrisa muy hermosa a pesar de que era falsa.

—¿Tienes amigos? —contraataqué.

—Tengo dos mejores amigos, mi almohada que siempre está dispuesta a escuchar lo que le digo y la música, que tiene las palabras perfectas para mí —dijo casi en un susurro—. Aparte de esos, no, pero creo que es mejor así.

—No debes pensar eso, los amigos son necesarios para sentirnos bien.

—Y nuestras traiciones, los culpables de que fracasemos. ¿No es así doctor? —levantó la mirada hasta que se posó en mis ojos, dejándome ver unos cristalinos orbes negros que miraban como si no hubiera nada en ellas.

—Por esa misma razón, debemos elegir con cuidado, pero te aseguro que un amigo puede ser en momentos difíciles nuestro mayor aliado —asintió manteniendo esa sonrisa falsa—. Mañana es domingo y como no hay consulta, esperaba que aceptaras ir conmigo a por un helado, estaríamos en un lugar abierto, interactuando con la brisa.

—Lo siento, pero no puedo —alegó rápidamente.

—¿No puedes o no quieres? —pregunté.

—No quiero —tomó su mochila en hombros y se levantó de la silla en dirección a la puerta.

La intenté detener, entonces al apoyar el pie hizo un mal gesto, pero llegué a tiempo y la sostuve por los antebrazos sin ejercer mucha fuerza, pues era como sostener una pluma, y ni hablar de su piel casi anémica. La tenía bien sujeta, por como la vi, no tuvo ni fuerzas para apoyarse en el otro pie cuando se torció el contrario.

—¿Estas bien? —llevé la vista a sus ojos hablando con notoria preocupación.

—Sí —se soltó de mis brazos, no sin antes emitir un quejido, al parecer estaba lastimada en esta zona, así que la tomé de la muñeca e hice que su vista se dirigiera a mí.

—He escuchado eso, ¿estás lastimada? —negó—. Déjame ver.

Levanté la manga de su brazo derecho y algo me hizo fruncir el ceño. Su muñeca estaba cubierta de unos cortes que llegaban hasta su codo de forma horizontal y vertical, eran tantos que simulaban un encaje rojo y marrón sobre la frágil piel blanca.

—Tu muñeca —susurré de manera inaudible antes de que ella se soltara de mi agarre y saliera corriendo hasta desaparecer por el amplio pasillo del sanatorio.

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