––Será bueno que aprendas, sí, incluso puede que sea que te diviertas con ello. ¿Sabes que Lucía era la anterior «Mujer memoria»? Era la encargada de la biblioteca y todo el saber que almacenan aquí no se perdiese. Sí, es una mujer guapa e inteligente.

––Muy lejos de tu alcance hermano, he observado como la mira el comandante de la nave del otro planeta. Y ella no se queda atrás––dijo en tono cómplice.

––Nunca tuve suerte con las mujeres––suspiró Fréderick.

––Quizás cuando estemos en el otro planeta, tengamos nuestro hogar, sembremos y cuidemos la tierra... dejen de verte como alguien a quien temer. Tu ceño, siempre fruncido tampoco ayuda.

––Cambiar viejas costumbres es difícil, pero tú también puedes tener suerte y encontrar un tipo que te agrade. Lo que ha pasado no tiene porqué pasarte factura, te enseñé a recibir golpes duros, muchacha. Este ha sido el que más, pero quedará detrás.

––Quién sabe...

Suspiró la mujer pasando su mano sobre su cabeza de cabello ralo. apenas empezando a crecer. Sus pensamientos habían ido de inmediato hacia el guerrero del hermoso cabello oscuro trenzado, el cual la esperaba tras la puerta para acompañarla de vuelta. No le habían puesto límite de hora o tiempo.

Aprovechó para hablar de banalidades con su hermano, este parecía mucho más relajado, incluso simpático. Bromeó incluso como no recordaba desde hace años. Galia pensó que quizás la milicia fuese el peso que necesitaba ser retirado de sus hombros para volver a ser el hermano que recordaba de pequeña.

Ese giro del destino, ese cambio le devolvería al Frédderick que debió ser siempre.

Seguida a dos pasos por detrás ascendió la rampa preparada para subir los animales en vez de las escaleras aledañas. Quiso hacerlo rápido, sin asirse a la gruesa barandilla, pero su calzado tenia la suela fina, resbaló. El poderoso brazo de Accrush impidió que se diese de bruces contra el suelo de basta madera. Una vez que consiguió que se enderezase se apartó casi de un salto.

––Será mejor que uses el barandal. Y necesitas algo más duro para caminar que esas zapatillas.

––Gracias––dijo Galia recomponiéndose y haciendo caso, agarrando la madera del lateral––la doctora Elena me prometió bajar esta noche con unas botas de su difunto esposo, dice que como soy alta, puede que sean de mi numero y pueda darle uso en vez de permanecer en un armario. Alguna ropa de la que llevo es de él, como esta camisa.

––Una vez en nuestro planeta podremos buscarte algo apropiado y que no sea heredado. Unos buenos pantalones, alguna camisa bonita y colorida para días de fiesta.

Ella rio y negó con la cabeza.

––Eres divertido. ¿Días de fiesta? Nunca he tenido de eso––continuó el ascenso con Accrush un poco más cerca de ella, pendiente a que no perdiese el equilibrio.

––Quizás sea el momento que aprendas a diferenciar obligación, con devoción. Claro que habrá días de fiesta. Vuestra llegada a nuestro planeta lo será––dijo el guerrero.

Cruzaron de nuevo ante la nave aguja, los ojos de la mujer se volvieron admirándola.

––¿Qué se siente al volar?––preguntó a su escolta.

––Ya has montado en una, pero claro, estabas inconsciente. Mañana por la noche lo sentirás, cuando ascienda en una de ellas, no será una de combate, sino de transporte. Pero quizás algún día deje que me acompañe en una de estas, habrá que preguntárselo al comandante...

Ella se volvió para mirarle a los ojos.

––¿Y qué pedirás a cambio?––disparó a bocajarro.

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